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Tribuna
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Barcelona, sobrevivir al terror

Ni el turismo interior ni el exterior han cambiado sus destinos por los atentados de hace un año

Familiares de las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils de 2017, ayer haciendo una ofrenda floral en Las Ramblas de Barcelona.
Familiares de las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils de 2017, ayer haciendo una ofrenda floral en Las Ramblas de Barcelona.GETTY IMAGES

Tras la conmoción, tras el desgarro, tras la realidad, la vida sigue, con su monotonía, quizás hasta cartesiana. Los atentados de hace un año no han sido distintos a los que han acaecido en otras ciudades y capitales europeas. El zarpazo del yihadismo ataca donde puede, donde obtiene repercusión mediática, a veces incluso con un cálculo frío, como el del 11 de marzo de 2004. Pero como en Madrid, Barcelona ha recobrado su pulso casi al instante. Más allá de la alarma y la sorpresa inicial por el atentado, turistas, ciudadanos, comerciantes recobraron su normalidad. La enorme ola de solidaridad y afecto primero con las víctimas, después con la ciudad, fue total en toda España y en el mundo entero.

Quienes perpetraron, pero sobre todo quienes idearon aquellos atentados de las Ramblas y de Cambrils, en lo más turístico de las dos localidades buscaban el mayor daño posible y la mayor de las repercusiones mediáticas. Desgraciadamente el golpe mortal ha sido el mismo que otros antes han hecho con otros atentados. Luego vinieron ciertas politizaciones y controversias policiales no exentas de vergonzosos reproches, a la vez que omisiones. Eso forma parte del espectáculo mediocre al que los políticos, no todos, son dados.

Particularmente no creo que aquellos dos atentados hayan hecho daño ni a la imagen de la ciudad ni al turismo y especialmente los fuertes impulsos económicos tanto de inversión como de gasto que este trae consigo. Si algo es claro es que sabemos que todos somos vulnerables en cualquier momento y en cualquier lugar o punto. Es más, fuera de las grandes ciudadades de cada país la exposición y facilidad para atentar crece, pero no goza del impacto mediático que puede tener un atentado en una gran ciudad.

Barcelona lloró a sus muertos, les ha homenajeado, les homenajeará en este primer aniversrio, con polémica política incluida y llamadas cruzadas tanto a boicotear alguna presencia como no hacerlo en un esperpéntico ajedrez político en el que se ha convertido el carrusel de la vida política en los últimos tiempos y máxime en Cataluña. Algunos a veces piensan y se preguntan el por qué de los homenajes a los muertos, y el papel, mejor papelón, de los políticos, dados de por sí al homenaje, en estos actos. El dolor solo se queda donde verdaderamente golpea: en las víctimas y sus familias. El resto vive con su vida y su rutina. Tal vez siempre ha sido así y no debe ser de otra forma.

Quienes insinúen aunque no justifican que aquellos atentados han influido en el turismo dan un diagnóstico erróneo. El turismo no se ha resentido. Es cierto que puede tener un efecto negativo de cortísima duración en los primeros momentos, pero no es una tendencia. Puede que en las primeras semanas y primeros días algunas personas y familias se retrajesen de viajar a la ciudad. Pero ha sido un fenómeno aislado y pasajero. Sí ha aumentado el interés por la seguridad en los planes de ayuntamientos, Estado, etc., pero en general la confianza en nuestro país es sumamente elevada.

Seguridad y turismo son un cóctel indisociable que ha llevado a nuestro país a récords extraordinarios de turismo. Otra cosa es la calidad y el gasto diario de esos turistas. Pero el terrorismo afortunadamente no ha torcido el camino. Todos sabemos lo que puede suceder en cualquier momento y lugar. Y si algo hemos aprendido es que no se puede, no se debe, vivir con miedo. Ese día sí seremos derrotados por los fanáticos, los intolerantes, los verdugos que desprecian nuestra sociedad, nuestra forma de ser abierta y plural, pese a los múltiples problemas que podamos o no tener y nuestras diferencias que, en el fondo, enriquecen y pluralizan a las sociedades modernas.

Barcelona es la ciudad más visitada de España, un regalo, una joya que duerme en el Mediterráneo. Ni el turismo interior, ni el que viene del exterior, han cambiado sus destinos y proyectos por aquellos hechos. Otra cosa es plantearse si todo lo que ha conllevado el proceso soberanista ha tenido o no impacto en el turismo, sobre todo el interior del resto del Estado. Algo cuyo impacto también puede ser cuestionable. Barcelona ha sobrevivido al miedo, al chantaje, a las garras del terror. Y eso es sumamente importante y refleja la madurez de su sociedad.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho Mercantil en la Universidad Comillas

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