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A fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La agenda del presidente de EE UU: economía, pandemia y reconciliación

El vencedor de las elecciones debe priorizar un nuevo paquete de medidas que financie a estados, municipios y gasto federal en desempleo

Estados Unidos goza de una buena salud democrática. La participación ha sido la más alta desde 1876, ascendiendo al 68% del electorado. El día antes de las elecciones habían votado más de 98 millones de estadounidenses, un 71% del total de 2016. Además del entusiasmo de las bases de ambos candidatos, irónicamente el coronavirus ha alentado la participación. Las personas más preocupadas por Covid-19 han votado por correo. A pesar de algunos intentos poco sofisticados de influir en el electorado por parte de Rusia, China e Irán, ningún adversario de EE UU ha conseguido penetrar las bases de datos de los colegios electorales.

El presidente Trump se ha declarado vencedor de manera prematura y quiere recurrir a los tribunales para que en los estados clave donde aventaja por poco a Biden no se acepten más votos. Los secretarios de Estado son los encargados de supervisar los comicios, según las normas de cada uno de los 50 estados. Incluso los que pertenecen al Partido Republicano han advertido a la Casa Blanca que no aceptan dichas tácticas y que se contarán todas las papeletas mientas hayan sido recibidas dentro del plazo legal. Si se producen disturbios, el despliegue de la Guarda Nacional y la Policía debe neutralizar a los violentos.

Las elecciones presidenciales han sido un referéndum sobre la gestión de Trump de la economía, el Covid-19 y la ola de protestas desatada por la muerte de afroamericanos a manos de la policía. Antes de la irrupción de Covid-19, la situación económica de EE UU era sobresaliente. El desempleo había descendido al 3,5% y era el más reducido en medio siglo para blancos, hispanos y afroamericanos. Con una inflación contenida e incrementos salariales mayores para los trabajadores con menos estudios, el crecimiento del PIB rozó el 3% en 2018 y 2019. La reforma fiscal de 2017 recortó los impuestos a las clases medias y altas. La llegada del Covid-19 a EE UU coincidió cronológicamente con la consecución de la nominación del Partido Demócrata por parte de Joe Biden, que fue senador entre 1973 y 2008 y vicepresidente durante los dos mandatos de Barack Obama. Durante su dilatada carrera política de 47 años, Biden ha sabido adaptarse a las transformaciones de EE UU e impulsar leyes, a menudo trabajando con senadores republicanos. Gestionó con éxito el programa de estímulo de 800.000 millones de dólares que se aprobó a principios de 2010.

La transmisión del virus alteró la dinámica de las elecciones. Biden dejó de celebrar actos alegando que facilitarían la propagación del virus. Trump, en cambio, desdeñó la peligrosidad del virus procedente de China y animó a los gobernadores –que son los que deciden– a minimizar los cierres de empresas, negocios, docencia y actividades sociales. Los gobernadores republicanos le han hecho caso, mientras que los demócratas han sido más restrictivos.

El paquete de estímulo de 2,3 billones de dólares aprobado en marzo facilitó que el desempleo disminuyera del 14,7% en abril al 7,9% en septiembre. Biden ha combinado ataques contra la actuación de Trump con empatía con las víctimas del Covid-19, sus familias y los que han perdido su empleo. Siempre ha sabido forjar un lazo con las desgracias de muchos votantes, esgrimiendo la trágica muerte de su mujer e hija en un accidente de tráfico pocas semanas después de su elección como senador en 1972. Biden se ha distanciado de los violentos y ha añadido a los grupos que integraron la coalición de Obama (afroamericanos, mileniales, progresistas) parte del electorado blanco, los afiliados a los sindicatos y los jubilados, colectivos que auparon a Trump a la presidencia. En cambio, no ha logrado movilizar suficientemente al voto hispano y el de los hombres afroamericanos.

Después de un nefasto primer debate, Trump ha planteado las elecciones como la alternativa entre la normalidad a la espera de una vacuna inminente y los confinamientos y batería de restricciones que impondría Biden. En sus múltiples actos multitudinarios en los últimos días de la campaña, repitió su mensaje optimista, patriótico y de defensa a ultranza de las libertades de expresión, asamblea, religiosa y llevar armas. En cambio, el vaticinio por parte de Biden de un invierno negro, énfasis en restringir al máximo todo tipo de actividades y no celebrar festivos como Navidad no encaja con el espíritu dinámico de los estadounidenses.

Trump ha convencido a muchos votantes de que Biden se dejará controlar por los socialistas del Partido Demócrata, que desean imponer una agenda radical medioambiental elevando los impuestos y destruyendo la independencia energética en hidrocarburos lograda por EE UU. Ha reivindicado haber renegociado acuerdos comerciales y la conclusión de acuerdos de paz entre Israel y tres países árabes. Cuando los estados y los tribunales dictaminen el vencedor, el ganador deberá priorizar la aprobación en el Congreso de otro paquete de estímulo que aporte financiación a estados y municipios y prorrogue los pagos federales por desempleo.

La cooperación entre demócratas y republicanos con las empresas (Pfizer, Moderna) cuyas vacunas se someterán pronto a la aprobación del FDA es también esencial. En caso de que gane in extremis, Biden puede demostrar que es un estadista si descarta los planes radicales de su partido (el Green New Deal, ampliar el Tribunal Supremo) y mediante sus palabras y medidas reduce la animosidad entre demócratas y republicanos.

Según un estudio del Voter Study Group, el 20% de los estadounidenses cree que la violencia está justificada si no gana su partido. Hay que invertir en programas de reconversión laboral y parar la campaña de acoso a personajes y lugares históricos de EE UU. Aunque se proclame vencedor a Biden, no ha logrado un mandato para medidas radicales. El probable mantenimiento de la mayoría republicana en el Senado es la mejor garantía de que un hipotético presidente Biden deba gobernar desde la moderación.

Alexandre Muns es Profesor en OBS Business School y analista de economía internacional

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