El principio del final de Trump
Su campaña cuenta con $1,3 millones, mientras que la de Hillary Clinton dispone de $42 millones. El super PAC de la ex ministra de Asuntos Exteriores del presidente Obama ha recaudado $52 millones, mientras que el de Trump tiene $500.000. La campaña de Trump no ha construído un equipo amplio y sobre el terreno. Ha tenido que despedir a su impresentable director de campaña, Corey Lewandowsky. Sus asesores suplican que contrate a más expertos en comunicaciones. Su hija Ivanka ha tenido que cuadrarse para que despidiera a Lewandowsky, quien zarandeó a una periodista hace meses. Trump es un engaño. Se hace pasar por conservador, religioso y hombre de familia. Era tradicionalmente un progresista favorable al aborto. Se ha casado tres veces, pero da lecciones de moralidad familiar. Muchas de sus empresas han acabado en la quiebra, y tendrá que seguir defendiéndose en los tribunales de numerosos pleitos de las víctimas de sus engaños (como la Trump university). Se enorgullece de haber acumulado deudas. Muchos de sus negocios inmobiliarios se limitaban a ceder su brand, mientras que el promotor corría con todo el riesgo. Durante la campaña ha insultado o se ha burlado del físico de sus contrincantes (especialmente mujeres), de periodistas (incluso de la Fox), de un periodista minusválido, de los inmigrantes mexicanos (que dijo eran violadores y criminales), de los musulmanes, de los Clinton y de los Bush, de líderes de otros países y un largo sinfín de epítetos a cualquiera que le lleve la contraria. Incluso ha animado a sus seguidores en los mítines a pegar a los que acudían para protestar -- y de pagarles los costes judiciales.
Trump no es un emprendedor con éxito. No es un Steve Jobs ni un Mark Zuckerberg. Heredó bastante dinero de su padre y ha tenido más fracasos que éxitos. Es un individuo tremendamente acomplejado y arrogante que se puso al frente de un movimiento (birther) que supuestamente iba a demostrar que el presidente Obama no nació en EEUU. También en ese empeño fracasó.