¡Viva la fiesta! Por La Habana más secreta
La capital cubana se engalana para su quinto centenario
Y ahí está viendo pasar el tiempo –500 años no son nada– disfrutando y sufriendo los avatares de la historia. Es La Habana. La ciudad soberbia, orgullosa, monumental, rota, a punto de desmoronarse, reconstruida. La más bella entre las ciudades coloniales que fundaran los españoles, un 16 de noviembre de 1519, a la sombra de una ceiba –un árbol local–, se viste de gala y se llena de fastos para celebrar su quinto siglo por todo lo alto. No es para menos.
Un templete neoclásico de 1828, ubicado en una esquina de la histórica plaza de Armas, de espaldas a la majestuosa fortaleza del Morro, conmemora el hecho. En su interior, una ceiba, plantada en 1959 (la original murió), ofrece buenaventura y fortuna a quienes se acercan a ella, según cuenta la tradición. La víspera del aniversario y en Navidad los habaneros hacen fila para pedir deseos a la planta.
La Habana es una ciudad que seduce y engancha, llena de contrastes, donde conviven, a veces de mala gana, pasado y presente, pero que tozuda como una vieja dama se niega a que le escriban el futuro. Ese que “inventamos cada día los cubanos; tú ya sabes, mi helmano”. Usted se quedará con cara de póquer, sin saber qué órdago le están lanzando. Los habaneros son de conversación fácil –en general, todos los cubanos–, y especialistas en introducir misterios en la charla.
En la nuestra nos hablan de los nuevos paladares –restaurantes privados– regentados por cuentapropistas (autónomos) y locales que los visitantes de La Habana ponen de moda. Más allá de antros legendarios de La Habana Vieja como el Floridita y la Bodeguita del Medio que lanzara a la fama el novelista Ernest Hemingway; de restaurantes míticos como el elegante Tocororo y el reconocido La Cecilia, ambos en Miramar o de proverbiales cabarés como el vetusto Tropicana, en el municipio de Marianao, ya fuera de la ciudad, encontrará nuevos sitios surgidos tras la tenue apertura de la isla y que sobreviven, algunos con mucho éxito y corren de boca en boca entre los turistas.
Desde La Habana Vieja a Centro Habana; desde El Vedado a Miramar los cuatro repartos (barrios) más populares y de obligada visita.
Va por barrios
La Habana Vieja es el casco histórico, donde se localizan las calles empedradas y los monumentos más importantes, muchos remozados o rehechos con mimo por la Oficina del Restaurador de La Habana, que lidera Eusebio Leal.
En este barrio están cuatro de las cinco plazas más famosas de la capital: las coloniales plaza de Armas, la más antigua; la de la Catedral, el gran templo barroco; la de San Francisco de Asís, totalmente restaurada y donde está la bonita Terminal de Sierra Maestra, donde antes atracaban los galeones españoles y hoy barcos llenos de cruceristas y la plaza Vieja, la más ecléctica. La quinta es la monumental plaza de la Revolución, en el Vedado, una de las explanadas más grandes del mundo y de gran relevancia política en los actos de ensalzamiento de la Revolución, allí pronunció Fidel sus largos discursos.
Hasta ella llegan excursiones de turistas en los bonitos almendrones. Los viejos buick, chevrolet, cadillac de antes de los cincuenta, totalmente restaurados –no pregunte cómo– y pintados de llamativos colores, los más cuquis, los pinkies –rosa chicle– que se alquilan con chófer como taxis turísticos, por un módico precio.
Centro Habana, ocupa el norte y centro del municipio habanero, y es la expansión natural del casco histórico separado de este por el coqueto Parque Central y el bonito paseo Martí, aunque todo el mundo sigue conociéndole por su antiguo nombre Prado. Hasta allí se desplazó la casa Chanel para su antológico desfile de 2016. En Centro Habana, menos restaurado que la zona vieja encontrará edificios singulares, antiguos palacios y casas señoriales, algunos parecen a punto de derrumbarse, y lugares emblemáticos como el Museo de la Revolución, el Capitolio Nacional o la Real Fábrica de Tabacos Partagás.
Al callejear por esta ciudad primorosa, de belleza efímera a cuadras –calles– e inmortal per secula seculorum, estas son algunas de esas direcciones secretas de la nueva Habana que no se puede perder.
Bar El Globo (Plaza de Armas)
Disfrute de un delicioso, refrescante y poco ortodoxo daiquirí –siempre con acento– de hierbabuena, la especialidad de la casa, mientras contempla las idas y venidas de la gente que pulula por el empedrado de la plaza de Armas. Este garito tiene una ubicación magnífica, en el lado contrario del palacio de los Capitanes Generales y al lado del Templete.
Iván Justo (Aguacate, 9, esquina Chacón)
Sin salir de La Habana Vieja y pegadito a Centro Habana, este restaurante, que lleva el nombre de su afamado chef, está muy cerca de la espectacular embajada de España y detrás del Museo de la Revolución. Allí podrá contemplar y le sorprenderá el pequeño Gramma, el yate en el que Fidel Castro y otros revolucionarios arribaron a las costas cubanas en 1956. Es uno de los restaurantes de moda. Allí almorzaron los reyes Felipe y Letizia en su visita oficial esta semana a Cuba.
Ubicado en una espectacular casona de más de 200 años, distribuida en dos pisos y una pequeña terraza en la azotea, ofrece cocina de mercado, la carta cambia cada día y podrá comprobar los platos en la pizarra de este acogedor local de fachada amarilla y carpintería azul añil. En las paredes cuelgan fotos de artistas cubanos e internacionales y escenas de la Cuba prerevolucionaria. Excelente cocina y atención. La especialidad de la casa: lechoncito (cochinillo) asado. Precios europeos, pero no se arrepentirá de pagarlos.
La Guarida (Concordia, 418, esquina Gervasio y Escolar)
Tendrá que callejear por las desvencijadas calles de Centro Habana, para llegar a este mágico palacio de principios del XX, convertido en uno de los paladares más emblemáticos. Cada detalle le sorprenderá, como ver tendidos los manteles y servilletas en una imponente y destartalada estancia de cuyo techo pende una impresionante lámpara de araña y en una de las esquinas se asoma una espectacular escalera. En la pared desconchada permanece escrita una arenga de Fidel: “Por eso decimos patria o muerte”. En este edificio multifamiliar, que sirvió de escenario a la película Fresa y chocolate, se mezclan el ajetreo de la vida cotidiana de los vecinos con el trajín de un restaurante de lujo. Disfrute de un pargo a la naranja o de carnero al romero.
Sloopy Joe´s Bar (Ánimas, esquina Agramonte, antigua Zulueta)
Entre La Habana Vieja y Centro Habana fue fundado por un emigrante español, José García en 1930 y fue famoso por tener la barra más larga del mundo -18 metros de madera de caoba- y sus bocadillos de ropa vieja (carne mechada). Fue uno de los bares más cosmopolitas de la época. En los sesenta entró en decadencia por “la falta de turistas gringos, tú sabes”, nos cuenta uno de los camareros, y después de unos 45 años cerrado abrió hace un lustro. Hoy totalmente restaurado gracias a la pericia del equipo de Leal, ha recuperado parte de su esplendor y siguen haciendo su propio pan, confirma el barman. Parte de su antigua barra se conserva en el Museo del Ron de La Habana.
Callejón Hamel (Entre las calles Aramburu y Hospital)
Esta pintoresca calleja de El Vedado, donde fluye el mestizaje, es obra del artista local Salvador González. En las paredes, murales de vivos colores; a pie de calle, esculturas de todo tipo, música en directo y bares. ¿El combinado del lugar? El negrón –ron, albahaca, miel, agua, hielo y limón–, una variante del tradicional mojito que le cobrarán a precio de copa europea. En el rato que esté le ofrecerán todo tipo de mercancías, desde CD hasta ron y habanos de dudosa procedencia. No se complique y decline la oferta de comprar ron o habanos por muy tentadora que sea.
Muy cerca, la mítica heladería Coppelia, la mejor del mundo, según los cubanos y totalmente restaurada –aunque lo que no cambian son las colas–, y los icónicos hoteles Habana Libre –Habana Hilton antes de la Revolución–, primer cuartel general de los barbudos, y el elegante hotel Nacional, ubicado sobre una colina que domina el Malecón. El paseo marítimo está considerado como el gran salón de La Habana, dese un paseo o varios y descubrirá por qué. El Nacional, que conserva un decadente encanto, era un lujoso hotel de los años treinta que acogió tanto a la crème de la crème como a mafiosos, gánsters y jugadores de todo pelo atraídos por su gran casino al más puro estilo de Las Vegas.
En el Vedado, están los primeros rascacielos de la isla que imitan el estilo de los de Nueva York o Miami, cuando empezó a desarrollarse en la década de 1920 y 1950, aunque algunas de las casonas se remontan a 1860.
La Fábrica del Arte (calle 26)
Esta vieja y gran nave industrial de ladrillo visto del Vedado es uno de los place to be del momento para todo aquel que viva o este de paso por la isla. Está considerado como uno de los símbolos del aperturismo. Es un gran laboratorio donde conviven lo mejor de cada casa de cualquier disciplina del arte contemporáneo de Cuba. Distribuido en dos niveles encontrará exposiciones, diseño y arquitectura; cine, teatro, shows en vivo, pistas de baile, bares, cafés, restaurantes y grandes halls para mirar y ser visto y mucho ambiente. No es lugar nocturno –abre a las ocho de la mañana- aunque cierra de madrugada –a las dos- , pero su inclusión en la lista de los 100 mejores lugares del mundo en 2019 de la revista Time ha disparado su fama y el precio. Las colas para entrar son enormes, así que mucha paciencia.
No se puede ir de la capital de la perla del Caribe sin darse un baño de naturaleza sin salir de la ciudad. Vuelva a coger su almendrón y visite el Bosque de La Habana, admire las higueras, algarrobos, palmeras y los impresionantes jagüeyes, el árbol andante, por su abundante follaje y sus enormes raíces. En el residencial barrio de Miramar, donde están la mayoría de las embajadas y residencias diplomáticas, encontrará medio escondidas entre árboles centenarios, casoplones de ayer y de hoy. Hasta siempre, Habana “siempre fidelísima” ¿cómo? Los cubanos hacen chistes con el lema del antiguo escudo colonial de la ciudad y el líder de la Revolución, tú sabes. ¡Qué cumplas muchos más!
Vistas de lujo al Malecón
Casi todos los grandes edificios de La Habana guardan una historia. El del Grand Packard, el exquisito hotel de Iberostar, está ligado al lujo, el de la marca de coches que le da nombre. Con una situación privilegiada, en el 51 del paseo Martí –antigua Prado–, en La Habana Vieja y con vistas al Malecón, es uno de los iconos de la ciudad. En la acera que da a Zulueta comparte fachada con la embajada española y vistas al Malecón y la fortaleza del Castillo del Morro.
Cuenta con 321 habitaciones y suites, concierge, spa, piscina infinita en la planta sexta, climatizada a 29 grados los 365 días del año y maravillosas vistas; piano bar, cigar bar, gimnasio y tres restaurantes.
En el cigar bar, un peculiar bar de puros con capacidad para 26 plazas y locker para los habanos, si se lo puede permitir, podrá degustar una copa de dos rones excepcionales Santiago de Cuba 500 Aniversario, considerada como la joya de la industria ronera cubana y el mejor del mundo, a 360 euros el chupito y casi 3.000 la botella; el otro es Havana Club Máximo, 50 años de envejecimiento (280 euros la copa y unos 1.500 la botella). La leyenda urbana cuenta que Fidel Castro al probarlo exclamó “es lo máximo” y lo bautizó.
El Grand Packard se posiciona también como un hotel de negocios, con cincos salones para todo tipo de eventos, dos de ellos de 165 m2; tiene gimnasio y tres restaurantes, entre ellos, un bar español, otro de gastronomía cubana y un gourmet, Biscuit. Tanto si es mitómano como si no, en el parking le aguarda una sorpresa un antiguo Packard de 1952. “Solo existen cinco originales en el mundo y el nuestro es uno de ellos”, presume orgulloso Alejandro Barrios, su director.
Desde 309 euros en Iberostar.com.