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Nepal, viaje en el tiempo al reino de los dioses

Es el lugar soñado por hombres de montaña

Aldea con el Annapurna.
Aldea con el Annapurna.Fotos: Marce Redondo

Fue santuario de los hippies en los años sesenta y setenta del siglo pasado y su símbolo aún permanece en Katmandú, Freak Street, hoy apenas una curiosidad turística; Nepal es el país soñado por hombres de montaña deseosos de conquistar el techo del mundo, el lugar de nacimiento de Buda y paraíso de los dioses, también el lugar que encierra un mito: el abominable hombre de las nieves perpetuas, el yeti.

Situado entre dos gigantes, China e India, al abrigo de los picos más altos del mundo, en Nepal los dioses se confunden con los mortales. La devoción por el pasado está muy arraigada entre esta gente, jovial y hospitalaria, que, en muchos sentidos, parece que acaba de emerger de la Edad Media. Hindúes, budistas o animistas, los nepalíes viven muy cerca de sus deidades.

La variedad de culturas y razas está en consonancia con los contrastes de la geografía de la región

La variedad de culturas y razas está en consonancia con los contrastes de la geografía del país: desde la cordillera del Himalaya hasta la llanura tropical del sur, solo 200 kilómetros de idílicos valles y colinas separan estos dos extremos.

El Himalaya es la gran atracción. Aquí se encuentran las rutas más simbólicas y accesibles para descubrirlo, con senderos que transcurren por algunos de los paisajes de montaña más espectaculares del mundo, con el Everest, el pico más alto del planeta, o el Annapurna como escenario. También se puede descargar adrenalina haciendo rafting por turbulentos ríos, parapente o puenting en gargantas de vértigo.

Escena cotidiana.
Escena cotidiana.

Para quienes prefieran descubrir el país a un ritmo más tranquilo, contemplar el espectáculo de las montañas desde un mirador o perderse por las calles y templos de ciudades con atmósfera y costumbres ancestrales, donde mitología e historia se confunden, el valle de Katmandú, Patrimonio de la Humanidad desde 1979, es el sitio.

Su inaccesibilidad y el hecho de haber permanecido cerrado al exterior hasta 1951 han permitido que hoy este lugar siga manteniendo cierto aire de misterio, a pesar de que el paso de los occidentales ha dejado huella. Katmandú, Patan y Bhaktapur son las tres ciudades reales del valle, donde se concentra la mayor parte del tesoro patrimonial nepalí, más de 2.700 templos, estupas budistas y palacios. 

Cerámica secándose al aire libre en Bhaktapur.
Cerámica secándose al aire libre en Bhaktapur.

En la capital de Nepal, que a duras penas se recupera del devastador terremoto que sufrió el país en 2015, los contrastes adquieren dimensiones gigantescas. Los colores ocres dominan el centro histórico, que se puede recorrer a pie iniciando un paseo por Thamel, el barrio más turístico y cosmopolita, para después acercarnos a los templos y palacios medievales de la plaza Durbar, algunos desaparecidos, otros seriamente dañados por el temblor.

La historia nepalí está en sus plazas, espacios abiertos frente a los templos y palacios de las ciudades-estado que formaban Nepal antes de su unificación. Y la de Patan no es una excep­ción. También llamada Lalit­pur o la ciudad de los artesanos, fue la próspera sede de los comerciantes newar y conserva estupas de la era del emperador Asho­ka (siglo III a. C.). Reúne, además, la mejor selección de restaurantes del valle.

En el valle de Katmandú está la esencia del país

De las tres ciudades que se disputaban el poder sobre el valle, Bhaktapur es la más antigua y quizá la más cautivadora. La Ciudad de los Devotos, significado en sánscrito de su nombre, es un viaje en el tiempo. Pese a los daños del terremoto, sigue repleta de templos y pagodas, como la de Nyatapola, de nueve plantas, la más alta del país. Las callejuelas desembocan en plazas en las que sus habitantes desarrollan sus tareas cotidianas, con una calma de otra época. El terremoto no pudo con Bhaktapur.

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