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Tribuna
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La doctrina Rusia de Múnich

Las provocaciones a Occidente no han cesado desde 2007, pero las consecuencias no han pasado de condena pública

En el año 2007, en la conferencia de seguridad que se celebra cada año en la ciudad alemana de Múnich, el presidente Putin dio un discurso en el que se esbozaban claramente las líneas maestras de su política exterior y de seguridad para los próximos diez años. En dicha alocución, Vladimir Putin anunció que la luna de miel con Occidente había llegado a su fin y que el presupuesto de defensa ruso iba a incrementarse a unas cifras con las que Occidente no podía competir. Desde entonces, Rusia ha iniciado una política exterior de corte revisionista que ha tenido tres grandes frentes: su extranjero próximo, Oriente Medio y Occidente.

Su extranjero próximo, o el territorio que en su momento compuso la URSS, fue el primer escenario en el que se puso en práctica su nueva política exterior. Los cañones de agosto (2008) sonaron ahora en Georgia dando lugar a su primera expansión y dejando por tanto al país caucásico sin el control de dos de sus repúblicas autónomas (Abjasia y Osetia del Sur). Si bien es cierto que en un primer momento EE UU y la UE tuvieron una reacción firme, la dependencia energética y las inversiones rusas en Occidente convirtieron en legítima la acción rupturista de la Federación Rusa. Algunos años después, el presidente Putin llevó a cabo la invasión –y posterior anexión– de Ucrania rompiendo todos los compromisos internacionales firmados con este país bajo la supervisión de la OSCE. De nuevo, la protesta de Occidente no duró más que unos meses y a la vuelta de un par de años ya nadie cuestiona que la península de Crimea esté bajo el control de Moscú.

"A Rusia no le da igual quien gane las elecciones en Occidente y juega sus cartas para evitar que ganen algunas opciones o favorecer que ganen otras"

Oriente Medio es otro de los escenarios en los que Rusia se está moviendo con mayor soltura. Después de la intervención occidental en Libia, el presidente Putin tomó las riendas de la política exterior de la Federación Rusa en Oriente Medio, con el fin de que ningún régimen amigo pudiera caer como cayó el de Gadafi. El ejemplo más claro de este giro ha sido la apuesta por Bachar el Asad, quien ha recibido la ayuda rusa cuando estaba en la UCI a pesar de haber cometido crímenes de guerra contra su propia población. Los intereses rusos en Siria son vitales para Putin, ya que este territorio supone la salida al Mediterráneo de Rusia. Junto a este conflicto, Moscú ha desarrollado una política activa de búsqueda de aliados, incluyendo entre sus nuevos socios a Estados que hasta la fecha le eran abiertamente esquivos. Concretamente, me estoy refiriendo a Egipto y a Arabia Saudí con quien está Moscú intensificando sus relaciones y con quien Rusia ha firmado sendos acuerdos de transferencia tecnológica para el desarrollo de centrales nucleares.

En último lugar, Occidente sigue siendo el principal lugar de actuación de la Federación Rusa. Los desafíos y las provocaciones de Moscú no han cesado desde el año 2007. Violaciones del espacio aéreo o la celebración de ejercicios militares donde se simula la invasión de un Estado OTAN son solo algunos ejemplos del tipo de acciones que acostumbra a llevar a cabo Moscú. Si bien es cierto que Turquía derribó un avión ruso que violó reiteradamente su espacio aéreo, las consecuencias de estas provocaciones no han pasado de alguna condena pública. Así, parece que nos acostumbrarnos a que aviones rusos sobrevuelen, cuando no traspasen, el espacio aéreo OTAN. Uno de los últimos episodios ocurrió hace algunas semanas en las costas de Bilbao, donde dos cazas españoles advirtieron a un piloto ruso de los límites aéreos de nuestro país.

Junto a estas provocaciones hay un hecho que aún nos debería preocupar más: la voluntad rusa de influir en los resultados electorales hace un par de años. Un conocido semanario británico publicó que una lista de partidos políticos –incluyendo alguno español– de corte populista mantenían buenas relaciones con Moscú. La verdad es que, como se ha demostrado con Donald Trump, parece que a Rusia no le da igual quien gane las elecciones en Occidente y, por ello, juega sus cartas para evitar que ganen algunas opciones o para favorecer que ganen otras.

La verdad es que casi 80 años después de los acuerdos de Múnich que le dieron carta blanca a Hitler para invadir Europa, resulta difícil que no resuenen en la cabeza aquellas palabras de Churchill sobre la actuación de Chamberlain: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”.

Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas Icai-Icade.

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