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La UE, del revés

Bruselas pulsa el botón de pausa en el proceso de integración

"Demasiado fútbol para la televisión puede acabar matando el fútbol”, advertía la semana pasada el seleccionador de Bélgica ante la avalancha de partidos que soportan los jugadores internacionales. Una fatiga similar amenaza a Bruselas y la nueva consigna es que demasiada Europa puede matar a la Unión Europea.

Las principales capitales, con Berlín al frente, han decidido pulsar el botón de pausa en el proceso de integración política del continente, que pierde apoyos populares por momentos.

El parón, según fuentes comunitarias, se mantendrá con independencia del resultado del referéndum del 23 de junio en Reino Unido sobre la continuidad en el club. De hecho, el freno parece ser una medida preventiva ante los efluvios federalistas de quienes consideran que la crisis existencial planteada por el brexit debe resolverse con un salto cuántico hacia adelante.

Salvo un puñado de euroentusiastas en el Parlamento Europeo y en algunas capitales, la mayoría de los Gobiernos son conscientes de la hemorragia de apoyos que sufre la UE, una pérdida que alcanza niveles alarmantes en muchos países, incluidos varios de los fundadores, como Francia, Holanda o Italia.

“Obsesionados con la idea de una integración instantánea y completa, no nos dimos cuenta de que la gente de la calle, los ciudadanos de Europa, no comparten nuestro euroentusiasmo”, señaló la semana pasada el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ante la plana mayor del Partido Popular Europeo, otrora una de las fuerzas dominantes de la escena política del continente junto al Partido Socialista Europeo. Ambas formaciones sufren hoy una erosión en el apoyo popular que socava también la fortaleza de los cimientos de la UE.

La respuesta a esa crisis de confianza debe pasar por “más Europa”, según el manido lema de los apóstoles de unos “Estados Unidos de Europa”, entre los que destaca el líder del Grupo Liberal europeo, Guy Verhofstadt.

Pero el sentir dominante en Bruselas es que más vale preservar lo construido (zona euro y zona Schengen, sobre todo) sin arriesgarse de momento en nuevas aventuras. “Algunos quieren aprovechar el desafío de Reino Unido, el primer país que plantea abiertamente la posibilidad de marcharse de la UE, para avanzar hacia una unión mucho más estrecha, pero esa solución podría acabar convirtiéndose en un problema en sí misma”, advierte un alto cargo de la Unión.

Otras fuentes consideran temerario iniciar un proceso de renovación de la Unión Europea sin respaldo popular y sin saber siquiera hacia dónde se quiere avanzar. La experiencia de la crisis del euro y de los refugiados, según esas fuentes, recomienda prudencia. Desde el estallido de la crisis financiera en 2008, la zona euro ha sido incapaz de avanzar en su integración, por falta de consenso, y se ha limitado a poner parches intergubernamentales (fondo de rescate, fondo de resolución bancaria...).

Esa parálisis parece llamada a prolongarse. Sin ampliación a la vista, sin reforma del Tratado factible y con inciertas elecciones por delante (en Francia, Alemania y Holanda, en 2017), el club parece abocado a un stand-by que podría prolongarse hasta el final del mandato de la actual Comisión en 2019.

Incluso los países tradicionalmente partidarios de profundizar en la unión, como Alemania, se muestran a favor de una pausa para evitar un debate que, en el mejor de los casos, podría desembocar en un fracaso comparable al de la Constitución en 2005 y, en el peor, en una fragmentación del club.

En la cumbre europea de empresarios celebrada la semana pasada en Bruselas, Tusk consideró imperativo “mantener el orden europeo” actual y alertó sobre los tremendos costes que tendría una escisión o la ruptura de Schengen (hasta 235.000 millones de euros en apenas una década, según la Fundación Bertelsmann).

Tusk aseguró a los empresarios que el mejor camino para evitar un escenario catastrófico “es abandonar los sueños utópicos y concentrarse en medidas prácticas, como reforzar las fronteras exteriores de la UE o completar la Unión Bancaria”. Para el presidente del Consejo, “el lirismo y la candidez de los euroentusiastas” no lleva a ningún sitio: “Primero, porque sus propuestas no son factibles, y segundo, porque, paradójicamente, fortalecen a los euroescépticos y no solo en Reino Unido”.

Cañete, contra las cuerdas del parlamento

España se enfrenta a otra humillación institucional en la UE tras la decisión del Parlamento Europeo de exigir la comparecencia del comisario europeo Miguel Arias Cañete para dar explicaciones sobre la retahíla de escándalos que le han salpicado desde que llegó a Bruselas en noviembre de 2014. En esta ocasión, Cañete se verá obligado a justificarse por su posible implicación en el caso Aquamed y por la aparición de su esposa en los llamados papeles de Panamá.

La convocatoria todavía no tiene fecha, pero se espera que sea el próximo mes ante la Comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento. En principio, la presencia de Cañete en ese foro debería bastar para despejar las dudas sobre su idoneidad para el cargo. Pero el caso puede complicarse, dada la creciente hostilidad de varios grupos políticos hacia Cañete.

España, además, ha demostrado escasa habilidad para defender su posición en las instituciones europeas. Perdió el puesto en el BCE; su representante en el Banco Europeo de Inversiones, Magdalena Álvarez, fue desalojada prematuramente por su presunta implicación en el caso de los ERE en Andalucía, y al ministro de Economía, Luis de Guindos, se le ha escapado una y otra vez la presidencia del Eurogrupo.

La propia comparecencia de Cañete ya es un signo de debilidad, después de que el Parlamento haya ignorado casos muchísimos más graves de presunta corrupción o incompetencia en comisarios de otros países.

Draghi, estrella del Brussels Economic Forum

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, será el encargado el próximo jueves, 9 de junio, de la sesión estelar que abrirá en la capital europea la 16ª edición del Brussels Economic Forum, la principal cita anual del departamento económico de la Comisión Europea. A sus 68 años, el italiano acaba de superar el meridiano de su mandato en Fráncfort (2011-2019) y libra una dura batalla con el Gobierno alemán. Berlín acusa a Draghi de fomentar el populismo y la extrema derecha con sus tipos de interés bajo mínimos, que castigan a un país de ahorradores como Alemania. Tensión asegurada.

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