Erdogan, el sultán de Anatolia
El islamismo facilitó el ascenso meteórico de Erdogan, que en 2013 se convirtió en primer ministro
La república fundada por Kemal Atatürk en 1923 tras el hundimiento del Imperio Otomano fue una garantía de moderación que conjugaba las tradiciones turcas y un necesario laicismo que fomentó el desarrolló económico y social de un país que, en 1963, logró firmar un tratado de asociación con la Comunidad Económica Europea.
Aunque tutelada por los militares, Turquía siguió llamando a la puerta europea, y en 1995 constituyó una unión aduanera con la UE. Los militares se apartaron de la vida política a partir de 1980 y consintieron un sistema político con alternancia de una gama de partidos laicos que proporcionó un marco de estabilidad y prosperidad cuya recompensa fue el deseado inicio de las negociaciones de adhesión a la UE en 2005.
A diferencia de Erdogan, Turgut Özal (primer ministro de 1983 a 1989, presidente hasta 1993) fue un virtuoso de la diplomacia que aprovechó el hundimiento de la URSS para incorporar las exrepúblicas soviéticas centroasiáticas a una red de alianzas que consolidó la posición geoestratégica de Turquía entre Europa, el mundo árabe y Oriente Medio. Los embajadores turcos acertaban al afirmar que su país no tenía enemigos, lo cual aseguraba el aprovisionamiento de hidrocarburos. El islamismo resurgido de la mano del primer ministro Necmettin Erbakan en 1995 fue prohibido por los militares, facilitando el ascenso meteórico de Erdogan, que en 2013 se convirtió en primer ministro.
Durante la siguiente década, el exalcalde de Estambul consiguió tres aplastantes victorias del partido islamista AKP sobre los corruptos y desacreditados partidos laicos. Paradójicamente empleó su mayoría absoluta para acometer una reforma constitucional, penal (abolición de la pena de muerte) y de las fuerzas armadas que ahora desea desmantelar para perpetuarse en el poder al frente de un sistema presidencialista. Negoció con el PKK y devolvió libertades a los kurdos.
La crisis económica internacional pasó factura a Turquía, propiciando la salida de capital, pero las acomodadas clases medias de Anatolia continuaron respaldando al AKP y proporcionándole mayorías arrolladoras hasta 2015, cuando el éxito del partido kurdo HDP le impidió alcanzar una mayoría de dos tercios de diputados necesarios para legitimar constitucionalmente un segundo mandato como presidente.
La deriva autoritaria de Erdogan en política interior se acentuó con el encarcelamiento de periodistas tras la represión de las protestas del Parque Taksim y su política exterior neo-otomana, víctima ahora de la catastrófica guerra civil en Siria. Erdogan ha jugado magistralmente sus cartas como fiel aliado de EEUU en la OTAN (cuya base en Incirlik permitió la intervención en Irak o el actual bombardeo a ISIS), potencia suní aliada con los intereses de Ryadh y Cairo, acercamiento a Rusia y aparente aspirante aún a una adhesión a la UE rechazada por la derecha francesa y alemana, Grecia y Chipre.
Turquía solamente ha cerrado tres de los 35 capítulos que exige el proceso de adhesión. La obstrucción de los mencionados países es ahora difícilmente criticable después del rápido encarcelamiento de una tercera parte de los generales turcos tras el sospechoso intento de golpe del pasado 15 de julio. Erdogan, preso de sus propias contradicciones, ha ordenado la detención o suspensión de cargo de 50.000 personas –soldados, policías, jueces, profesores. Exige a Washington la extradición de Gülen, eterno chivo expiatorio cuyos seguidores ya han sido purgados de la judicatura y ejército después de anteriores supuestos complots contra Erdogan. Ha reabierto Incirlik, pero sigue apoyando a los grupos islamistas radicales como el Frente al-Nusra, debilitando a la ya maltrecha oposición moderada que combate desesperadamente contra Assad.
Erdogan vive desde 2014 en un palacio con 1.000 habitaciones, búnkeres y túneles que costó 275 millones de euros. Desde el denominado Ak Saray, ¿qué trama el economista convertido en sultán de la decimooctava economía del mundo? ¿Seguirá acogiendo a 2,7 millones de refugiados sirios y frenando a nuevos emigrantes para conseguir que los turcos puedan viajar sin visado a la UE? ¿Dificultará las operaciones de la OTAN desde Incirlik si Occidente censura su represión?
Preguntas cuya respuesta debe aguardar a las maquinaciones de un sultán que se asemeja ahora a un pirata y un Gobierno que promete reformas económicas e intenta tranquilizar a los mercados. Mientas Occidente pide moderación a Erdogan, la libra está en su nivel más bajo en 10 meses y la bolsa de Estambul ha descendido un 8% esta semana.
Alexandre Muns es Profesor de EAE Business School