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La crisis turca, otra inoportuna prueba de fuego para la economía mundial

Lo más grave es que el discurso populista de Erdogan va contra una resolución rápida de la crisis

CINCO DÍAS

La errática política económica del régimen de Tayyip Erdogan, su obsesión por recortar la independencia de su banco central y una creciente y peligrosa estrategia nacionalista para captar apoyo popular han desembocado definitivamente en la pérdida de confianza en Turquía de los inversores extranjeros. Las presiones arancelarias anunciadas contra el aluminio y el acero turcos por Donald Trump, en uno de esos alardes de inoportunidad que lo van a llevar a los libros de historia, no han hecho sino exacerbar una situación crítica preexistente y de muy complicada solución. Una crisis que ya se ha convertido en otra indeseable prueba de fuego para la economía mundial.

El plan de acción urgente anunciado por el ministro de Finanzas, Berat Albayrak, para “tranquilizar a los inversores” ha conseguido un efecto contrario por su falta de detalle, y cuestiona el “nuevo modelo económico” turco. Que Erdogan haya optado hace poco más de un mes por su yerno para dirigir el departamento que se ha de ocupar de tan trascendental labor no es la mejor tarjeta de presentación para unos mercados que esperaban el anunciado compromiso con la transparencia en la economía y un trabajo mucho más cercano con los inversores.

A primera hora de ayer, lunes, el Banco Central de Turquía ya se vio obligado a inyectar miles de millones de dólares para garantizar la liquidez de los bancos y tratar de poner freno a la sangría de la lira turca por la desbandada de capitales extranjeros y el enfrentamiento con EE UU. Un pulso ante el que Erdogan dice que no dará un paso atrás, tras acusar a Washington de desatar una guerra económica. La situación amenaza con extenderse a otras economías emergentes. La depreciación de la lira (un 45% en el año) se ha trasladado ya a divisas de otros países, como Rusia, Sudáfrica o India. Los inversores han empezado a deshacer posiciones en bonos y acciones en aquellos, temerosos de la fiebre turca.

Turquía nunca ha sido un socio comercial fácil para Europa. Esta crisis servirá para saber hasta dónde llega la capacidad de la UE y, muy señaladamente, del BCE para afrontar, ayudar a resolver y, en último caso, evitar problemas económicos serios a la puerta de casa. La misma puerta del club a la que Turquía ha llamado reiteradamente. Y son problemas que afectan muy directamente a España, en especial por la muy importante exposición al mercado turco del segundo banco español, el BBVA, que se juega mucho en este envite, como ya ha señalado duramente el mercado.

Con ser lo anterior preocupante, lo más grave es que el discurso populista de Erdogan, hasta poner incluso en duda el futuro de la colaboración militar con EE UU, va contra una resolución rápida de la crisis. Turquía tampoco ha sido nunca un socio cómodo en la OTAN.

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