Ruta al ritmo del Cantábrico
Pueblos marineros, arquitectura modernista y mucho surf salpican el recorrido desde Asturias hasta Euskadi
Son los guardianes del norte. Ocultas entre montañas tapizadas de pinos y un mar furioso se esconden las playas más salvajes del Cantábrico, refugio de surfistas y viajeros de furgoneta. Entre tanto esplendor natural buscamos asilo y seguimos los trazos del Camino de Santiago para toparnos con pueblos de auténtica estirpe marinera, desde Asturias, Cantabria o Euskadi.
Aquí el tiempo importa muy poco; sobra el reloj y no se teme a la lluvia. Aquellos que arriban al norte saben que esta es otra España y nosotros la vamos a explorar.
No tenemos prisa ni agenda que cumplir, pero por algún sitio hay que empezar y qué mejor manera que hacerlo a lo Carlos V en 1517: desembarcando en el puerto de Tazones, Asturias. La carretera que bordea la ría de Villaviciosa nos lleva hasta este pueblo marinero, ilustre por sus sidrerías y restaurantes especialistas en pescados y mariscos.
En la ladera se enclava esta aldea de apenas 300 habitantes, calles empedradas, hórreos y coloridas casas de una y dos alturas a pie de mar. El olor a sidra y marisco seduce al viajero en su paseo por los barrios de San Roque y San Miguel, e invita a degustar las delicias de la gastronomía astur, como el arroz con bogavante o el pixín (rape) a la parrilla.
Saciados y sin perder de vista el mar, tomamos rumbo hacia Cantabria. Después de pasar otros templos pesqueros como Lastres o Colunga, hacemos una pausa en Ribadesella. Llegar a esta bonita villa, después de descender en piragua el río Sella desde Arriondas, es algo que hay que hacer, al menos, una vez en la vida. No tema, no es tan duro como dicen, ni mucho menos; además, podrá hacer alguna parada técnica en los chiringuitos repartidos en la ribera. Lo tienen todo pensado.
Concluida la hazaña, relájese en la playa de Santa Marina, en la desembocadura del río. Este bonito arenal, al abrigo de la colina de la Atalaya, tiene lujosas casonas de indianos reconvertidas en hotel-palacete y un ambiente surfero que empieza ya a tomar un papel importante en nuestro periplo.
Cuevas del Mar, Gulpiyuri, Torimbia o el Sablón, y así hasta 38. Las playas del concejo de Llanes son tan espectaculares como diferentes entre sí. Al pie de los Picos de Europa y con el siempre cambiante mar, se reparten extensos arenales o pequeños enclaves solitarios, entre cuevas y bosques que llegan hasta la arena en este paisaje exuberante cargado de contrastes. La de Cuevas del Mar cuenta con un chiringuito con buena comida, ambiente distendido y música chill out para acompañar el atardecer.
Dejamos a un lado la autopista A8 para tomar la N 634 y atravesar la primera de las villas marineras cántabras, San Vicente de la Barquera, abrazada por el Parque Natural de Oyambre y custodiada por el imponente Castillo del Rey.
No tardamos en llegar a Comillas, el pueblo más modernista fuera de Cataluña. Nos sacudimos la arena y el salitre acumulados para dejar volar nuestra imaginación y respirar modernismo en estado puro por cortesía del Marqués de Comillas. Bajo su mecenazgo, a finales del XIX, arquitectos catalanes dejaron espléndidas muestras de su talento en la villa, como el Palacio de Sobrellano o la Universidad Pontificia.
Un jovencísimo Gaudí, crearía un idílico palacete, hoy conocido como el Capricho de Gaudí (entrada 5 euros) que parece recién sacado de una confitería o un cuento de hadas. Más allá del modernismo, encontramos en las típicas casonas de la plaza del Corro el lugar perfecto para un tentador encuentro con la gastronomía cántabra, al servicio del mar y la montaña.
La ruta discurre junto a lugares sugerentes como Santillana del Mar, Altamira, Cabárceno o la bahía de Santander, pero es en un lugar más apartado y tranquilo donde ponemos nuestro punto de mira.
Volvemos a la carretera locos por descubrir la costa vizcaína. Cruzamos la ría de Bilbao y rumbo norte nos perdemos en la inmensidad de los bosques de pinos que colman la montaña de Vizcaya, donde la carretera BI 631 zigzaguea hasta alcanzar, por fin, el bronco litoral. Los fans de Juego de Tronos y el resto de los mortales se maravillarán con la estampa de San Juan de Gaztelugatxe (o Rocadragón en la serie).
Un islote rocoso conecta con la costa por un sendero sinuoso y escalonado que atraviesa un puente de piedra y asciende hasta llegar a la capilla erigida en honor a los marineros. Deberá dejar el coche en lo alto de la colina y prepararse para una buena caminata.
En la Reserva de la Biosfera Urdaibai, patrimonio de la humanidad, se esconde Mundaka, cerca de Bermeo, un pintoresco pueblo marinero con una de los mejores playas del Cantábrico para el surf, Laidatxu. A partir de otoño comienzan a llegar surfistas ansiosos por cabalgar su famosa ola de izquierdas, considerada la mejor de Europa.
Para terminar nuestro periplo marinero llegamos a Elanchove, al otro lado de la ría de Urdaibai. Parece imposible creer que hayan podido colocar de semejante manera esa hilera de casas de pescadores sobre el acantilado que parece derrumbarse sobre el mar. En el norte, cuanto más cerca se sienta el Cantábrico, mejor.
Guía para el viajero
Camino del Norte. Nuestra ruta norteña discurre en paralelo al Camino de Santiago del Norte, una de las alternativas al Camino francés, con mayor auge en los últimos años. Recorre parajes boscosos, playas salvajes y ciudades históricas como Bilbao, Santander u Oviedo.
La ola de Mundaka. No hay surfista que no conozca la famosa ola de izquierdas de la playa de Laidatxu en Mundaka. Cuatro metros de alto y 400 de largo son los culpables de que cada otoño el puerto marinero se convierta en lugar de peregrinación obligado en el mundo del surf.
Juego de Tronos a la vizcaína. Después del Guggenheim de Bilbao, San Juan de Gaztelugatxe es el monumento más visitado de Euskadi. Este verano, la serie de HBO, Juego de Tronos, ha colaborado con la causa recurriendo a este legendario paraje para ambientar los exteriores de Rocadragón, nuevo feudo de Daenerys Targaryen.