Ardmore, el lujo de viajar sin prisas
Un enclave de vacaciones para disfrutar de la Irlanda más ancestral
La bruma y la lluvia suelen ser compañeros de viaje de cualquier ruta por Irlanda –a veces–; otras, el sol brilla y juega a matizar con sus rayos de luz todos los tonos de verde que tiñen suaves colinas, campiñas o valles –tapizados de flores silvestres de un sinfín de tonos–.
Lo del tiempo no es una leyenda urbana que planea desde siempre sobre la isla esmeralda, pero es caprichoso y cambiante a lo largo de un mismo día y, lejos de ser un lastre para el viajero, a veces se convierte en convidado de piedra que añadirá un plus a sus recuerdos de viaje.
Vestigios gaélicos y cristianos, misterios y acantilados con vistas
El suroeste de Irlanda encierra pequeñas joyas, localidades pintorescas y lugares ancestrales. Es el caso de la pequeña y coqueta Ardmore, cuna de los primeros asentamientos cristianos, situada en el condado vikingo de Waterford y a poco más de una hora al noreste de Cork, la segunda ciudad más poblada del país.
Ardmore es conocida por sus bellas playas, sus recortados acantilados, sus galerías de arte y artesanías y, sobre todo, por las ruinas del monasterio de San Declán, que data del siglo XII y que conserva prácticamente intacta su celebre torre circular.
Si viaja desde Cork, antes de llegar a Ardmore haga un alto en el pequeño Dungarvan para contemplar las bellas vistas de la bahía y, si el tiempo lo permite, no dude en tomar la ruta Gaeltacht –o gaélica– para llegar a Gaeltacht na nDéisi, a 10 km de Dungarvan, a donde llegaron los primeros gaélicos.
Asentamientos
Una serpenteante carretera –o sacacorchos, como llaman los irlandeses a las calzadas con curvas– le conducirá finalmente hasta Ardmore, entre verdes prados, a un lado, y el mar azul, al otro. Sobre una de las playas de este centro vacacional de élite se conserva intacta la piedra de la campana de San Declán.
Cuenta la leyenda que el obispo, antes de regresar a Irlanda, olvidó sobre una roca en Normandía una campana negra milagrosa; la piedra se desprendió y asombrosamente llegó flotando con el pequeño carillón hasta la costa de Ardmore. El religioso prometió erigir una iglesia.
Un sitio perfecto para explorar los primeros territorios vikingos en la costa este de la isla esmeralda
Para llegar a ella tendrá que atravesar la calle principal del pueblo, flanqueada por casas de tonos pastel y blancos; algunas de las más antiguas conservan sus típicos tejados de paja. Luego tendrá que remontar una colina. La vista de los restos del monasterio y la iglesia rodeada de lápidas de un antiquísimo cementerio es sobrecogedora.
También le dejará sin aliento el sendero de más de una hora que le conducirá a pie hasta el punto más alto de Ardmore, bordeando bellos y escarpados acantilados. Con suerte avistará ballenas, delfines y hasta algún tiburón.
La caminata conduce hasta el Cliff House Hotel, con unas vistas privilegiadas sobre el mar, los acantilados y la bahía. Perfecto para hacer un alto y disfrutar de una comida en su restaurante –una estrella Michelin– o de un tentempié en su acogedor bar.
Pistas de viaje
En avión. Iberia Express tiene dos frecuencias semanales (miércoles y sábados) en verano desde Madrid a Cork a partir de 49 euros por trayecto comprando ida y vuelta. Desde Dublín opera con 14 vuelos semanales en verano y tres el resto del año. Desde 44 euros por tramo con ida y vuelta.
En coche o bus. Lo mejor es volar a Cork y desde allí alquilar un coche –si se atreve a conducir por la izquierda– o tomar un autobús local hasta Ardmore (una hora y media).