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El efecto de la longevidad en las decisiones vitales

La longevidad, como hemos visto en otras ocasiones en este blog, tiene múltiples implicaciones en todos los ámbitos de la persona. Una de las consecuencias de vivir más años es que, en muchos casos, las decisiones vitales (estudios, independencia, compra de vivienda, etc.) se van dilatando y posponiendo.

Quizá la repercusión más profunda de la longevidad sobre la vida personal y familiar es que, en el caso de las parejas con hijos, su crianza ocupa cada vez una menor proporción de los años que vivimos. No solo se tienen los hijos más tarde, lo que permite plantear el inicio de la carrera profesional de diferentes formas, sino que, también, los padres viven más años tras la independencia de estos, lo que tiene implicaciones no solo en la carrera, sino también en la capacidad de ahorro o en el tiempo de ocio y sobre las propias relaciones familiares.

Como señalan Lynda Gratton y Andrew Scott en su libro La vida de 100 años, “cuando la vida se alarga, todas sus facetas se transforman. (…) Los hogares tienen menos hijos, pero más abuelos y bisabuelos y en esas familias de cuatro generaciones surgirá la oportunidad de que los mayores desafíen y oriente a los jóvenes y de que los jóvenes, a su vez, presten su apoyo a los mayores. Los padres, una vez que han criado a sus hijos, todavía tendrán tiempo para centrarse en las amistades, que, además, probablemente serán más diversas”.

En este escenario de longevidad, surgen nuevas y más opciones a la hora de tomar dichas decisiones vitales que debemos considerar y valorar, y que tienen su vertiente económica. En su libro, Gratton y Scott, profesores de la London Business School, reflexionan sobre este tema (entre otros). Y señalan diferentes escenarios. Una pareja puede decidir posponer la decisión de tener hijos porque hayan utilizado sus años de juventud para formarse y experimentar con las opciones laborales. Pero se podría “crear otro escenario en el que se conviertan en padres entre los 20 y los 30 años, lo que les daría la oportunidad de construir su carrera a partir de los 30”. En cualquier caso, hay múltiples elementos que influyen y diferentes variables que hay que considerar.

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Estar preparados

Las decisiones vitales se retrasan, en parte, por motivos económicos: es complicado ahorrar para comprar una vivienda si los ingresos no son elevados o jubilarse a los 60 años si no hemos ahorrado lo suficiente para complementar la pensión de la Seguridad Social durante los 30 años que vamos a vivir de media después de jubilarnos.

Otro de los motivos por los que se retrasan las decisiones es por la incertidumbre que conlleva una vida larga, con más transiciones y cambios: ¿tiene sentido que me compre una vivienda si no sé si voy a vivir en esta ciudad el día de mañana? ¿Debo dedicarme solo a trabajar tras mi etapa de estudios y formación o debo continuar formándome a lo largo de toda la vida para poder ir adaptándome a los nuevos tiempos? Las carreras profesionales son también cada vez más inciertas y hay que estar preparado. Como decía Paul Auster: “Si no estás preparado para todo, no lo estás para nada”.

En otros casos, los motivos por los que posponemos las decisiones vitales son completamente personales: “Si hay muchos años de vida por delante, ¿tiene sentido casarse o irse a vivir en pareja joven o empezar a trabajar justo tras terminar la universidad en lugar de tomarse un año sabático?

En una vida más larga, las opciones se convierten, por tanto, en algo valioso. A lo largo de los últimos años han ido aumentando las opciones a nuestro alcance, por eso, las ‘recetas’ de nuestros padres, o de nuestros abuelos, no nos sirven para tomar nuestras propias decisiones y tenemos que adaptarnos a la situación que nos ha tocado vivir. Y es aquí donde tener un plan que aúne los elementos personales, familiares, profesionales y financieros se convierte en la clave del éxito para tomar las decisiones de la mejor forma posible.

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