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Alejandro Pociña: “No todas las empresas tienen por qué tener espacios abiertos”

El presidente de la empresa de diseño de mobiliario y soluciones para oficinas

Juan Lázaro
Pablo Sempere

Para evitar que en casa del herrero haya cuchillo de palo, Steelcase, proveedor de mobiliario, soluciones arquitectónicas y tecnología para oficinas, ha pegado un barrido de cabo a rabo en su sede principal, en la calle Antonio López de Madrid. “Lo hemos hecho”, explica Alejandro Pociña (Galicia, 1959), presidente de Steelcase en España, “para adoptar totalmente aquello que vendemos, para que nuestros clientes puedan verlo al visitarnos y para entender mucho mejor la transformación de los espacios”.

Así, este año, la empresa ha inaugurado en su centro neurálgico lo que llaman Madrid Plaza, un espacio en el que aplican todas las novedades que van sacando al mercado, y que a su vez les permite cambiar sus propios procesos de trabajo, las herramientas que se utilizan en el día a día, la cultura organizativa y, cómo no, la propia configuración de la oficina. Ahora viven tal y como predican. “Creemos que para cambiar la forma de trabajar de las empresas es muy importante un cambio cultural, que debe acompañarse con la transformación de los espacios físicos, normalmente configurados para unos modelos que ya están obsoletos”, cuenta.

Así, la gran oficina ha pasado a estar dividida en diferentes secciones, que responden a todo tipo de necesidades y momentos del empleado. Esta configuración, sin sitios asignados, permite a los trabajadores elegir su espacio de trabajo en función de las necesidades, obligaciones e incluso estado de ánimo que tengan cada día.

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Hay para todos los gustos y situaciones. Desde mesas compartidas en las que poder hablar tranquilamente hasta cabinas unipersonales y cerradas para aislarse, estar concentrado o tener una llamada telefónica privada. En medio, un enorme abanico que incluye salas parcialmente aisladas, sillones en los que hundirse para abstraerse del ajetreo cotidiano a la vez que se trabaja, e incluso despachos reservados para los directivos de la compañía, que los comparten en función de su horario y jornada.

En uno de ellos es donde trabaja ocasionalmente Pociña, “ya que me permite tranquilidad y confidencialidad”. Todos disponen de paredes de cristal para favorecer la cercanía y la sensación de comunidad, pero cuentan también, por ejemplo, con una tecnología que permite que quienes están fuera del despacho, sin dejar de observar lo que sucede dentro al pasar, no puedan ver lo que muestran las grandes pantallas de la pared o el ordenador.

La oficina también dispone de salas para reuniones, de un espacio para comer y de un lugar más distendido, justo en el centro de la sede, con sofás en los que también se puede trabajar que rodean un vaporizador con luces rojizas y anaranjadas que emula a una cálida hoguera.

Las mesas, cabinas y despachos se pueden reservar mediante una aplicación, y así, en función de la jornada que tiene por delante, cada profesional elige lo que mejor le viene. “Esto dota de un bienestar físico, cognitivo y emocional, porque el lugar que eliges le dice indirectamente al resto qué es lo que quieres y si estás disponible o por el contrario prefieres estar solo”, narra Pociña. “Yo, en función del día que tengo por delante, me muevo de un sitio a otro”.

En la oficina también abundan zonas verdes, taquillas, pantallas y luces que cambian su luz e intensidad a medida que avanza el día, para así estar en sintonía con los ciclos solares. “Todo esto dota de mayor salud y bienestar mental”.

Esta transformación, asegura Pociña, no es únicamente estética, sino que ha ido acompañada de un cambio cultural a la hora de trabajar, acabando con los silos, con las sillas con nombre y apellido y con los departamentos cerrados que hacen que los profesionales solo se relacionen con los que tienen al lado. Una transformación debe acompañar a la otra. “Tan ridículo es pensar que por cambiar el espacio vas a cambiar el modelo como creer que puedes transformarlo sin modificar la oficina”.

Pociña reconoce que de un tiempo a esta parte se ha banalizado la transformación de los espacios. “Muchas empresas han modificado sus oficinas sin saber qué querían, y eso es una simplificación demasiado grande”, asegura. En su opinión, se ha hecho exactamente lo mismo en un sinfín de compañías, sin pararse a pensar qué es lo que cada una de ellas necesitaba. “No todas las organizaciones tienen por qué tener espacios abiertos, o sitios no asignados, o trabajos por proyectos. Estas transformaciones deben tener pausa, sosiego y reflexión”.

Otras compañías, sin embargo, aún no han dado un paso que Pociña ve casi inmediato. “Llevamos evangelizando ya un tiempo, y es ahora cuando empezamos a ver los frutos, ya que cada vez más grupos se plantean llevar a cabo esta metamorfosis con cabeza y con análisis”. El espacio, después de los salarios de los empleados, es el área que más gasto supone a las empresas. Por eso, afirma, toda transformación debe hacerse con criterio.

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Sobre la firma

Pablo Sempere
Es redactor en la sección de Economía de CINCO DÍAS y EL PAÍS y está especializado en Hacienda. Escribe habitualmente de fiscalidad, finanzas públicas y financiación autonómica. Es graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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