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Editorial
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Lecciones y oportunidades en el río revuelto de la crisis energética

La apuesta de China por quemar menos carbón ha elevado la demanda de gas, y los derechos de emisión de CO2 han reforzado la subida de los precios energéticos

CINCO DÍAS

El cambio climático es probablemente la mejor ilustración posible del concepto de externalidad económica. Una externalidad es aquella consecuencia de una actividad económica que no está reflejada en el precio o coste de dicha actividad. El cambio climático es la versión extrema: el uso de fuentes de energía generadoras de gases de efecto invernadero supone una amenaza para el planeta tal y como lo conocemos, un riesgo al que ninguna mano invisible ha podido poner precio.

La transición energética ha llegado. Con mucho retraso, como nos recuerdan los eventos climatológicos extremos, pero el proceso parece ya irreversible, como muestran no solo las decisiones políticas, sino también las empresariales, desde energéticas que amortizan activos contaminantes hasta grandes fondos que vetan determinadas actividades. Ahora bien, el proceso ni es gratuito ni libre de riesgos.

Las turbulencias energéticas de este otoño, y las que llegarán este invierno, dependen solo parcialmente de la transición: la reactivación pospandémica ha pillado al mercado energético con el pie cambiado y el suministro de EE UU se ha visto trastocado por la climatología, sin olvidar a Putin y la geopolítica.

Pero la transición tiene también sus externalidades. La apuesta de China por quemar menos carbón ha elevado la demanda de gas, y los derechos de emisión de CO2 han reforzado la subida de los precios energéticos. El uso de fuentes de energía renovables, que depende del clima, supone más volatilidad en la generación. Donde las renovables no lleguen se precisa un plan B, papel que ha jugado el gas natural. Estas semanas sugieren que la arquitectura energética está por completar.

En manos de los poderes públicos está definir un marco que palie estas externalidades: asegurar el suministro (a ser posible con contratos a largo plazo), evitar el colapso del mercado (un millón y medio de hogares británicos se han quedado sin comercializadora de luz) y articular medidas que mitiguen el impacto en consumidores e industria. Sin ser tareas sencillas, son el mínimo exigible en nuestra responsabilidad para con futuras generaciones.

Mientras tanto, el río revuelto implica también ganancia de pescadores, un factor intrínseco a la economía de mercado. Así, al igual que el inversor atento ha podido beneficiarse del boom de la transición energética aprovechando la onda larga de la economía, el inversor aún más atento ha podido aprovechar la ola corta de este otoño de crisis energética, que ha devuelto a Occidente, por motivos bien distintos, ecos de los años 70 del siglo pasado.

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