Renunciar al sillón... ¿y a lo irrealizable?
Los líderes del PSOE, Pedro Sánchez, y de Podemos, Pablo Iglesias, escenificaron ayer la primera imagen de deshielo entre ambos grupos de cara a la formación de un nuevo Gobierno. Los principales partidos de izquierda estaban muy alejados desde que, en la ronda de consultas del rey Felipe VI, Iglesias sorprendió proponiéndose como vicepresidente, exigiendo nombrar a medio gabinete y haciéndose una foto con sus pretendidos ministros. Aquella maniobra, tan osada como contraproducente si se pretendía una verdadera negociación, tuvo consecuencias. El PSOE lo interpretó como una humillación, así que las relaciones se congelaron mientras el auténtico entendimiento se producía entre los socialistas y Ciudadanos, que pactaban un programa común –falto de muchas concreciones– y aunaban sus votos, insuficientes, en la investidura de Sánchez. La mesa a cuatro, con Compromís e Izquierda Unida, que se celebró a iniciativa de Alberto Garzón tampoco llegó a buen puerto, precisamente porque los potenciales socios de la izquierda no querían compartir pacto con los de Albert Rivera. Desde entonces se ha perdido un tiempo precioso, con el reloj corriendo hacia la convocatoria automática de elecciones.
¿Qué ha cambiado para que ayer pareciera reactivarse la opción, aún lejana, de un Gobierno de progreso? Varios factores que incluyen situaciones complicadas a nivel interno para ambos líderes, pero sobre todo que a Podemos le ha desgastado su actitud inflexible, que les presentaría ante el electorado como responsables del fracaso de la legislatura. Así que Iglesias anunció ayer, como cesión, el sacrificio de su propio papel en el nuevo Gobierno: ya no exige la vicepresidencia para él, pero sí quiere que Podemos esté presente en el Ejecutivo. Y se mantiene otra condición con palabras menos gruesas: el pacto “a la valenciana” no podría incluir en ningún caso a Ciudadanos.
Fue un error estratégico de Podemos, después de todos los discursos que ha hecho contra lo que llamaba casta, poner la petición de sillones en el primer lugar del diálogo. Pero para facilitar un acuerdo no basta con olvidarse de la vicepresidencia. Lo que importa es el para qué de un Gobierno: el programa. Y nada sugiere que Podemos vaya a retractarse de una propuesta peligrosa y nada realista, en la que plantea una estratosférica subida fiscal a empresas y familias (tratando como ricos a la clase media), un desmesurado aumento del gasto público (casi 100.000 millones de euros en la legislatura) o el anuncio del fichaje de un millón de nuevos funcionarios, por no hablar de unas previsiones ilusorias de crecimiento y lucha contra el fraude. Las distancias parecen todavía siderales. Aunque Sánchez insista en un pacto a tres con Podemos y Ciudadanos, eso exigiría que todos se ajusten a lo que resulta razonable en el entorno europeo y global. Y uno de los tres está demasiado lejos.