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Secretos de Despacho

Tagliabue: "¡Los arquitectos nunca rechazamos un proyecto!"

La arquitecta trabaja en un amplio y luminoso palacete medieval cerca de las Ramblas

Marta Jordi
Manuel G. Pascual

El barrio Gótico de Barcelona ofrece interesantes sorpresas al visitante curioso. Entre sus estrechas y oscuras callejuelas no es difícil encontrar grandes portones, algunos de los cuales todavía conservan el escudo de armas familiar. La mayoría suelen estar cerrados; otros acogen hoy restaurantes, concurridos gracias a los llamativos patios interiores que se dejan ver desde la entrada, o incluso galerías. El Museo Picasso, ubicado en el Born, es un buen ejemplo de estas edificaciones.

Benedetta Tagliabue (Milán, 1963) tiene la suerte de tener su despacho de arquitectura en uno de esos palacetes medievales que siguen en pie en la Ciudad Condal. Tan discretos por fuera, imposibles de advertir si el portón no se abre, como imponentes por dentro, su estructura es similar. Lo primero que ve el visitante es un patio interior, que antaño solía alojar caballerizas. Una escalera señorial suele rodear el patio, dando acceso a la planta noble.

En el caso del Estudio Miralles Tagliabue EMBT, al cruzar la inmensa puerta con marco de piedra nos reciben varias esculturas dispuestas en el patio que forman parte de la Fundació Enric Miralles. El arquitecto catalán, esposo de Tagliabue, falleció en el año 2000 cuando solo tenía 45 años. Pese a su corta vida, estaba considerado una de las grandes promesas de la disciplina en España. La fundación que lleva su nombre, ubicada bajo el despacho, es un espacio para la experimentación de la arquitectura contemporánea y de otras disciplinas artísticas afines, plantado como una plataforma de conocimiento y promoción.

Entrar en el palau es refugiarse de golpe de las bulliciosas Ramblas, a menos de cien metros del edificio, y de los transeúntes del barrio. El Port Vell queda a escasos 200 metros, por lo que el olor a mar se percibe de forma nítida. Las oficinas de Tagliabue son grandes, luminosas y de un estilo ecléctico. Los amplios techos con vigas de madera, algunos de ellos decorados con murales para divertimento de los inquilinos que moraron hace siglos en el palacete, se mezclan con decenas de ordenadores de última generación y maquetas de todo tipo.

En la playa, relax e ideas

El luminoso despacho de Tagliabue, algo apartado del resto de dependencias del estudio y que da a una enorme terraza, parece un pequeño museo del diseño. Decenas de láminas y planos conviven con estanterías repletas de libros y de los más diversos objetos. Llama la atención una pieza que parece una hoja, que iba a decorar la fachada de un edificio pero al final no se utilizó. Además de trabajar, lo que le gusta es pasar el tiempo con sus hijos, su perro y su pajarito, a poder ser en la playa. Allí, con la brisa, se le han ocurrido muchas ideas.

“Trabajamos en proyectos muy distintos. Ahora mismo estamos haciendo una iglesia y un templo budista. Los dos tienen cosas parecidas: nos hemos basado en la madera natural tratada, que se unen con nudos metálicos en una especie de malla estructural”, explica la arquitecta, que nos recibe con las palmas de las manos abiertas y unidas entre sí entonando namasté.

Otros de los proyectos en los que anda sumergida últimamente son dos estaciones de metro, una para París y la otra para Nápoles. “Las dos están en zonas marginales y que por tanto tienen que contribuir a la regeneración urbana”, ilustra. También ultiman dos torres en China, una de las cuales tendrá 18 plantas y se convertirá en una de las mayores que hayan salido de su estudio. En el gigante asiático desarrollan también un museo y una universidad.

Tagliabue no sabría cómo definir su estilo. “Trato siempre de adaptarme al máximo a las circunstancias de cada proyecto. Hacemos temas muy distintos e intentamos que nuestros trabajos sean muy acogedores y que estén pegados al entorno”, apunta.

Tampoco sabe cómo responder a la pregunta de qué proyecto le ilusionaría hacer. “Todos los diseños que hacemos son retos, porque abordan situaciones distintas. Me divierto mucho en el proceso”. Nunca ha dicho que no a la propuesta de un trabajo, y cree que seguirá sin hacerlo. “¡Los arquitectos nunca rechazamos un proyecto! Este mundo está cambiando mucho, ya no están las cosas para ponerse divinos”, dice entre risas. “Yo siempre pienso que cada proyecto tiene muchas posibilidades. La única forma de que nos bajemos del tren es cuando detectas que el cliente no tiene seriedad en el trato, que no se respetan las condiciones acordadas y los plazos, etcétera. Aunque eso lo ves muy rápidamente, en las primeras reuniones”, cuenta.

Marta Jordi

Afortunadamente para su profesión, Tagliabue cree que en España se tiene muchísimo aprecio por la arquitectura. “Hay muy buenos arquitectos y buenas escuelas. Esto no se consigue de un día para otro: es el resultado de años de trabajo, de interés de las instituciones y de los inversores, etcétera”, glosa.

Bajo su punto de vista, es importante que en las ciudades haya arquitecturas que ayuden a que la gente se sienta a gusto. “Los buenos espacios públicos crean mejores sociedades, abren la posibilidad de relacionarse mejor, transmiten un estado de ánimo”. Considera muy importante contribuir a hacer casas más baratas. De hecho, como parte del jurado de los premios Pritzker, Tagliabue votó este año para darle el galardón al chileno Alejandro Garena en reconocimiento por sus viviendas sociales. “También tenemos que ver la arquitectura como un instrumento para construir mejores sociedades. Y creo que de eso hablamos poco”, opina.

Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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