Llega la filantropía de los datos personales
El futuro de la responsabilidad social corporativa pasa por el uso de información para buenos fines
Ya es 2018. Y como cada enero, mi primera lectura del año es un documento que publica el departamento de inteligencia de J. Walter Thompson (Future 100 se llama) y que intenta adivinar cuáles van a ser las principales tendencias en el mundo de la tecnología, la cultura, la salud o los negocios para los próximos 12 meses. Se publica hace unos cuántos años y es una verdadera joya.
No creo en las hojas de ruta y en los Nostradamus de las tendencias, pero mirar más allá de nuestras narices e identificar cómo se comportan el resto de seres humanos y que sueñan, crean e inventan tiene un valor incuestionable.
Este año me ha llamado la atención una predicción en concreto. Algo que algunos han comenzado a llamar data donation. ¿Donación del data? ¿Donación de los datos? ¿Donación de los metadatos? El informe señala al data donation como un futuro claro para la responsabilidad social corporativa.
¿Por qué no ceder los datos –con las debidas medidas de privacidad– a la academia y a los investigadores para identificar patrones y nuevas formas de mejorar el mundo?
En un mundo donde la red representa ya el espacio donde se enfrentan el bien y el mal, el cielo y el infierno, y donde el destino de la huella digital de los miles de millones de internautas se ha convertido en un valor preciado para que Gobiernos, anunciantes, marcas y bancos nos sigan y conozcan al milímetro nuestros comportamientos, poder compartir datos y tecnología para hacer el bien parece a simple vista un cambio bastante sano.
La ironía de nuestros tiempos es que todos vivimos nuestra vida digital, publicamos lo que hacemos y lo que comemos, operamos cuentas bancarias y nos enamoramos sin pararnos a pensar demasiado qué ocurre con esa información o dónde se almacena. Un estudio realizado con la herramienta Sonar revelaba hace pocos días que el 71% de los usuarios no entiende para qué quieren las empresas sus datos o qué hacen con ellos.
Algo harán. Está bien. Es el precio que tenemos que pagar por vivir en la era digital. Pero, aparte de para vendernos más productos o para vigilarnos, casi todos nosotros estaríamos dispuestos a ceder nuestra huella digital si eso nos ayuda a construir sociedades más justas y ciudades más limpias.
Poco a poco –a pesar del ruido, los fake news, los memes y las ínfulas de Trump sobre el tamaño de su botón nuclear– nos estamos convirtiendo en un planeta conectado del todo. Algo no tan distante de los mundos que describía Asimov cuando hablaba de la fundación. Y las grandes empresas también tienen una responsabilidad ahí.
Los datos de Uber o de Cabify pueden ayudar a planificar mejor las ciudades y reducir las tasas de contaminación (Naciones Unidas acaba de premiar un proyecto que usa los metadatos para evaluar cómo limpiar el aire de la Ciudad de México). El Centro para el Crecimiento Inclusivo de Mastercard está siendo pionero en utilizar metadatos con el fin de buscar maneras de acercar a la economía global y a los mercados más básicos a 2.000 millones de personas en economías empobrecidas.
Y la ONU, a través del United Nations Global Pulse, plantea la necesidad de que el sector privado, los Gobiernos y la academia se unan de una forma contundente para que el análisis de las toneladas de información que se generan cada día sirva para hacer el bien, conectar a los inconectados y defender los derechos humanos que son, en sí mismo, recetas para consolidar el crecimiento, también el económico, de todos. Si las corporaciones quieren poner su granito de arena en mejorar el mundo, tienen en la filantropía de los datos un camino para hacerlo. Quizás, en el proceso, los casi 4.000 millones de internautas empecemos a temerles menos.
Ramón Pedrosa es Presidente de Minister of Munitions y experto en relaciones con inversores