Los mercados financieros no ganan para sustos. Las caídas generalizadas que se registran en los diez primeros meses del año son consecuencia de una concatenación de acontecimientos y de expectativas pesimistas que no dan respiro. Llevan todo un año nadando en la incertidumbre, y no parece que los malos augurios den tregua. A la subida de tipos de interés en EE UU, que las actas de la Reserva Federal marcan como inminente, quizás a la vuelta de las elecciones presidenciales norteamericanas del día 8 de noviembre, se une el sobresalto continuo del brexit que arrancó con el referéndum del día 23 de junio. Y ahora vuelve de nuevo el fantasma de la ralentización de China, que ya ensombreció a principios de año los mercados, con unos pobres datos de exportación, y las dudas renovadas sobre el petróleo, cuya demanda, oferta y precios no acaban de ajustarse para que las materias primas salgan de su prolongado letargo.
Si tenemos en cuenta que la posibilidad de que el populismo de Donald Trump llegue a la Casa Blanca no se despejará hasta dentro de un mes, podemos dar este año por concluido con muy pobre desempeño. Pero eso no garantiza que el nuevo ejercicio arranque despejado, y habrá que dar por bueno que la incertidumbre seguirá en las pantallas de contratación.