Comienza el tiempo de hacer
¿Es éste gobierno más proclive al diálogo que el primero de Rajoy?
Restañar puentes, encontrar equilibrios, forzar consensos. Ahí tiene una de las claves el nuevo gobierno de Rajoy. No perdamos el tiempo en analizar si hay o no continuismo, si la renovación ha sido o no de calado. El presidente ha elegido. Sus razones ha tenido, pues solo a él compete tal puzzle. Piezas más o menos enhebradas y con mayor o ningún o escaso conocimiento de lo público y sobre todo de la gestión. No siempre capacidades, conocimientos, destrezas, habilidades o simplemente cercanías pesan para ser elegido como ministro. Tocados por la varita presidencial la sorpresa a veces radica también en el elegido, el ungido a sitiales de enorme responsabilidad pero donde las líneas las marca el presidente del consejo de ministros, primus inter pares y cabeza de todo.
¿Han cambiado las prioridades para este nuevo gobierno cuya duración es una incógnita más allá del desiderátum tradicional de agotar la legislatura? Muchos, incluidos los nuevos ministros han aventurado en sus primeras palabras en sus tomas de posesión que las mismas no han cambiado. Sí se ha apelado a la eficacia y a la eficiencia de los recursos públicos. Lástima que esto se quede en discurso las más de las veces en todas y cada una de las arenas políticas y públicas de este cansino país.
¿Es éste gobierno más proclive al diálogo que el primero de Rajoy? Se hace camino al andar. Y después de 300 días no hay tiempo que perder ni levedades que soportar más allá de las necesarias. Y el guión de esta legislatura es complejo, aunque en buena parte es ignoto y está aún por escribir. Sin consenso, sin diálogo, sin acuerdos nada saldrá adelante. En ocasiones con cesiones, incluso a algunos partidos con intereses únicamente en ciertos territorios y no en el conjunto de la nación.
Los frentes son muchos. Tantos o más que hace cinco años donde el enfermo estaba en la unidad de críticos. Hoy está en planta y donde el diagnóstico como el tratamiento no es tan severo como hace años. Pero nada impide que las puertas del descontento se abran de par en par y más ante una oposición que, descontada de momento la frontalidad del partido socialista, está dispuesta a una confrontación total, incluso de enorme polarización social. Las exigencias de Bruselas vuelven a estar ahí, pero ahora de verdad y no como arma arrojadiza de cara a formar gobierno. En los próximos dos años hay que recortar más de 11.000 millones de euros. ¿Aguantará la sociedad que el gasto siga recortándose drástica y onerosamente como se ha sufrido en los últimos años? ¿será fácil generar una nueva carga impositiva? ¿hasta donde tendrá margen para actuar el gobierno y cómo lo va a explicar a sus potenciales socios?
Mal haría este gobierno si se empeña en torpedear obstinada y deliberadamente la comunicación y la pedagogía como hurtó a los españoles en su primera y larguísima legislatura. No se podía haber hecho de peor manera ni tampoco más torpemente incluso si se realizó con empeño y cálculo. Ese revés, esa actitud, le costó una fuga de votos, como también la corrupción y la falta de regeneración, si bien estos dos últimos conceptos no son tanto de gobierno cuanto de partido.
Rajoy ha sido simplemente Rajoy, nunca ha dejado ni dejará de serlo. Es su santo y seña en la política, la del superviviente, la del fajador que encaja y espera, y en ese esperar el rival acaba derrumbándose. Ha nombrado ministros a personas que nadie esperaba y que incluso no han gestionado nada de la envergadura como hasta ahora tienen entre sus manos. Es un reto. Enorme. Mas una elección que atañe al presidente y nos afecta a todos. Ha querido componer un gabinete ajustado a su perfil. Apartado a dos de los ministros que más contradicción y también “abrasamiento” tenían, tanto fuera como dentro del propio consejo de ministros y premiado lealtad, trabajo y silencio.
Es tiempo de hacer. No de esperar. Ni que otros le marquen la agenda. Mal haría el nuevo gobierno si espera y no tiene empuje, arrestos y estrategia de proponer medidas, leyes y reformas. Mal haría si se atrinchera e improvisa. El hacer con diálogo, el hacer con convicción y decisión. Tampoco debe ser una marioneta de pactos imposibles o de líneas difusas. Por que así lo acaba percibiendo también el electorado, tanto el rocoso y fiel que nunca le abandona, como el volátil y contrario. Son los tiempos de Rajoy, pero ahora han de ser distintos.
Abel Veiga es profesor de Derecho de Comillas Icade