Mauricio, la isla del encanto
Un islote que seduce al viajero con muchos más encantos que sus arenales coralinos y sus montañas de fuego La afabilidad y simpatía de sus gentes le hará sentir como en casa
A vista de pájaro, un diminuto punto negro salpicado de tonos verdes por mar y por tierra parece flotar sobre la inmensidad del océano Índico. Es la isla Mauricio, un crisol de culturas y un mosaico natural donde el Edén deja de ser un sueño para convertirse en realidad. Jardines tropicales, cráteres, montañas, cascadas y playas casi infinitas, cuando el horizonte del mar y la tierra se funden, que ni sacadas de la mejor campaña publicitaria: arenas blancas y aguas turquesas transparentes donde, como en una inmensa pecera, pululan los peces de colores.
A medida que la aeronave se aproxima al islote, desde la ventanilla del avión le parecerá que ese pequeño trozo de tierra, a merced de suaves olas y rodeado por una laguna coralina, va a ser engullido por una inmensa y fantástica catarata submarina. No se alarme. Es un impactante y maravilloso efecto óptico provocado por el movimiento del mar, los sedimentos de arena y los depósitos de limo en el extremo suroeste de la isla.
Entre una semana y diez días le serán suficientes para recorrer de norte a sur y de este a oeste esta pequeña isla
A 900 km de Madagascar, frente a las costas de África, esta isla tropical ha sido a lo largo de su historia colonizada por árabes, malayos, portugueses, holandeses, franceses y británicos. De ahí la enorme mezcolanza de sus gentes, especialmente amables, simpáticos y siempre con una sonrisa puesta para recibir y guiar al extraño.
Mauricio ha sido tradicionalmente un destino de lujo y, desde hace unos años, para muchas parejas españolas es el viaje de su luna de miel. Pero sus apenas 2.000 km2 de superficie tienen mucho más que ofrecer que sol y playa.
No es un destino barato y la media de estancia suele ser entre una semana y diez días, que dan de sí lo suficiente para recorrer de norte a sur (65 km) y de este a oeste (48 km) esta pequeña isla. La mejor época para ir es a partir de noviembre.
Le Morne
Sobre su redonda orografía emerge su montaña fetiche, Le Morne, en el sudoeste, uno de sus mayores atractivos turísticos y la imagen más fotografiada de la isla junto con sus playas salvajes. Esta roca basáltica solo se eleva unos 500 metros sobre el nivel del mar. Antiguo refugio de esclavos huidos –los cimarrones–, hoy es uno de los mejores miradores naturales; necesitará guía si quiere llegar a la cima y evitar riesgos innecesarios.
Rodeada por una laguna, tiene numerosas cuevas, algunas de ellas se pueden explorar –también con guía– y allí crecen algunas de las plantas más raras del mundo como una variedad del hibiscus.
Playas
Hileras de palmeras y cocoteros descienden hasta las espectaculares playas de polvo coralino blanco –los más tiquismiquis podrán tumbarse sin temor a que se le pegue en el cuerpo–. Los arenales no son especialmente anchos, pero sí largos, por los que pasear y deleitarse con las mágicas puestas de sol. En el paseo se sentirá tentado de llevarse alguno de los bonitos restos de coral que las olas han arrastrado hasta la arena, pero si le descubren en el aeropuerto puede sufrir una severa multa.
Cada playa tiene un encanto especial y aunque en todas se pueden practicar numerosas actividades y deportes acuáticos, las del norte harán las delicias de los amantes de la pesca de altura, y desde allí, los más aventureros, podrán avistar tiburones.
En el sudoeste están las playas más ventosas, sobre todo en los meses de nuestro verano, ideales para practicar kitesurf o windsurf. Un espectáculo de color y acrobacias entre cometas y velas al viento que concentra en la arena a numerosos curiosos y espectadores, sobre todo en las primeras horas de la mañana. No se preocupe, bañistas y deportistas tienen sus espacios naturalmente acotados y no se molestan.
Las playas son tranquilas y con nulo o escaso oleaje y se podrá adentrar en ellas, pero no se confíe, las corrientes pueden jugarle una mala pasada y no suele haber socorristas. No desprecie las indicaciones por muy idílica que le parezca la balsa de agua. Disfrute del esnórquel y de las numerosas especies de peces y estrellas de mar que divisará apenas se aleje medio metro de la arena en un mar cálido y de infinitos tonos turquesa.
Volcanes
Como cualquier isla de origen volcánico, uno de los atractivos de Mauricio son sus montañas de fuego y sus cráteres. El más famoso es Trou aux Cerfs, un volcán inactivo, casi en el centro de la isla, cuyo cráter tiene 300 m de diámetro y 80 de profundidad. Las vistas son de cine.
La isla de los Ciervos
Ya no quedan ciervos en ella, pero todas las guías y touroperadores la señalarán como visita obligada. Al este de Mauricio, las playas y el agua de la laguna del islote de los Ciervos tienen fama de ser las mejores y más bonitas del país, pero la masificación de barcos y turistas le resta gran parte de su encanto. La excursión –le llevará casi el día– se realiza en distintos tipos de embarcación, aunque lo más habitual son pequeños catamaranes.
Tras un tiempo de navegación sin más horizonte que el mar, descubrirá un paisaje de pequeñas cascadas y bosques que se adentran en el mar, donde diminutos monos hacen las delicias de los turistas –cada barco tiene su turno para hacer las fotos de rigor–; todas las rutas incluyen también un tiempo para hacer esnórquel y disfrutar de los bellos fondos marinos. Y luego le acercarán hasta una bella playa para disfrutar de una barbacoa, en general, de pescado y pollo, aunque si la paga, tendrá langosta.
Tras la comida llega el plato fuerte, el arribo a la isla de los Ciervos. Además de las célebres playas y laguna, encontrará chiringuitos y numerosos puestos para comprar los típicos souvenirs. También hay un hotel y restaurantes.
Grand Bassin
Al sur de Mauricio está este antiguo cráter, cubierto de agua, que se ha convertido en el mayor centro de peregrinación hinduista de la isla. En el lago hay una gran estatua de Shiva, otros dioses y varios templos en los que se mezclan turistas curiosos y fieles haciendo sus ofrendas.
La tierra de los siete colores
Suena de lo más sugerente y si tiene suerte con la luz y el sol –la visita se recomienda al atardecer– descubrirá un pequeño paisaje arenoso formado por dunas naturales que por los minerales –hierro, aluminio y otros– de su composición forman caprichosos colores –rojo, marrón, violeta, verde, azul, morado y amarillo–. Con suerte, solo alcanzará a diferenciar varios tonos de rojos y ocres, pero resulta de lo más curioso, y el bonito paisaje le recordará a África. Además, allí verá tortugas gigantes. Muy cerca, la cascada Chamarel, un salto de agua de 100 metros.
Guía para el viajero
Cómo ir. Varias compañías regulares tienen vuelo desde Madrid a Port Louis con escala, entre ellas, Saudia Airlines vuela los viernes a Mauricio, con parada de una hora y treinta minutos en Riad. Desde 501 euros ida y vuelta en clase guest o economy y tasas incluidas para billetes adquiridos antes del 31 de octubre para volar hasta el 31 de marzo de 2018. En business, la oferta es desde 999 euros i/v (sin tasas) para billetes comprados hasta el 10 de noviembre y vuelos hasta el 31 de mayo de 2018. Las tasas de aeropuerto a Mauricio son unos 151 euros. Más detalles en Saudia.com. No es necesario visado.
Cómo moverse. Mauricio es un destino muy seguro. El aeropuerto de entrada es Sir Seewoosagur Ramgoolam, a 48 km al sureste de la capital de Port Louis; desde allí tendrá que tomar un taxi o transfer –muchos hoteles permiten contratar esta alternativa– hasta su alojamiento. Otra opción es alquilar un coche en el mismo aeropuerto, que nos parece la mejor opción –si se atreve a conducir por la izquierda– para recorrer de punta a punta la isla. El tráfico no es abundante y las carreteras no son malas. Si no quiere alquilar coche, casi todos los hoteles disponen de taxis que se pueden alquilar con chófer para excursiones de medio día o jornada completa por unas 3.500 rupias (90 euros / 8 horas). Si viajan más de dos personas, le traerá más a cuenta alquilar una miniván con chófer por el mismo coste. Los precios suelen ser fijos.
Comer y dormir. Salvo que esté dispuesto a tirar la casa por la ventana, la mejor opción es un hotel en régimen de todo incluido. Están las mejores cadenas internacionales y, en general, todos los hoteles están en primera línea de playa e incluyen las actividades acuáticas. Comer en un restaurante local no le saldrá por menos de 25 euros, un simple menú de pollo.