Evitar la demagogia de los xenófobos
El trágico y abominable atentado en Berlín alentará a las voces radicales de extrema derecha que han surgido y prosperado en toda Europa. La gran mayoría de los inmigrantes trabaja duramente (y a menudo en empleos no deseados por los nacionales), paga sus impuestos, no comete ningún delito ni amenaza la seguridad del país. Desgraciadamente, que un pequeño porcentaje sí cometa actos criminales o terroristas (o abuse de las prestaciones del estado del bienestar) es casi imposible de evitar. También los nacionales cometen abusos y crímenes. España es el único estado miembro importante de la UE (junto con algunos pequeños como Irlanda o Portugal) que puede estar orgulloso del hecho de no tener ningún partido xenófobo que abogue por la restricción drástica de la inmigración o su expulsión. Nuestra tolerancia hacia la inmigración es admirable, teniendo en cuenta la aún elevada tasa de desempleo. En parte es fruto del recuerdo histórico y experiencia propia de los españoles que emigraron a Francia y el norte de Europa en los años cincuenta y sesenta, e incluso de los jóvenes españoles expatriados a raíz de la crisis internacional que empezó en 2007. Debemos por supuesto protegernos ante nuestros enemigos y debatir como sociedad los límites de la entrada de inmigrantes no comunitarios. E incluso criticar su falta de integración si es necesario. Y exigir que respeten nuestros valores y cumplan no solamente con las leyes sino también con algunas de nuestras tradiciones. Pero nunca caer en la tentación de ceder a las voces de la demagogia, populismo y xenofobia que ofrecen soluciones injustas, imposibles, ineficaces y contraproducentes. La inmigración bien canalizada es un activo para muchos países en una economía globalizada.