Las casas de techo cubierto de paja y forma inclinada, como si fueran manos juntas en oración, son el símbolo de Shirakawa-go, histórica aldea ubicada en el corazón de los Alpes Japoneses. La prefectura donde se ubica y otras ocho de la zona centro del país se han unido para crear Shoryudo, una región imaginaria cuyo nombre alude a la silueta de un dragón, con el objetivo de promocionar atractivos turísticos como esta aldea y hacer contrapeso a los tres destinos clásicos: Tokio, Kioto y Osaka.
Shoryudo, que significa la región del dragón emergente, es una de las nuevas rutas que Japón está promocionando para reducir la concentración de turistas en Tokio, Kioto y Osaka. El nombre alude a la silueta que este territorio dibuja en el mapa, ascendiendo desde Nagoya, la ciudad más grande, que sería la cola, hasta la península de Noto, que sería la cabeza.
Es una región montañosa ubicada en el centro del país que abarca nueve prefecturas y que recorremos de norte a sur a través de una extensa red de carreteras flanqueadas por la exuberante vegetación. El territorio está poblado de castillos samuráis, aldeas de pintoresca arquitectura, templos budistas y pequeñas ciudades donde los cambios de estación se celebran con coloridos desfiles.
Papelitos de la suerte y sandalias gigantes en el templo Sensoji
Distrito de Asakusa. Tokio es una gran metrópoli con oasis de tradición. Uno de esos refugios es Asakusa, barrio donde se encuentra el templo Sensoji, el más antiguo de la capital. En realidad, el monumento es un complejo de salones y santuarios dedicados al culto de deidades budistas. La entrada principal es la puerta de los truenos o Kaminarimon, que este mes está cubierta por andamios debido a trabajos de mantenimiento. Si no tiene la suerte de verla en todo su esplendor, más adelante está Hozomon, la segunda puerta, que es muy parecida a la primera y se ubica, además, al lado de la pagoda de cinco pisos.
La estructura de color rojo bermellón está custodiada por dos musculosas estatuas de iracundo gesto (conocidas como Nio) y de su techo cuelga una gran linterna de papel rojo. Del otro lado llaman la atención dos gigantescas sandalias de paja tradicionales (warajis). Cada una pesa media tonelada y son una ofrenda de los habitantes de la ciudad de Maruyama, en la prefectura de Yamagata.
Al frente del salón de adoración principal verá mucha gente leyendo su suerte en unos papelitos conocidos como omikuji (lotería divina) que se extraen al azar de unos cajoncitos. Si la predicción es desfavorable, el papelito se ata a unos alambres para que la mala suerte se quede atrapada en el templo.
Degustación de sushi, miso y sake, la quintaesencia de la comida japonesa
Toyama. Después de cuatro días en Tokio, entramos en la región del dragón emergente por vía aérea a través de la ciudad costera de Toyama, donde visitamos un museo dedicado al sushi de trucha, plato típico de la región que se consume desde hace 300 años y que la compañía local Minamoto sigue elaborando con técnicas tradicionales. El museo exhibe maquetas de embarcaciones y cestas en las que antiguamente se transportaba el pescado y da la posibilidad de que grupos de hasta 20 personas experimenten la preparación a mano de su propio sushi. La actividad dura unos 60 minutos, pero debe reservarse con anticipación.
Bajando en dirección a Kanazawa, la segunda parada fue la fábrica de Yamato Soysauce, empresa familiar que lleva 106 años dedicada a la elaboración de sake y salsas de soja, miso y wasabi, a las que recientemente ha añadido vinagres para sushi. El sake es una cerveza de arroz que tiene propiedades digestivas y medicinales, por lo que se considera el secreto de la longevidad y el cutis impecable de los nipones. Las salsas, en tanto, constituyen la quintaesencia de la comida japonesa y la clave de su aroma y sabor agridulce.
Tanto estos condimentos como el sake y su variante dulce, el amazake, se elaboran a partir de la fermentación del arroz y la soja con un hongo llamado koji, que Yamato atesora en sus bodegas.
Un mercado de productos exóticos, el barrio de las geishas y el jardín perfecto
En Kanazawa empezamos la mañana con una visita al mercado de productos frescos Omi-cho, que desde mediados del siglo XVIII es el principal abastecedor de pescado y mariscos de la ciudad. Aquí encontrará ejemplares exóticos del mar de Japón, como el jurel amarillo y las tiras de algas wakame. A continuación, nos dirigimos a Higashi Chaya-gai, el barrio de las geishas. Una chaya es un salón de té donde estas refinadas artistas bailan, cantan y tocan el shamisen, pequeña guitarra de tres cuerdas y largo mástil.
Construida en 1820, Kaikaro es la casa más famosa. En ella se pueden apreciar elementos clásicos de la arquitectura chaya, como los kimusukos, celosías de madera que dejan entrar el sol pero impiden que los transeúntes puedan mirar al interior. Los espectáculos son de acceso exclusivo para clientes habituales. Sin embargo, el salón ofrece shows abiertos al público tres o cuatro noches al año.
El momento más relajado del día lo pasamos en el jardín Kenrouken, considerado perfecto porque reúne los seis atributos básicos: amplitud, reclusión, artificio, antigüedad, cursos de agua y panorámicas. Arroyos serpenteantes recorren el terreno de 11 hectáreas poblado de majestuosos pinos, bosquecillos de ciruelos y hermosas flores. La primera quincena de abril, cuando florecen los cerezos, es la mejor época del año para visitarlo.
La sorpresa de la ruta: una aldea perdida en medio de las montañas
Shirakawa-go, prefectura de Gifu. En el camino de Kanazawa hacia Takayama, aparece ante los ojos desprevenidos del viajero un pueblo agrícola perdido en medio de las montañas cuyos habitantes llevan siglos preservando su estilo de vida. Es la aldea de Shirakawa-go, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1995. Pese al tiempo transcurrido desde la distinción, todavía es un sitio poco conocido y, por eso, fue la sorpresa más grata de este viaje.
El mejor punto para contemplarla es el mirador del castillo de Ogimachi. Desde allí se aprecia cómo las casas, campos de arroz y jardines se esparcen a lo largo de la aldea, conectados por una red de canales de agua procedente del río Shokawa. De hecho, la disposición de las casas refleja el curso de la corriente. Lo más pintoresco del pueblo son sus casas de madera y tejado triangular, a fin de que pueda soportar el peso de la abundante nieve que cae en invierno. A este diseño se conoce como gassho, que significa manos en oración.
En el cuidado de las viviendas participa todo el pueblo a través de un sistema de labor comunal llamado yui. Así, por ejemplo, todos ayudan a cambiar la paja que cubre los tejados, cosechar arroz en otoño, retirar la nieve en invierno y plantar flores en primavera. Muchas de las casas de estilo gassho se han convertido en alojamientos o museos.
El festival de las carrozas doradas y un baile para honrar a los ancestros
Takayama y Gujo Hachiman, Gifu. Los matsuris son festivales de origen sintoísta que cada comunidad organiza para pedir a las fuerzas de la naturaleza buenas cosechas y prosperidad. En Japón se celebran cientos de matsuris, pero uno de los tres más bellos es el de Takayama, en la prefectura de Gifu, cuyo atractivo principal es el desfile de carrozas por las calles de la ciudad.
La fiesta empezó hace 350 años como una sencilla ceremonia de pueblo, pero creció en magnificencia cuando la industria de la madera atrajo a la región gran cantidad de productores de sake y comerciantes de tela, muchos de los cuales entraron en competencia por ver quién patrocinaba la construcción de la carroza más espectacular.
Decoradas con tallas de madera dorada y detalles metálicos, estos vehículos salen dos veces al año, en primavera (el 14 y 15 de abril) y en otoño (el 9 y 10 de octubre). El resto del año se pueden contemplar en un museo ubicado junto al santuario de Sakurayama.
Otra manifestación muy popular es el festival de danza Odori, que se celebra todas las noches de verano en el pueblo de Gujo Hachiman, para honrar a las almas de los ancestros. Hombres y mujeres visten yukata, una prenda más ligera que el kimono, y realizan cadenciosas coreografías al son de los tambores, shamisens y flautas, mientras hacen sonar las getas (sandalias de madera) pisando con fuerza el suelo.