La enóloga que cambió el rumbo de una bodega en Rioja
Mercedes García Rupérez ha cambiado, desde que llegó en 2008, la forma de hacer vino en Montecillo
En la bodega Montecillo, anclada desde hace siglo y medio en Fuenmayor, en la Rioja Alta, saben que gran parte del éxito y de los vinos en esta última década tienen nombre propio, el de la enóloga Mercedes García Rupérez. Ingeniera agrónoma, máster en Viticultura y Enología por la Universidad Politécnica de Madrid, y licenciada en Enología por la Universidad de La Rioja, se incorporó a la bodega en 2008 dispuesta a acometer grandes transformaciones. Su objetivo: hacer que la bodega, propiedad del grupo Osborne desde 1973, jugara en la primera liga del vino.
Poco a poco fue introduciendo pequeños grandes cambios para conseguir esa modernización, tomando como base la importancia que para ella tiene el terruño. Convencida de las virtudes de la tierra y del viñedo de la Rioja Alta, donde Montecillo cuenta con 500 hectáreas de las que sale uva de diferentes variedades, con las que se elaboran 2.700 millones de litros al año, decidió sacarle el mayor partido a las viñas, “de manera que se trasladara cada finca al vino que elaboramos, sobre todo en aquellos que denominamos de autor, como Viña Monty o Gran Reserva 22 Barricas”. Todas las uvas que entran en la bodega, asegura, reúnen todas las características de madurez, acidez y sabor. “Trabajamos la viña, seleccionamos pequeñas parcelas y estrechamos el vínculo con nuestros viticultores”, explica. A pie de viñedo, y con los últimos avances de geolocalización, se controla el ciclo vegetativo y sanitario de las vides, los diferentes estadios de maduración y la calidad del fruto.
Otro de sus hitos ha sido la incorporación de depósitos Ganimede, que proporcionan, según explica, una extracción más delicada, selectiva y eficaz de los componentes aromáticos del vino. En los últimos años también ha incorporado pequeños depósitos de acero inoxidable y flextanks, que se utilizan en la vinificación de vinos más complejos, singulares y de elaboración muy limitada, ya que están diseñados para aportar una microoxigenación constante durante todo su ciclo de utilización.
Otro aspecto en el que García Rupérez ha puesto especial empeño ha sido en la renovación del parque de barricas: el 10%, de las 17.500 de roble francés, americano y mixta que se guardan en la bodega, se cambia cada año. “La selección de barricas es muy importante, y para ello trabajamos con las mejores tonelerías, entre ellas Gangutia, en La Rioja”, explica la enóloga. Añade que todos los años realizan un castillete de 40 o 50 barricas con las propuestas de diferentes proveedores en el que guardan vino base de graciano o de tempranillo para ver cómo evoluciona en contacto con la madera.
“Después lo evaluamos en una cata y nos quedamos con aquellas que hayan expresado mejor lo que buscamos, que haya una buena unión del tanino y la madera. Es la mejor manera de seleccionar a los proveedores, dejando que el vino se exprese”, afirma. El control de la microbiología es decisivo para llegar a la última fase, la crianza en botella, que en los crianzas es de seis meses, y en un gran reserva alcanza los cinco años. “Nos gusta que los vinos salgan al mercado redondos para consumir en el momento, que no haya que esperar mucho tiempo antes de poder disfrutarlos”.
Otra innovación, recuerda la enóloga, es la desinfección de barricas a través del ozono, “sin necesidad de generar humos tóxicos con el azufre, además de ser más ecológico”.
Cree además que los éxitos conseguidos, que se traducen en un aumento del 15 de las ventas, según la cifra proporcionada por el grupo Osborne, tienen que ver con el trabajo en equipo, compuesto por 25 personas. Además de la tenacidad, de vivir el vino desde un punto de vista romántico, pero sobre todo de tener un punto de intuición y de anticiparse a lo que demanda el mercado.
Más de siglo y medio de historia
Comienzos. El origen de Montecillo se encuentra en Fuenmayor, uno de los pueblos con mayor tradición vitícola de la Rioja Alta. Y fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando un grupo de apasionados del vino apostó por el método de elaboración bordelés y empezó a producir vino con la voluntad de trascender el mercado nacional. En ese grupo estaba Celestino Navajas Matute, procedente de una de las familias de mayor arraigo en el pueblo, que fundó la bodega en 1870.
Filoxera. Años más tarde, esta plaga arrasó el viñedo francés, por lo que el vino riojano empezó a vivir su gran momento. El fundador mandó a su hijo Alejandro a estudiar a Burdeos. Y con el paso del tiempo los dos hijos de Celestino crearon Hijos de Celestino Navajas, con la idea de proseguir con el trabajo del padre.
Siguiente generación. La familia siguió al frente de la bodega desde 1943 con el hijo de Alejandro, José Luis Navajas, formado en Borgoña y el Penedés. En esta época introduce técnicas innovadoras como la vinificación en frío. No tuvo descendencia y decidió vender la empresa al grupo Osborne en 1973.