¿Qué Europa queremos, qué Europa es posible?
Si la UE no puede dar una imagen única ‘ad intra’, el gigante enmudecerá de inacción política
Se acaban los tiempos de las falsas tribulaciones. También de los de no decidir, o que otros lo hagan por nosotros. Nunca la crisis de identidad que sufre Europa había sido tan fuerte y el liderazgo tan débil. Francia celebró una suerte de reunión directorio entre los cuatro grandes, Alemania, Francia, Italia y España. Ya no está ni estará el que falta. El que ha terminado por ser la espoleta de todo. Curiosamente, todos los países, sus presidentes o jefes de Gobierno viven instalados en la incertidumbre, en la caducidad de alguno o en la provisionalidad de unas elecciones próximas. Nunca como hasta ahora Europa había tenido tamaña desafección. Saber hacia dónde ir, con quién y hasta dónde. Viejas preguntas que esculpen un proyecto que un día fue un sueño y hoy arcilla débil. O más Europa o federalizarla devolviendo competencias a los países. O la Europa de las velocidades distintas que tantas veces pidieron hace década y media Chirac y Schröder. En unos días se cumplirán en Roma 60 años de aquel sueño que alumbraron vencedores y vencidos de la última gran guerra. Y sin embargo la insensibilidad y la inconsciencia sigue presente. Y es que Europa, lo mejor que nos ha pasado a los españoles en estos últimos 30 años, sigue apareciendo demasiado distante y demasiado fría para muchos españoles. La llave de nuestra modernidad y despegue. Pero muchos la culpan también de nuestros males, nuestros excesos. La Europa que nos hizo avanzar por el crecimiento y la confianza, también por romper tabúes y clichés, prejuicios y aislamientos más propios que ajenos.
"La Unión sigue apareciendo demasiado distante y demasiado fría para muchos españoles"
Baste recordar la Europa de hace un siglo. La que se debatió entre barro y sangre, trincheras y odio y hoy sin embargo es espejo de lo que la solidaridad, a pesar de la crisis, la generosidad de miras y la apuesta decidida por unos valores comunes es capaz de ofrecer, de dar y de hacer. Podremos discutir la falta de liderazgo, la miopía de algunos, la cerrazón, cierta inoperancia y falta de reacción, pero Europa es lo mejor que hemos tenido en las últimas décadas. La Europa de la unión y la democracia, los valores y la cohesión, aunque hayan sido muchas y distintas las velocidades y las imposiciones.
¿Qué Europa queremos y hacia dónde y con quién queremos ir? ¿Qué Europa soñamos si es que alguna vez hemos sido capaces de soñar con esa Europa? No hace falta un libro blanco sobre el futuro, sino voluntad de ser, de llegar. Tal vez se ha ido demasiado deprisa, distante de una ciudadanía que siente lejano el horizonte de un sueño, la Europa unida. Distintas velocidades, distintos intereses, distintos liderazgos no siempre en clave holística, sino soberana, particular. Las crisis no son malas per se; al contrario, ayudan a avanzar desde la reflexión, el sosiego y el sentido común, mas, eso sí, siempre que se tenga claro hacia dónde se quiere ir.
La construcción europea ha avanzado a impulsos, unos impulsos jalonados de desencuentros, de tiempos de crisis, si bien no tan lacerante ni persistente como la actual. La Europa de las élites se halla distante en este momento de la Europa real, atrapada en inextricables problemas de decisión, valentía, liderazgo y una visión clara de cómo salir de esta crisis económica, social, política y de valores. Aunque estos son, como en todo, los paganos que importan más bien poco. Incapaz de cerrar la brecha abierta entre Norte y Sur y la respuesta a la crisis económica y financiera sobre todo de los países periféricos del Sur. Desilusión y desafección. Desencanto y distanciamiento. Los vehementes entusiasmos hacia la Unión hace tiempo que no se prodigan, tampoco los liderazgos.
Pero no nos equivoquemos. El enemigo y la debilidad no es Europa, sino menos Europa. Ese es el problema. El que azuzan hoy algunos países que hacen causa y excusa en la ultraderecha xenófoba, la que agita discursos contrarios, conciencias y banderas irredentas.
Sigue Europa adoleciendo de falta de líderes, que no de políticos. Lo último no presupone lo primero. La tenacidad, el esfuerzo y la creencia en esa Europa posible han retrocedido paulatinamente ante los imperativos de recuperar parcelas de soberanía. Las carencias y deficiencias en la construcción europea a espaldas de la ciudadanía y al albur y capricho en demasiadas ocasiones de primeros ministros que al poco abandonan la arena política acaban fagocitando una imagen indirecta y anquilosada de lo que significa la Unión. Algo más que mercantilismo puro, esclerosis funcionarial y administrativa y centro neurálgico de lobbies de toda clase e índole, Europa es y debe ser algo más, como quizás ha llegado el momento de reinventar esa Europa hoy timorata y recelosa de sí misma y de los avances y conquistas que durante más de medio siglo han asombrado al mundo y a los propios europeos.
Ha llegado el momento de preguntar a los europeos qué Europa quieren y hasta dónde quieren llegar y con quién. Ha llegado el momento de fijar las fronteras, las parcelas y ámbitos de soberanía, de definir la estructura política y de acción de gobierno, de fijar una defensa nuestra. De dinamizar aún más de lo que se ha hecho al Parlamento y de despolitizar otras instituciones que son componendas de cuotas y cuitas nacionales. Si no es capaz de dar una imagen única hacia el exterior, pero sobre todo ad intra, el gigante enmudecerá de inanición política. La voluntad política hay que forjarla y mantenerla a diario. Han de concluir de una vez por todas las letanías de lo artificioso y los panegíricos de una Europa desabrida y mal cohesionada. Muchos países, entre ellos el nuestro, deben sin duda su prosperidad y bienestar de las dos últimas décadas a Bruselas, y sobre todo al motor y empuje de los principales países de la Unión que durante mucho tiempo han mantenido quizás una velocidad a día de hoy excesiva.
"Hay que fijar las fronteras, parcelas y ámbitos de soberanía, definir la estructura política y de acción de gobierno”
Las propias sociedades de estos países, financiadores natos, han quebrado en buena parte en su sueño de más Europa. Pero el descreimiento también llegó a los países receptores y unas sociedades que pronto se han acomodado y olvidado de lo que es y ha de significar construir Europa, máxime cuando a puerto arribaron países con rentas y niveles de vida exhaustos y lánguidos y que no han hecho más que desilusionarse. Ha llegado el momento de reflexionar en serio sobre el futuro y el entramado político institucional de una Unión Europea que empieza a ser víctima de su propio éxito, así como de una extraordinaria ceguera política. Una Europa donde la ultraderecha, los antisistema y los partidos anti-Europa cobran fuerza, empuje y adeptos ante el desencanto general. ¿Qué Europa es posible y cuál queremos, no ya soñamos? Es la pregunta. La única. Europa vale la pena. Sigamos apostando por ella. También los ciudadanos.
Abel Veiga es profesor de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas.