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Tribuna
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La oportunidad de Rivera

La formación naranja debe aspirar a la centralidad y la utilidad, a la responsabilidad de gobernar, de legislar, de ejecutar políticas públicas

Albert Rivera tiene su oportunidad. Endiablada y compleja, pero oportunidad. Tiene la bendición de la prensa que glosa su centralidad y el sentido de Estado amén de su voluntad de pactar. Ocupa y copa titulares. Es consciente del camino sobre un delgado y espinado alambre. Los populares quieren ese pacto, ese acuerdo, algo más que una investidura. Está dispuesto a pagar ciertos precios. Los peajes que no hace mucho, tres meses, ridiculizaban con escarnio y soberbia cuando socialistas y Ciudadanos pactaron un documento de cien medidas, hoy en buena medida aceptadas y aplaudidas por Génova.

Es posible incluso que Rivera decida votar a favor de esa investidura. Pero la piedra angular, aún pasando por la investidura, conditio sine qua non, es la gobernabilidad. Y aquí radica la gran oportunidad de Rivera. La que le puede centrar y situar o la que puede destruirle a él y a su partido. Maximizará sus 32 actas de diputado de su partido. Adviértase bien, partido y no diputados. Al menos en este momento.

Tabla rasa en este tiempo político, donde la política misma debería reinventarse. Cuestión distinta es recuperar la credibilidad, la coherencia y la convicción. Piedras de toque de toda acción política. De nada sirve el reproche, sino afrontar la realidad y la responsabilidad. Hoy urge que haya Gobierno, y que este tenga durabilidad y capacidad. Sin ambas es difícil que este país entre en una senda de crecimiento y recuperación estable. Altura de miras, cintura y flexibilidad y menos demagogia. Los que hoy son tachados de derechas, ayer pactaron una investidura fallida. Ciudadanos debe aspirar a la centralidad y la utilidad, a la responsabilidad de gobernar, de legislar, de ejecutar políticas públicas, y no solo permitir y quedarse en un margen que al final nadie ve ni menos quiere por su irrelevancia. Es el dilema en el que queda atrapado el político.

Donde dije digo Diego, pero ¿quién está libre de culpa? Es un escenario nuevo, no inédito, pero sí ignoto. El Jefe de Estado ha encargado a Mariano Rajoy formar y lograr ese Gobierno a través de la investidura. El castigo durísimo de diciembre se ha suavizado en junio, y todo apunta que de ir a un tercer encuentro electoral aún lo haría más en detrimento de las otras tres formaciones. Y esto lo saben todos los partidos. Es cierto que Albert Rivera ha hecho demasiados requiebros y flirteado mediáticamente con demasiadas solemnidades que hoy le atraparían, pero que en un país como el nuestro no tienen peso ni memoria. El rechazo frontal a Rajoy se puede incluso acabar convirtiendo en una entrada de Gobierno. Impensable hoy día, pero todo puede suceder. No tendrá seguramente otra oportunidad. Al menos en mucho tiempo. Si obra con inteligencia y trata de pactar aquellas políticas de regeneración y reinvención que todo Gobierno debe hacer, pero sobre todo con una vena social pegada a la calle, a los problemas de los ciudadanos, a un radical saneamiento de las instituciones y limpieza democrática, puede tener su recompensa política y, con ello, su supervivencia.

"El líder de Ciudadanos ha hecho demasiados requiebros y flirteado mediáticamente con demasiadas solemnidades”

Sus votos pueden ser decisivos, porque después del 25 de septiembre incluso no es descartable un apoyo firme y claro del PNV que le de una mayoría más tranquila al Gobierno de Rajoy. Eso sí, el precio del nacionalismo vasco puede que sea únicamente el de apuntalarles a ellos en Vitoria.

Rivera tiene hoy en su mano mejorar de verdad la reforma laboral, la educativa, lograr una reforma fiscal con cabeza, despolitizar las instituciones y una nueva ley electoral donde la sobrerrepresentación y primacía de dos fuerzas políticas en el reparto de escaños se diluya y donde el peso del voto y las circunscripciones sea más racional y equilibrado de lo que es ahora mismo, amén de afianzarse como líder político.

Una oportunidad endiablada, pero única. Las negociaciones o eufemísticamente “canal de diálogo permanente” no han hecho nada más que empezar. Y los campos donde actuar son claros: todos. Desde el constitucional al social, lo educativo a lo sanitario, las infraestructuras a la regeneración democrática, la recuperación económica, el apoyo por la investigación, el crecimiento productivo, la lucha contra la elusión y el fraude fiscal, el desafío soberanista, etc. España lo merece. Debemos ser creíbles, previsibles y socios fiables en Bruselas. Se acabó la demagogia y el esperpento. Nunca debió copar la arena política como lo está haciendo en este tiempo de crisis múltiples y silencio crítico y autocrítico. Es hora de reaccionar pero, sobre todo, de responsabilidad.

 Abel Veiga es profesor de Derecho Mercantil en Icade.

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