Francia se resigna a la agenda liberal de Macron
El presidente no oculta su afán reformista en un país resistente a las recetas de la UE y Berlín Los pronósticos y los análisis son incapaces de adivinar su trayectoria
Emmanuel Macron quema plazos, etapas y enemigos a una velocidad inusitada para la política europea. Y tras imponerse en las presidenciales francesas del pasado 7 de mayo, parece a punto de hacerse también con el control de la Asamblea Nacional, lo que le permitirá acometer su agenda de reformas liberales con más comodidad de lo previsto.
Tras la llegada de Macron al Elíseo, Francia parece resignarse a cierto grado de disciplina fiscal y recortes de derechos laborales y sociales tras una década de resistencia a las recetas llegadas desde Bruselas y Berlín y acatadas casi sin protestar en el resto de la zona euro.
La primera ronda de las elecciones legislativas, celebrada el pasado domingo, ha mostrado que Macron cuenta con el apoyo incondicional de una parte de la población (los candidatos de La República en Marcha lograron 6,3, millones de votantes, el 28,2% del total de papeletas) mientras que sus críticos más feroces a izquierda (Jean-Luc Mélenchon) y derecha (Marine Le Pen) sufrían la desmovilización de sus seguidores.
La victoria inapelable de Macron y la pasividad del electorado más crítico resulta muy significativa porque el recién elegido presidente ha dejado claras sus intenciones reformistas durante las cinco semanas transcurridas entre las presidenciales y la votación del 11 de junio.
Lejos de mantener un perfil bajo, Macron ha enviado señales inequívocas al electorado sobre sus planes en política económica, social, de seguridad o europea. El presidente designó primer ministro a un miembro del partido conservador, Édouard Philippe, y asignó las carteras económicas del Gobierno a representantes de la misma familia política.
Pocos días antes de las elecciones del domingo, se filtraron los primeros borradores de la reforma laboral, que prevé flexibilizar las normas de contratación y despido. Una filtración atribuida por la prensa francesa directamente al entorno de Macron, que desearía testar el terreno y preparar a la opinión pública antes de su aprobación definitiva.
El Gobierno de Macron también ha prolongado el estado de emergencia y ha anunciado su intención de incorporar algunas de las medidas de seguridad más draconianas al derecho común, lo que permitiría perpetuarlas si se considera necesario.
Macron tampoco ha ocultado su voluntad de entenderse con la canciller alemanaAngela Merkel si sale reelegida en las elecciones del próximo mes de septiembre.
Los movimientos de Macron han disparado las alarmas a derecha e izquierda del espectro político francés, que consideran a Merkel como la culpable de una política económica que ha convertido a la zona euro en el último lugar del planeta en superar la crisis financiera de 2008 mientras que Berlín se beneficiaba de la debilidad de la moneda única y de un dumping salarial en la industria alemana.
El Frente Nacional ha acusado a Macron de ponerse a las órdenes de Berlín y reducir a Francia a un estado semicolonial como el que sufre Grecia.
En la izquierda, además del giro económico y social, se teme un quinquenio de limitación de las libertades y de los derechos civiles como consecuencia de una cruzada policial y judicial contra el yihadismo.
Pero las voces de alarma han tenido escaso eco electoral y el recién elegido presidente de la República de Francia se encamina ya hacia una probable mayoría absoluta en la segunda vuelta de la elecciones legislativas del domingo, 18 de junio.
Le Pen ha culpado al sistema electoral de su mal resultado (2,9 millones de votos) y Mélenchon asegura que la elevadísima abstención (51,29%) socava la legitimidad del nuevo Gobierno para llevar a cabo su agenda liberal.
El sistema electoral, sin embargo, es el mismo que en 2012, cuando Le Pen cosechó medio millón de votos más en la primera vuelta de las legislativas. Y la abstención, que ha sido la más alta en este tipo de votación desde 1969, procede en menor medida del movimiento de Macron que de los partidos, si se comparan los datos con la primera vuelta de las presidenciales de este año.
Los conservadores (Les Républicains) lograron el 23 de abril más de 7,2 millones de votos con un candidato en extinción como François Fillon. El domingo, lograron menos de la mitad. Los socialistas de Benoît Hamon continuaron su caída libre y han bajado de 2,3 millones a menos de 1,7 millones.
El presidente más joven de la historia de la V República ha logrado barrer así a los rivales de los dos partido tradicionales (socialistas y Les Républicains) apenas un año después de crear su movimiento ¡En Marcha!
Pero el imparable ascenso de Macron también ha conseguido sembrar el desánimo entre los grupos de extrema derecha o extrema izquierda que amenazaban con plantar cara al Elíseo.
La abstención récord del pasado domingo se ensañó con las fuerzas alternativas, que hace solo un mes soñaban con pasar a la segunda vuelta (Le Pen lo logró y Mélenchon se quedó en el camino por poco) e, incluso, con llegar al Elíseo.
Los 7,2 millones de Mélenchon en las presidenciales se dividieron casi por tres el pasado domingo y se quedaron en 2,5 millones para su formación Francia Insumisa.
Le Pen, cuyo liderazgo en el Frente Nacional se está debilitando, ha pasado de más de siete millones de votos en la primera vuelta de las presidenciales a menos de la mitad cinco semanas después.
Macron también ha perdido votos en relación con los 8,6 millones del 23 de abril, pero resiste mucho mejor que el resto. Y, sobre todo, se le abre la posibilidad de lograr el 18 de junio una mayoría parlamentaria con casi dos tercios de los 577 escaños en juego.
Algunos analistas advierten del riesgo que puede suponer el hiperdominio de un presidente que durante cinco años podrá gobernar prácticamente sin oposición, porque espera contar con el apoyo de Les Républicains para reformas como la laboral y de los socialistas para ciertas subidas de impuestos.
Pero Macron ha mostrado una y otra vez que los pronósticos y los análisis son incapaces de adivinar su trayectoria. Hace un año, parecía condenado a esperar hasta las elecciones de 2022 para tener alguna posibilidad de llegar al Elíseo. Hace tres meses, parecía abocado a lograr una presidencia maniatada, sin grupo parlamentario que le respaldase. Ahora, lleva un mes y pico como presidente. Y está a cinco días de lograr la mayoría absoluta sin que millones de franceses se atrevan si quiera a rechistar en las urnas.