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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La economía precisa activismo reformista ante las señales de agotamiento

La actividad y empleo deben ser blindados y puestas fuera de la erosión de la confrontación política

CINCO DÍAS

Los efectos de la guerra comercial abierta por EE UU contra China de forma explícita y contra Europa de forma tangencial han llegado a la economía española. El servicio de estudios del Banco de España, seguramente el más reputado de cuantos se aventuran en la exploración de la actividad futura, ha recortado la estimación de crecimiento hasta el 2,6% (una décima) y pone en duda que los nuevos objetivos de déficit del Gobierno (2,7% para este año), entregados a Bruselas y pendientes de aprobación por las Cortes, puedan cumplirse. Pero estima además que la sombra de la desaceleración del comercio exterior será más prolongada en los dos años siguientes, con un desempeño menos optimista del consumo y de la inversión, que se traducirá también en el del empleo.

Pero además de estos efectos medibles, el Banco de España alerta de un proceso de lento agotamiento de las medidas expansivas aprobadas en los últimos años, tanto las relativas a cambios normativos que flexibilizaban los mercados de bienes y servicios como de las de carácter fiscal. Un agotamiento que llevará de forma acelerada a la actividad a moverse en sus baremos potenciales, más propios de los países maduros de la Unión Europea que de los exhibidos estos años pasados por España. Tales escenarios, que suponen crecer en torno al 2% en vez de por encima del 3%, parecían razonables una vez superada la fase de salida vertical de la crisis; pero la corrección de los principales desequilibrios del país, el endeudamiento público y el desempleo, precisan de un vigor adicional de la actividad.

No le falta razón a los redactores del informe del Banco de España cuando apuntan a la elevada fragmentación parlamentaria como un obstáculo para proporcionar visibilidad presupuestaria, así como para retomar una agenda reformista que ensanche el crecimiento potencial de la economía y que pueda compensar los efectos contractivos adicionales que puedan generar el endurecimiento de la política monetaria ya iniciado en EE UU y la espiral arancelaria de los últimos meses.

Pero esta dificultad no es nueva y sus efectos sobre las decisiones económicas, tampoco. El PP paralizó sus reformas por la ausencia de una mayoría consistente y el PSOE tiene dificultades incluso para cambiar una sola cifra del Presupuesto, tal como se ha evidenciado esta misma semana en el Parlamento. Unos y otros son en parte responsables de esta especie de parálisis de gestión que está filtrándose poco a poco en la actividad económica y puede empezar a tener efectos nocivos también sobre la ocupación. Y ambas cosas, actividad y empleo, deben ser blindadas y puestas fuera de la erosión de la confrontación política, por legítima que sea esta. Lo primero es antes.

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