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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una legislación antimonopolio que no asfixie la competencia global

Europa debe tener en cuenta la realidad de un mundo que económicamente ya no tiene fronteras

La decisión anunciada ayer por la Comisión Europea de prohibir la fusión acordada por Siemens y Alstom no solo ha frustrado los planes de ambas compañías para crear un campeón mundial del sector ferroviario, sino que ha puesto sobre la mesa –y no es la primera vez– el debate sobre la necesidad de reformar la legislación europea sobre competencia. Bruselas ha rechazado la operación que ambos gigantes industriales anunciaron en septiembre de 2017 con el fin de unir sus negocios ferroviarios para crear el número dos del mercado mundial, así como afrontar en mejores condiciones la competencia global, en especial, frente a la china CRRC. La compañía resultante de esa integración contaría con más de 60.000 empleados, una facturación anual de 15.300 milllones y una cartera de pedidos de más de 61.000.

La argumentación de Bruselas para vetar la operación es impecable desde el punto de vista de la legislación europea vigente, un corpus normativo que ha mostrado con frecuencia su rigor a la hora de evitar los monopolios en Europa. De acuerdo con esa legislación, la Comisión entiende que la fusión dañaría la libre competencia en el sector de los trenes de alta velocidad y los sistemas de señalización y considera, además, insuficientes las cesiones ofrecidas por Siemens y Alstom para minizar ese efecto. El dictamen resta importancia a la amenaza que suponen actualmente la actividad de las compañías chinas, un argumento que resulta bastante más discutible, dada la rapidez con la que se transforma un mercado que cada vez está más globalizado.

Desde Berlín y París se tachaba ayer la decisión de error político y se reclamaba una revisión de la legislación europea sobre esta materia. Se trata de una propuesta razonable, pero también de un reto complejo, que exige guardar el equilibrio entre la protección de la libre competencia en Europa, un principio inseparable de la libertad de empresa, y la necesidad de abrir puertas a la creación de conglomerados empresariales capaces de tratar de tú a tú a los grandes gigantes globales. Más allá de que en esta operación concreta se hayan podido ofrecer mayores cesiones, como parece dejar entrever Bruselas, es hora de reflexionar a fondo sobre una legislación que ha custodiado celosamente la libre competencia intra muros en Europa, pero que no puede ignorar la realidad de un mundo que económicamente ya no tiene fronteras.

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