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Bombay, ciudad de leyendas donde los sueños no mueren

La capital del cine de la India es caótica, ruidosa y bellísima

El hotel Taj Mahal frente a la Puerta de la India, monumento construido en 1911 durante el dominio británico.
El hotel Taj Mahal frente a la Puerta de la India, monumento construido en 1911 durante el dominio británico.GettyImages

El visitante que llega por primera vez a Bombay sufre el impacto de una ciudad de fuertes contrastes, deteriorada, ruidosa, superpoblada, caótica. Es el gran centro de producción de cine (Bollywood), la gran urbe cosmopolita, bellísima, acogedora de culturas y religiones, hospitalaria. Así es la capital del estado indio de Maharastra, lugar de leyendas, reunión extraordinaria de tipos y caracteres representados en confusa mezcla.

Fue en el siglo XVI cuando Bombay –Mumbai desde 1995, siguiendo una ola en el país para sacudirse el legado colonial– empezó a interesar para el comercio debido a su situación estratégica, en las costas del mar arábigo. Los primeros europeos que llegaron fueron los portugueses en 1509, que llamaron a la bahía, con su conjunto de siete islas, Bom Bahia; su paso fue efímero. En el XVII los británicos se hicieron con el control y fue creciendo hasta convertirse en la puerta de la India para el imperio colonial.

Devota del dios de cabeza de elefante Ganesh, es lugar de fantasías infantiles

Siglos antes, las islas estaban habitadas por los kolis, un pueblo de pescadores que aún conserva sus tradiciones y zonas de pesca. Aunque permanentemente amenazados por el desarrollo de la ciudad, son un vivo ejemplo de la capacidad india para mantener tenazmente su forma de vida. Hoy, las mujeres kolis venden diariamente el pescado que traen sus maridos a Sassoon Dock, el multitudinario puerto de pescadores, uno de los más antiguos de la urbe. Con sus saris recogidos para hacer cómodamente su trabajo, son una estampa de colorido en las mañanas que, sin duda, hay que ver; es la quintaesencia bombaití.

Fueron los ingleses los que trazaron y construyeron Bombay. Por eso, es escaso el legado arquitectónico indio. La metrópoli es una síntesis de Oriente y Occidente, a la vez que del subcontinente indio.

Ciudad victoriana

La huella británica quedó plasmada en los edificios neogóticos que se descubren en esta megaurbe de más de 20 millones de habitantes, junto a precarias construcciones de adobe, o simplemente de cartones y latas, y al lado de espectaculares rascacielos.

Hasta hace unos años era considerada como uno de los mejores exponentes de ciudad victoriana en el mundo: la universidad neogótica, la corte de justicia de estilo normando, la central de ferrocarriles, que destaca entre las palmeras del oval maiden, espacio verde abierto de la India colonial donde se juega al críquet y al fútbol…

Participantes en un festival hindú.
Participantes en un festival hindú.GettyImages

Hoy se aprecian reminiscencias de su pasada grandeza, a pesar del deterioro de sus edificios y jardines y de la degradación de las condiciones de vida de muchos de sus habitantes.

Cuando se pasea por las zonas europeas se encuentran amplias avenidas que siguen una planificación en su trazado. No es así en el resto de la ciudad, en los barrios hindúes y musulmanes, donde las casas se amontonan y la gente se aglomera en ellas, donde cada edificio presenta un ángulo distinto, dando la impresión de que la calle discurre por un pasadizo que se estrecha por un templo de fuego, si estamos en un barrio parsi, un templo hindú, una mezquita o una caja de registro utilizada por un vendedor para apoyar su puesto. La actividad en estas calles es febril: bicicletas, rickshaws, autobuses desvencijados, vacas que entorpecen el tráfico. Y gente, gente por todas partes.

Cuando el viajero la abandona, surge una sensación de alivio, en contraposición con la impresión de dejar un lugar repleto de vida

Esta ciudad, devota del dios de cabeza de elefante Ganesh, lugar de fantasías infantiles, que tiene algo de mágico y simbólico, ejerce un enorme atractivo para todo aquel que la visita. Para el turista pudiente que se aloja en el hotel Taj Mahal, para el hippy trasnochado imbuido de cierto misticismo oriental, para el hombre de negocios, para el viajero que siempre ha soñado con ir a la India. Ciudad para el que nada tiene. Ciudad, en fin, acogedora de todos.

Cuando el viajero la abandona, la sensación de alivio, de visiones patéticas, surge en contraposición con la añoranza de su entrañable belleza y, sobre todo, con la impresión de dejar un lugar repleto de vida que sigue adelante.

Estación de ferrocarril, Patrimonio de la Humanidad.
Estación de ferrocarril, Patrimonio de la Humanidad. GettyImages

Visiones de una megaurbe

Mercados y bazares. Se extienden por toda la ciudad y son todo un mundo en sí mismos. Bombay es un sorprendente e inmenso bazar. Al sur, Crawford, el mercado central, es un auténtico hervidero humano. Construido en 1867, tiene casi dos kilómetros, y en él se puede encontrar desde flores y verduras hasta ropa y las más variadas mercancías, tipos de gente y olores.

Dabbawala. Hacia el mediodía, en el centro de la ciudad, se inicia un espectáculo único en el mundo. Es el servicio de los dabbawallah, empleados que reparten el almuerzo a miles de oficinistas del barrio Hutatma Chowk, considerado por la escuela de negocios de la Universidad de Harvard como el servicio de reparto más eficaz del mundo. No se equivocan nunca de destinatario. Se ha convertido en una atracción turística.

El hotel más emblemático. Frente a la Puerta de la India, el Taj Mahal es el hotel más simbólico de Bombay, todo un monumento neoclásico. Si el presupuesto no alcanza para alojarse en él, conviene darse un paseo por sus lujosas galerías comerciales.

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