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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa debe responder al órdago proteccionista de EEUU

La reforma fiscal de Trump afectará a 700 empresas españolas que operan en EEUU

Reuters

A medida que pasa el tiempo y la Administración Trump se afianza en la Casa Blanca, la agenda del nuevo presidente adquiere perfiles firmes y definidos. Es el caso del proteccionismo comercial presente en su campaña electoral, que algunos confiaban en que se diluyese, pero que lejos de ello parece fortalecerse a medida que avanza el mandato presidencial. El último episodio en esta materia es la reforma fiscal que ha anunciado la Casa Blanca, con la que Trump pretende cumplir su promesa de hacer volver a casa a las empresas estadounidenses que han deslocalizado su producción, con el fin de incentivar la creación de puestos de trabajo en el país.

El espíritu que anima la norma diseñada por el presidente no es la zanahoria fiscal, sino el palo sin matices. No es fácil calificar de otra forma una reforma que introduce penalizaciones para las transacciones financieras entre empresas de un mismo grupo, así como para la repatriación de los dividendos. Se trata de un golpe en toda regla al libre mercado que perjudicará tanto a las empresas estadounidenses que operan en otros países como a las extranjeras con sede o intereses en EEUU. Entre estas últimas figuran 700 empresas españolas instaladas en EEUU, que generan en conjunto 90.000 empleos. El mismo número de compañías estadounidenses opera en España, con un potencial de un millón de puestos de trabajo. Existe el riesgo de que algunas leven anclas si la norma va adelante.

Todo apunta a que la Administración Trump está dispuesta a utilizar la política fiscal para forzar a las empresas estadounidenses a repatriar su actividad y crear empleo en el país. Pero en ese objetivo, de carácter clara y profundamente proteccionista, la norma dañará también la actividad de las compañías extranjeras. Varios países de la UE, entre ellos España, han alertado ya a la Casa Blanca del potencial que tiene esta reforma para provocar una catástrofe en el comercio trasatlántico. También sostienen que la norma viola las normas internacionales y acuerdos bilaterales entre Europa y EEUU.

Es evidente que la reacción frente a esta medida fiscal exterior debe ser europea y unánime, eminentemente diplomática, pero firme y sin fisuras. La UE no se beneficiará de una guerra comercial, pero tampoco puede permitirse arrugarse frente a una política exterior estadounidense que aspirar a alterar unas reglas de juego hasta ahora aceptadas de común acuerdo. Una reacción bien pensada y eficaz es necesaria. Y no debería demorarse mucho tiempo.

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