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Tribuna
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El amor por la Unión en tiempos del ‘brexit’

La guerra en Ucrania, en Libia o en Siria, al igual que la amenaza terrorista, nos recuerdan la necesidad de progresar en la política exterior

Dicen que en China existe una rara maldición: “Ojalá vivas en tiempos interesantes”. Y es que, como han podido comprobar los líderes de la Unión Europea en los últimos tiempos, el interés de una época es correlativo a las dificultades vividas.

No se sabe si el brexit será una maldición –el tiempo probablemente demuestre lo contrario–, pero lo que sin duda es cierto es que el referéndum británico ha vuelto más interesante el proyecto de integración europeo. La tormenta por la decisión del pueblo británico se ha sentido en las instituciones, en los medios e incluso –lo que siempre es positivo en lo tocante a la Unión Europea– en la ciudadanía.

El brexit ha dado alas a los euroescépticos, que en diversos países festejan al tiempo que elevan sus voces por la celebración de referéndums similares, pero también a los que venían abogando desde hace tiempo por reformas profundas en la Unión. Pero a un lado y a otro del debate, la pregunta que subyace siempre es la misma: ¿cuál es el camino? ¿Hacia dónde debe dirigirse la Unión en este momento? La respuesta a todas las dudas, a todas las preguntas, está en la propia Unión, en su naturaleza y en su finalidad. Si preguntásemos a Jean Monnet, a Robert Schumann, a Paul-Henri Spaak o cualquier otro de los padres fundadores de la Unión Europea, contestarían con rapidez: la respuesta consiste en continuar avanzando por la senda de la integración.

Otra referencia que en Occidente atribuimos a la cultura china es la idea de que toda crisis entraña una oportunidad. La inestabilidad sería así el contexto apropiado para que se produzca una evolución. Pues bien, el brexit nos ofrece la oportunidad de avanzar en la integración hacia una Europa federal. El Reino Unido siempre ha sido reticente al proceso de integración, cuando no un firme opositor al mismo. Proyectos como la tasa Tobin, principios como la libre circulación de personas y objetivos como la cooperación en seguridad o la reforma de los tratados para avanzar hacia una unión más estrecha de los pueblos de Europa tienen ahora un camino más despejado por delante.

"El 'brexit' ha dado alas a los euroescépticos, pero también a los que venían abogando desde hace tiempo por reformas profundas en la Unión"

Jean-Claude Juncker dijo que el brexit no es un divorcio amistoso, pero que la relación entre el Reino Unido y la Unión Europea tampoco había sido una historia de amor. Siendo esto así, la solución pasa ahora por aprovechar la oportunidad y tomar la senda opuesta, apostando por reforzar nuestro compromiso con la Unión Europea y, por qué no decirlo, nuestra identidad como ciudadanos de la Unión.

El amor por la Unión es un amor difícil. No porque no sea correspondido, sino porque se vive a distancia. Es un amor con instituciones lejanas y símbolos no siempre conocidos. El amor por la Unión carece del fulgor de las aventuras cortas y solo parece ofrecer ventajas intangibles y obvias, como si de un viejo matrimonio se tratase. Viajar, vivir o trabajar en cualquier otro Estado miembro de la Unión sin ser discriminados por nuestra nacionalidad nos parece hoy tan natural e inherente a la condición humana que poco mérito le atribuimos a la Unión por ello. La paz que vivimos, una rarísima excepción en la historia de nuestro continente, nos parece hoy algo carente de mérito alguno. Con facilidad olvidamos cómo la guerra arde ante nuestras puertas, asolando a nuestros vecinos al norte del mar Negro y a lo largo del mar Mediterráneo.

Por ello, el camino pasa por recordar nuestros valores, los logros conseguidos y subrayar su importancia. Seguir buscando una unión más estrecha entre los pueblos de Europa no es fácil, pues este objetivo debe respetar un fino equilibrio con la necesidad de mantener las identidades nacionales y el respeto a las competencias de sus Estados miembros. Sin embargo, es la solución más adecuada. La crisis económica ha demostrado la necesidad de la unión bancaria y de una mayor coordinación de las políticas económicas. El euro nos ha hecho más fuertes, pero también mutuamente dependientes. La guerra en Ucrania, en Libia o en Siria, al igual que la amenaza terrorista, nos recuerdan la necesidad de progresar de forma decidida en la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y en la política común de seguridad y defensa. Las mareas de refugiados que atraviesan Europa nos demuestran, con crudeza, que nuestros problemas ya no entienden de fronteras.

La respuesta es, en todos los casos, la misma: más Europa.

Roberto Vallina es abogado de Roca Junyent y profesor de Derecho de la Unión Europea de la Universidad San Pablo CEU.

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