La condena a Rato es una coda escasa para la crisis
La sentencia de las tarjetas 'black' puede dar satisfacción a algunos, pero ofrece poco valor disuasorio
Uno de los legados más perniciosos de la crisis financiera ha sido el fracaso de los fiscales en la responsabilización personal de los banqueros. Los ciudadanos españoles recibieron un cierto grado de justicia ayer con la condena a cuatro años y medio de cárcel para Rodrigo Rato por el caso de las tarjetas black de Bankia. Sin embargo, para los inversores de todo el mundo, este caso ofrece poca satisfacción y aún menos valor disuasorio.
Durante años, Rato sirvió como símbolo del peligroso nexo entre política y finanzas. Vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía durante ocho años antes de marchar a Washington para dirigir el Fondo Monetario Internacional en 2004, al regresar a casa fue lanzado en paracaídas a la caja de ahorros Caja Madrid, diseñó la fusión con otras seis cajas para crear Bankia y lanzó una OPV de 3.100 millones de euros en 2011.
El caso es similar a la caída en desgracia de Al Capone: las prácticas era tan flagrantes como triviales las cantidades
Sin embargo, la idea de que la consolidación resolvería la crisis bancaria y inmobiliaria de España se demostró defectuosa rápidamente. Diez meses después de la OPV, Rato renunció y el banco reformuló los resultados, que revelaron una pérdida neta de 3.000 millones. Necesitó un gigantesco rescate respaldado por la UE.
En el contexto general de las fechorías de los banqueros, la condena a Rato es similar a la caída en desgracia de Al Capone. Las prácticas era tan flagrantes como triviales las cantidades. Se está llevando a cabo una investigación más amplia sobre la salida a Bolsa de Bankia, y los inversores ya han recibido más de 1.600 millones de euros en compensación.
España, al menos, ha encontrado a un ejecutivo culpable de su auge y debacle bancaria, aunque la naturaleza del crimen apenas vaya al corazón del problema real. En ReinoUnido y Estados Unidos, los banqueros y las autoridades suelen dejar que los accionistas paguen los platos rotos. Aunque enviar a una figura financiera prominente a la cárcel puede dar satisfacción a algunos, es una coda escasa para la crisis.