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Tribuna
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Brasil, entre el temor y Temer

No ha sido un golpe de Estado, pero sí un golpazo de los partidos. De la lucha partidista ante la debilidad extrema de la presidenta de Brasil. Probablemente, sin los efectos de la crisis acuciando y ensombreciendo cada vez más el futuro próximo brasileño, el esperpento orquestado no hubiera acaecido. La debilidad del Gobierno, la huida de los adláteres que la apuntalaron tras una victoria por la mínima frente a Aecio Neves, hoy también investigado por sobornos, y la búsqueda de una causa a la que asirse para el impeachment han terminado por colapsar la política. El temor al precipicio, a los efectos de la recesión, al colapso económico y el modelo del consumismo interno iniciado con Lula y que tantos efectos produjo a corto, sobre todo, para que por primera vez se superara el umbral de la pobreza y su salida en más de 25 millones de personas, se convierte hoy en un espejismo preocupante.

Rousseff ha sido acusada de manipular, cosmetizar las cuentas públicas, los presupuestos de cara a la campaña electoral que le supuso la segunda victoria en 2014. La controversia política y jurídica está ahí, como también la sospecha de ser esta práctica habitual anteriormente y en la actualidad, y no solo específica de este país. Estamos ante una investigación política, no judicial, de momento. Pero la misma tiene lugar en un momento donde la sombra de la corrupción, las destituciones –empezando por el propio presidente del Congreso, Cunha, y correligionario de filas del nuevo presidente (interino) Temer– artífice aquel de este apartamiento del poder, además de toda una serie de nombres salpicados por escándalos financieros, sobornos y corrupción cual telaraña opaca y resistente, ha generado un caldo de cultivo de hartazgo y victimismo que necesitaban cobrar una pieza mayor.

La confusión, las finas hilaturas de la acusación o sospecha han terminado por incendiar la política en Brasil y poner en jaque la estabilidad política, pero sobre todo, y como apéndice de la misma, aunque en puridad habría que invertir el orden, también la estabilidad económica, hoy ausente en Brasil.

Sin estabilidad no hay credibilidad ni acción posible y certera de gobierno. El temor es ese. Y Temer lo tiene muy cuesta arriba. Su partido se apartó de la cohabitación presidencial hace mes y medio. Temer, no; esperó su momento. No ha proclamado discurso alguno. Una foto firmando decretos de nombramiento escenifica una transición que no ha tenido lugar y que nadie sabe como acabará. Pero todo apunta que el retorno de la presidenta en la sombra será harto improbable. El tiempo debe transcurrir y todo presidente necesita, de un modo u otro, matar al padre. Siempre ha sido así. La gratitud no es patrimonio de los políticos, de ninguno, tampoco de Rousseff y Lula, por mucha escenificación que hayan impetrado en los últimos meses tras ciertos distanciamientos.

La presidenta espectro como ya la llaman no se resignará. Sus primeras palabras son fruto de un momento tenso, de alto voltaje y de ira contenida. Se siente inocente y tratará de demostrarlo y no duda en calificar lo sucedido de golpe de estado. Pero no hay militares. Sino las sombras de partidos acostumbrados a sobrevivir en las aguas subterráneas. Adviértase que no denominamos cloacas, pero el congreso brasileño es el conciliábulo perfecto de viejos patricios y nuevos prebostes dados más a la conspiración y el pacto transversal personal al margen de ideologías. Un país con más de una treintena de partidos con representación. Y cuya gobernabilidad, sin mayoría, es complejísima.

Temer ha nombrado tecnócratas con cierta reputación, pero también ministros con lastres. La superficialidad se ha posado en lo adjetivo, pero no en la esencia. Prima la circunstancia, incluso el hecho de desterrar todo atisbo de paridad. Las medidas de choque económico han de llegar, desde una política monetaria más radical y restrictiva hasta controlar la inflación.

Temer no puede cambiar en meses un modelo productivo que ha colapsado en un país donde el proteccionismo es altísimo y la competitividad se desestimula. Tiene dos frentes: este, el económico, el de la angustia y miedo o temor a que la recesión no haya tocado suelo y esa pobreza vuelva con fuerza, nunca desterrada: y el político, el de la estabilidad sabiendo que enfrente tiene al Partido de los Trabajadores y a los descontentos que pronto llegarán y que hoy celebran la caída de Dilma. La mujer obstinada con su propio destino, rigurosa, culta e incrédula con su propia situación.

Abel Veiga es Profesor de Derecho Mercantil en Icade

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