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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La política del BCE “que haga falta” para combatir un horizonte incierto

El ya clásico lema de Draghi volvió a aparecer ayer como el eje conductor de la estrategia del organismo

Los oscuros nubarrones que la guerra comercial entre EE UU y China proyecta sobre las expectativas de crecimiento global están teniendo un reflejo previsible en las políticas monetarias de los bancos centrales. Si los reguladores de Asia y China anunciaban esta misma semana sendas rebajas del precio del dinero y la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) dejaba abierta la posibilidad de hacerlo este año, ayer le tocó el turno a un BCE que ha decidido aplazar al menos hasta el segundo semestre de 2020 cualquier alza en los tipos de interés. Aunque los planes del banco pasaban por no tocar el precio del dinero hasta diciembre de este año, la escalada de incertidumbres que nublan el horizonte europeo –desde el Brexit a las debilidades de algunas economías emergentes, pasando por el deterioro de las manufacturas comunitarias y el polvorín que supone el conflicto entre Washington y Pekín– ha decidido a la institución a retocar su hoja de ruta. El presidente del BCE no se ahorró firmeza al referirse a la crisis arancelaria y advertir de que el riesgo del conflicto no se limita a un desencuentro comercial más o menos largo, sino a la ruptura con el sistema de comercio global surgido tras la Segunda Guerra Mundial y que es fundamental preservar.

La tarea que el BCE tiene por delante no es fácil e incluye manejar la incertidumbre de cuáles pueden ser las consecuencias económicas de esa batería de riesgos globales que planea sobre Europa, así como cuál puede ser su duración. A ello hay que sumar los temores de los inversores a que la persistente baja inflación y la debilidad de crecimiento hagan mella poco a poco en la eurozona. El clásico “se hará lo que haga falta” de Draghi volvió a aparecer ayer como el eje conductor de una estrategia que incluye nuevas subastas de liquidez ligadas al crédito, que comenzarán después del verano, y que no descarta incluso la posible reactivación del programa de compra masiva de deuda finalizado el pasado diciembre.

El retraso en la subida de tipos hasta el segundo semestre de 2020 es una medida prudente ante un horizonte económico incierto, aunque sus efectos no son neutros. Supone, por ejemplo, mantener un ecosistema monetario adverso para el sector bancario europeo, que afronta un entorno con exigencias regulatorias cada vez mayores y márgenes bastante más estrechos que en el pasado. Es indudable que la política monetaria no puede pretender ajustarse ni al sector financiero ni a ningún otro ámbito en particular, pero tampoco deberían perderse de vista esos posibles efectos secundarios y su reflejo en el mercado.

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