El trabajo del futuro tras el salto digital exigido por el confinamiento
El éxito del teletrabajo no es tanto un problema de regulación como de un elevado grado de flexibilidad para extender en su justa medida este tipo de fórmulas
Desde mediado marzo un tercio de la población ocupada ha mantenido su actividad productiva teletrabajando, lo que supone un salto cuantitativo impensable hace tres meses. En solo unas semanas las relaciones laborales han dado en España un paso de años, con una penetración del trabajo en remoto espectacular y con unos resultados medios muy aceptables en muchas actividades, aunque manifiestamente mejorables en otras donde el valor añadido de la presencia física es insustituible. La educación, los servicios bancarios, el asesoramiento a empresas, la comunicación de masas o la Administración pública han salvado razonablemente los muebles con una disposición entusiasta de sus plantillas, y en la mayoría de los casos aprovechando los niveles de penetración tecnológica preexistentes tanto en las empresas como en los hogares. Pero el experimento ha evidenciado también las brechas existentes en la sociedad y en las empresas en materia de habilidades tecnológicas, y ha intensificado otras que se estaban manifestando ya en los últimos años en el mercado laboral.
La cuestión es cómo superarlas, sin perder productividad, incluyendo a toda la sociedad (la que puede teletrabajar y la que no puede hacerlo), sin ceder en la identificación de los trabajadores con sus empresas y sin abrir una brecha nueva de individualismo laboral que pueda poner en cuestión hasta la financiación del Estado del bienestar, que a fin de cuentas depende del trabajo, y preferentemente del asalariado. Los expertos muestran una razonable coincidencia en que no se trata tanto de regulación, salvo para corregir situaciones extremas que ya habitaban en el mercado, como de un elevado grado de flexibilidad para extender en su justa medida este tipo de fórmulas de trabajo novedosas dentro de las empresas, buscando un modelo híbrido óptimo; para intensificar la digitalización de la economía, que va mucho más allá de una simple masificación del trabajo en remoto, y para construir una fórmula útil e inclusiva para el porvenir.
Pese a haber salvado la dificultad en los últimos meses, la sociedad española sigue teniendo un alarmante déficit de cualificación técnica en las generaciones más jóvenes, lo que supone un insalvable freno a la consolidación de un modelo que mezcle el conocimiento técnico con las habilidades digitales, que es el que exigen los nuevos paradigmas industriales, y de los que España no se puede descolgar. Las reformas que se pongan en marcha tras esta intensa crisis del Covid-19 deben subsanar necesariamente esos déficits para tener una economía y un mercado laboral inclusivo, eficiente y que proporcione suficiencia financiera al Estado de bienestar.