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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El compromiso del BCE con la estabilidad y el crecimiento

Fráncfort quiere que los Gobiernos pongan más de su parte y pretende revisar su forma de actuar

CINCO DÍAS

La flamante presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, se ha comprometido a revisar la política monetaria de la institución, porque, además del desgaste de algunos de sus instrumentos, el consenso de que sus decisiones no son todo lo útiles que se pretende la respalda. La autoridad monetaria, como otras muchas instituciones europeas, no disponía cuando llegó la crisis de las herramientas para proporcionar la plena estabilidad financiera; pero los parcheos posteriores y las decisiones firmes de sus gestores han sido suficientes como para que pueda ofrecer uno de los mejores balances en toda Europa tras la durísima crisis financiera, fiscal y económica de los últimos 80 años, aunque haya reaccionado más tarde que sus homólogos globales. El BCE, con Mario Draghi al frente, ha salido muy reforzado de la tormenta y ha sido de las instituciones que se han convertido en verdadero asidero seguro cuando más arreciaban las dificultades.

De hecho, lo ha sido tanto, que los Gobiernos y otras instituciones de la Unión han practicado una especie de pasividad continua en la seguridad de que la autoridad monetaria haría bien su trabajo. Y tanta ha sido la fe en los señores de Fráncfort, que la dejación de funciones de los políticos y cómo combatirla se ha convertido en los últimos años en una de las exigencias, no atendidas todavía, de la autoridad monetaria.

Tras unos cuantos años de política monetaria activamente expansiva, construyendo en paralelo costosamente los instrumentos que proporcionen la estabilidad al sistema bancario europeo, la eficacia de las decisiones se ha ido agotando. El BCE se encuentra con serias dificultades para generar la modesta inflación que desea, no logra una transmisión de sus tipos tan bajos a los activos crediticios del sector privado, a la vez que deteriora el ahorro tradicional, y se resigna a que el crecimiento de la actividad es muy limitado y siempre esté al borde de debilitarse. Por ello quiere que los Gobiernos pongan más de su parte, con más inversión y más consumo allí donde existe capacidad fiscal para hacerlo, y quiere revisar su forma de actuar para lograr el grado de respuesta que no ha conseguido.

Pero esta operación en la que Lagarde quiere implicar a todos, más allá de retoques en la fijación del objetivo de inflación y de convencer a los Gobiernos de que contribuyan en la tarea o decidir si los tipos deben estar o no más altos, debe asegurar lo que tanto ha costado lograr: consolidar las herramientas que garanticen la estabilidad y capitalización suficiente de la banca; reforzar la posición del euro como moneda de referencia mundial; movilizar el crédito para lograr un crecimiento sano, sostenido e inclusivo, y convertir a Europa en uno de los primeros polos de atracción de la inversión.

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