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Columna
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Abe solo pierde su escudo

La renuncia del ministro de Economía de Japón es una herida para el primer ministro Shinzo Abe. La partida de Akira Amari, importante aliado suyo, es vergonzosa, pero el primer ministro y su partido siguen siendo fuertes.

La salida de Amari no muestra un partido al borde del colapso. El índice de aprobación del gabinete es del 47%, según muestra una reciente encuesta de Nikkei citada por Nomura. Por supuesto, ha disminuido de forma constante desde un máximo superior al 70%. Mientras tanto, el opositor Partido Democrático de Japón está por los suelos, con una tasa de popularidad inferior al 10%, frente al 39% del Partido Liberal Democrático. Abe tampoco se enfrenta a obvios rivales internos. Los poderes ejecutivo, legislativo, la burocracia y el banco central tienen una tendencia a empujar en la misma dirección de una forma que parecería extraña, digamos, en Washington DC.

Eso no quiere decir que todo vaya sobre ruedas en la tercera mayor economía del mundo. Si la salida de Amari afecta a la popularidad de su partido, puede que hubiera que revertir la dura e impopular medicina del incremento de los impuestos a las ventas. Pero los mayores quebraderos de cabeza no son explícitamente políticos. La creación de un círculo virtuoso de aumento de salarios y una saludable inflación ha demostrado ser diabólicamente difícil. El Banco de Japón se enfrenta a una creciente presión para ampliar un programa de flexibilización ya épico.

Entre las empresas, también, hay contratiempos. El empujón para que las compañías niponas mejoren su gestión y sean más rentables está cosechando éxitos, pero los embarazosos casos de Toshiba y Sharp sugieren que todavía hay camino por recorrer.

Perder un ministro de Economía no ayuda a solucionar esos problemas, pero tampoco los empeora.

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