El casco en las empresas familiares
Las periódicas referencias a los conflictos de socios en las empresas familiares me llevan a la reflexión sobre su seguridad y supervivencia. Ningún motorista duda hoy de la necesidad de llevar siempre casco. Pero lo que hoy es evidente, quizá no lo era tanto cuando comenzó a promoverse su uso. Más de uno decía entonces no necesitarlo pensando que jamás se caería o asumiendo, sin suficiente responsabilidad, las consecuencias que podía tener para él (y su entorno) una caída sin casco que podría frustrar su vida. Parecía poco chic eso de llevar casco. Gracias a Dios, la sociedad española ha madurado en lo referente a los cascos de moto y los daños por accidente se han reducido significativamente.
Sin embargo, el avance en la protección ante riesgos de conflicto entre socios, especialmente en empresas familiares, no es tan satisfactorio. Todavía a día de hoy a muchas familias empresarias les cuesta compartir con un tercero que sea profesional, independiente, objetivo y neutral cuestiones relativas a la gestión y al gobierno de sus negocios y de sus relaciones. Ignorar la peligrosidad de determinados asuntos en entornos tan complejos como las empresas familiares, donde concurren intereses económicos, afectos e historias personales cargadas de emoción, no es fácil.
Salvo muy contadas excepciones, las familias empresarias o con patrimonios comunes están sujetas a tensiones inevitables. Conviven en ellas, por un lado, los códigos del derecho, los empresariales o mercantiles y, por otro, los sociales o familiares muy especialmente marcados por el cariño, los valores y las pautas de funcionamiento y costumbres de la familia.
Dinero, trabajo, estatus, poder, reconocimiento, libertad, autonomía o sentido de pertenencia se reparten a menudo dentro de un grupo familiar, descuidando la importancia que ello tiene para cada miembro juntamente con la gestión de las sensibilidades. Se trata de los intereses vitales de sus miembros, tales como el dinero, el proyecto de vida, la familia o la actividad laboral, que se ven, muchas veces, insanamente fusionados.
Las personas somos seres emocionales, especialmente cuando la familia se mezcla con el dinero. La confianza y el derecho de cada persona a ser como uno quiere ser otorga una soberanía emocional a sus individuos que les hace sentirse legitimados para mantener sus posturas y comportamientos, sin estar sometidos a directrices, como lo están los ejecutivos en las grandes empresas. El ejercicio de esa soberanía puede convertir fácilmente los escenarios en explosiones emocionales con grandes distorsiones de la razón, la sensatez, el buen hacer y el equilibrio.
Razón y emoción están necesariamente entrelazadas. La ciencia ya ha acuñado el elocuente concepto del secuestro amigdalino para explicar cómo, en estados de alerta, miedo o defensa, la razón queda sometida o secuestrada por los dictados de nuestra amígdala cerebral, encargada de gestionar las reacciones emocionales. Por ello, en ocasiones, un observador externo, neutral, profesional y sensato puede ayudar a mantener la objetividad y evitar distorsiones emocionales conflictivas.
Un smart family business counsel es un facilitador de la comunicación, muchas veces un amortiguador de las emociones. Es capaz de ayudar a abordar cualquier asunto, por más delicado que sea, con el acierto y cuidado necesarios para asegurar el mantenimiento de buenas y fructíferas relaciones en el grupo. Constituye, sin duda, un gran apoyo para abordar temas relacionados con el gobierno, la gestión, la sucesión, la gestión de la herencia o legado familiar.
Todavía hoy, muchas empresas familiares ven innecesaria la ayuda, sintiendo como una vergüenza la mera consideración de su conveniencia. Me atrevo a sugerir a esas familias empresarias que no renieguen del casco como hace años lo hicieron los motoristas. No es un motivo de vergüenza sino de inteligencia, profesionalidad, equilibrio y prudencia, como ya lo han visto las empresas familiares exitosas que perduran en el tiempo. La siniestralidad se verá también muy reducida y las relaciones profesional-familiares saldrán muy beneficiadas.
Alfredo Sanfeliz es Socio Fundador de The Wise Company