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Columna
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Osborne se aferra al superávit

George Osborne se aferra a un fetichismo inútil. El ministro de Finanzas británico utilizó su presupuesto anual para anunciar más recortes en el gasto de Reino Unido con el fin de generar un superávit presupuestario para 2020. De sus tres grandes objetivos, el superávit es el único que Osborne no ha violado aún –aunque debería hacerlo–.

Reino Unido necesita reducir su deuda neta del sector público, situada en el 80% del PIB, el doble que era antes de 2008. Si se tienen en cuenta las obligaciones por pensiones y otros compromisos fuera de balance, la cifra es aún más aterradora, del 177% del PIB, según el Instituto de Contables Públicos en Inglaterra y Gales.

La cuestión fundamental es la rapidez con la que deberían ponerse en marcha los recortes del presupuesto británico

Pero la cuestión fundamental es la rapidez con que deberían ponerse en marcha los recortes. Si Reino Unido lograra un presupuesto equilibrado en 2021 y el crecimiento se situara en el 2,5%, la relación entre deuda y PIB volvería al 40% en 2040, según el Instituto de Estudios Fiscales. Sin embargo, esas duras medidas no son necesarias. Osborne podría seguir con un déficit del 1,5% en 2020 y financiarse para invertir –en cuyo caso, la deuda sería del 60% del PIB en 2040–. Dado que la producción nacional crece más rápido que la deuda, es posible reducir el apalancamiento a la vez que se registra un déficit.

En su lugar, Osborne se ha comprometido a lograr un superávit presupuestario global cada año, a menos que el crecimiento del PIB caiga por debajo de un 1%, una situación muy inusual.

Esto seguiría estando bien si Reino Unido estuviera recolocando el stock de capital y estimulando el nuevo crecimiento. Reino Unido puede financiarse a un precio bajo, por lo que parece extraño no hacerlo. La rentabilidad de los bonos a 10 años es solo del 1,5%. Osborne podría a continuación apuntar a un superávit una vez eliminada la inversión. Tendría que llevar a cabo un cambio de sentido. Pero Osborne ya ha roto otras dos férreas reglas –que la deuda supuestamente debería caer en cada uno de los próximos cinco años como proporción del PIB y que los pagos del estado del bienestar deberían estar limitados–. Ir a por ese triplete no debería ser un gran problema.

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