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‘Jambo bwana’: vamos de safari por Tanzania

Un emocionante viaje por algunos de los parques más increíbles de África

Una pareja de leones junto al río Tarangire.
Una pareja de leones junto al río Tarangire.

Arusha, al norte de Tanzania, es la puerta de entrada a algunos de los parques nacionales más impresionantes de África. Una ciudad de paso para los viajeros; colorida, bulliciosa y con un trajín incesante entre los turistas que llegan y los operadores, legales o no, que luchan por llevarse al foráneo a su safari. A veces, la insistencia es un poco fastidiosa o intimidante, sobre todo, si enseguida se impacienta y se pone nervioso.

Bienvenido a África. Aquí los tiempos y los contratiempos tienen su propio ritmo. A partir de ahora, jambo bwana (en suajili, hola o bienvenido, señor) y hakuna matata (no hay problema) serán las frases que más le repetirán tanto para confraternizar como para dejarle en paz.

Relájese y piérdase en las calles de Arusha y compre el primer souvenir, visite el mercado y haga una primera inmersión en la vida local, empápese de nuevos olores y sabores y no se decepcione si se topa con un apuesto masái que en lugar de envolver su cuerpo en la vistosa shuka (manta roja) y portar el típico seme –una especie de daga que da jerarquía–, viste como usted y yo y lleva un smartphone. Cosas de la globalización.

Camión y campamento tras una jornada de safari.
Camión y campamento tras una jornada de safari.

Necesitará al menos 15 días para recorrer los cuatro parques más famosos del norte de Tanzania. La llanura infinita del gran Serengeti repleto de vida salvaje; el cráter del Ngorongoro, una enorme caldera, de excepcionales paisajes, donde siempre hace frío y donde pulula todo tipo de fauna. En el parque del lago Manyara encontrará complacidos hipopótamos retozando en charcas o insolentes babuinos. En el maravilloso Tarangire reconocerá un paisaje diferente, lleno de baobabs y manadas de elefantes con sus crías.

Del Serengeti al Tarangire en camión y tienda de campaña

En ruta

Comienza nuestro safari por la gran sabana. ¡No olvide su cámara! A nosotros nos puede el punto aventurero y nos decantamos por hacer una ruta en camión –tuneado increíblemente para este tipo de experiencias y que permite acceder a circuitos menos masivos– y acampar en tiendas de campaña, en zonas acotadas, pero que siguen siendo territorio salvaje, sin más glamur que disfrutar de los maravillosos cielos estrellados y el aliento de los animales.

Nos acompañan un conductor, un guía y un cocinero. Los dos primeros provistos de armas de fuego, por si acaso. Las condiciones son más precarias que en otro tipo de safaris. Olvídese de la ducha diaria; la comida es de rancho y las jornadas en carreteras y pistas polvorientas, largas, pero el viaje es más auténtico. Tendrá que implicarse en algunas tareas: ayudar al cocinero, repartir las raciones sin procurar por los amigos –a medida que avanzan los días, el cansancio hace mella y las sensibilidades están a flor de piel–, lavar platos y, por supuesto, montar y desmontar su tienda.

Buitres carroñeros devorando los restos de un ñu.
Buitres carroñeros devorando los restos de un ñu.

Nuestra primera parada es el Serengeti. Allí sobresalen enormes acacias con sus copas desparramadas, por donde asoman las cabezas de las jirafas dándose un festín healthy (saludable).

Nos fijamos en las enormes y onduladas pestañas que se gastan estos largos mamíferos. Un poco más allá –contenemos el aliento– descubrimos fieros leones agazapados en busca de una presa fácil o protegiendo a sus traviesas crías. El rey de la selva asusta cuando decide avanzar paralelo al camión al amanecer –en los safaris se madruga mucho– cuando sale de caza. Entramos en taquicardia.

Por doquier observamos manadas de cebras y ñus que salen de estampida como alma que lleva el diablo al menor un rugido. Vemos buitres merodeando en círculos y el guía alerta: alguien ha caído en las fauces de un depredador.

En el Manyara, subido a una rama de acacia aguarda turno de caza un leopardo, y no falla. No es muy agradable la ley de la selva. Tampoco falla un agresivo pájaro negro que, cual kamikaze, se lanza en picado sobre el sándwich de un vecino de ruta. El incauto, un sonrosado británico, se lleva el susto de su vida y se queda blanco.

Casi todas las noches acaban alrededor de una fogata, repasando las emociones de la jornada y la ruta del día siguiente. El guía cuenta entretenidas historias para no dormir, como que nuestras tiendas son como papel de fumar para las garras de las fieras o que esas lucecitas que brillan temblorosas alrededor del campamento son las hienas. Mañana será otro día... ¡increíble!

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