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El grave error de cálculo de Juncker

La diatriba de Jean-Claude Juncker contra el Parlamento Europeo puede costarle el apoyo de la única institución que le sostiene como presidente de la Comisión Europea.

El presidente de la Comisión Europea ha perdido los estribos a las nueve de la mañana, una hora poco proclive a broncas políticas. Jean-Claude Juncker no ha podido soportar la visión del hemiciclo del Parlamento Europeo en Estrasburgo casi completamente vacío y ha interpretado las ausencias (unas 720 de 751 escaños) como una falta de respeto no tanto a él como, sobre todo, a la presidencia semestral de la UE, ejercida hasta el pasado 30 de junio por la "pequeña" Malta.

Buena parte de la opinión pública coincidirá con Juncker en que el absentismo parlamentario (frecuente no solo en la eurocámara) a veces resulta difícil de entender. Pero las despreciativas palabras del luxemburgués (este Parlamento es ridículo) encajan mal con su propio papel en el entramado institucional que sostiene a la UE.

Juncker ha llegado a amenazar con no comparecer en los debates "de control" si no hay más escaños ocupados, como si sus explicaciones ante la Eurocámara fueran una concesión o requirieran un quórum determinado. Nada más lejos de la realidad.

Como le ha recordado el presidente del Parlamento, Antonio Tajani, la Comisión está sometida al control de los eurodiputados y no al revés. El artículo 230 del Tratado obliga a la Comisión a comparecer cada vez que el Parlamento lo solicite. Y no dice nada de cuántos eurodiputados deben escucharla.

La conducta de los eurodiputados puede parecer reprobable, pero no le corresponde al organismo de Juncker pedirles cuentas sobre su presencia en un pleno.

Por otra parte, la indignación de Juncker sería más creíble si se ensañara con otros puntos mucho más oscuros del Parlamento Europeo, como el escaso control sobre los conflictos de interés de los eurodiputados. Algunos de ellos compatibilizan ocupan el escaño (al menos nominalmente) al mismo tiempo que cobran en paralelo por calentar la silla en varios consejos de administración. Entre ellos, el liberal belga Guy Verhofstadt, gran aliado "europeísta" de Juncker.

El presidente de la Comisión también parece haber olvidado que su supervivencia política en Bruselas depende de ese Parlamento, que le invistió (con 422 votos a favor). Desde la crisis de los refugiados, varias capitales presionan para forzar la dimisión de Juncker, que se ha salvado, en parte, gracias al apoyo incondicional de varios grupos (populares, socialistas, liberales) en el Parlamento europeo que no le parece serio.

Juncker también debería recordar que ese Parlamento "ridículo" puede cesarle a él y a los 27 comisarios con un voto de censura avalado por mayoría de dos tercios de los votos emitidos.

En la historia parlamentaria de la UE ha habido ocho mociones de censura y ninguna ha salido adelante. Pero tampoco se había elegido nunca antes a un presidente surgido indirectamente de las elecciones al Parlamento Europeo. Juncker fue el primero y el apoyo de los eurodiputados le permitió vencer la resistencia de Merkel y Cameron entre otros.

Tal vez, Juncker confíe en congraciarse con los países "pequeños" de la UE, gracias a su defensa de Malta. Pero ese apoyo difícilmente le salvaría ante una ofensiva desde las principales capitales europeas a las que, pese a quien pese, se les escucha más que a La Valeta, y no sólo en el Parlamento Europeo.

Parece que esta vez, la sangre política de Juncker no llegará al río porque él y Tajani (ambos del Partido popular) se han apresurado a calmar las aguas a puerta cerrada. Pero parece claro que Juncker ha roto hoy unos puentes que tal vez necesite si quiere completar los dos años de mandato que le quedan (hasta noviembre de 2019).

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