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Órdago de Merkel con las cuotas de refugiados

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La crisis de la Unión Europea por la gestión de los refugiados ha entrado en su fase más aguda y la canciller alemana, Angela Merkel, parece dispuesta a cumplir su amenaza de reventar Schengen si los socios no aceptan antes de dos meses un sistema obligatorio de reparto de los solicitantes de asilo.

Las maniobras de Merkel para imponer el reparto de refugiados han fracasado una vez tras otra.

El primer plan, voluntario, no despegó.

El segundo, con cuotas obligatorias por países, se aplica con extrema lentitud (hasta ahora se han redistribuido poco más de 300 asilados de los 160.000 previstos en dos años).

Y las negociaciones sobre un Reglamento impulsado por Berlín para establecer el mecanismo fijo de reubicación se han estrellado contras objeciones de 17 de los 28 socios de la UE (empezando por España y Francia y terminando con Polonia, Hungría y demás países de Europa central y del Este).

Pero Merkel, acorralada dentro y fuera de casa, no se rinde y vuelve a la carga. Alemania intenta ahora imponer las cuotas a través de la reforma del llamado Reglamento de Dublín.

Esa norma establece que, en caso de entrada irregular en el territorio europeo, la petición de asilo debe tramitarse en el primer país a donde llegó el refugiado o en el país donde haya residido cinco meses si no se puede demostrar el punto de entrada.

Berlín quiere suprimir ese criterio, lo que obligaría a los socios a pactar fórmulas de reubicación para evitar que cientos de miles de refugiados pasen de un país a otro... o a cerrar las fronteras y poner fin a Schengen.

Alemania sabe que todos los socios pagarían caro el desmantelamiento de Schengen, pero muy en particular los de la periferia.

"La desaparición de Schengen tendría un coste económico enorme", ha advertido hoy el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Y ha puesto un significativo ejemplo: "Cada hora de retraso por cruzar una frontera cuesta 55 euros por camión".

Alemania es paso inevitable para miles de transportistas europeos y el tráfico internacional de mercancías por las carreteras alemanas ha crecido un 44% entre 1995 (comienzo de Schengen) y 2012, según datos recogidos por el Parlamento Europeo. Sólo en 2015, más de 17 millones de camiones procedentes de otros países vecinos cruzaron la frontera alemana, según señala Bruegel.

Para España, donde el transporte por carretera multiplica por veinte al del ferrocarril (en términos de tonelada por kilómetro), la reaparición de controles fronterizos por toda Europa supondría un importante coste añadido para la exportación.

Hasta ahora, el potencial colapso de Schengen se había valorado en términos políticos, como un tremendo paso atrás en la integración europea. Pero esa amenaza no ha impresionado a los países que se resisten a las cuotas de refugiados.

Pero a medida que crece la tensión por la crisis de refugiados. el hundimiento de Schengen se empieza a medir en euros. Y Berlín confía en que el argumento económico sirva para doblegar la resistencia de los socios a aceptar una reforma de Dublín que incluya el reparto de las peticiones de asilo.

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, advertía ayer que sólo quedan dos meses para alcanzar un acuerdo sobre los refugiados. "La cumbre de marzo será la última oportunidad para ver si nuestra estrategia funciona. Si no lo hace, afrontamos afrontaremos consecuencias tan graves como el colapso de Schengen", avisó el polaco.

Tusk no concretó quién ni cómo desencadenaría la ruptura de los acuerdos que permitieron suprimir hace 20 años los controles fronterizos en el Viejo Continente. Pero el presidente del Consejo tiene hilo directo con Berlín y en Bruselas se da por supuesto que sus palabras traducen el órdago de Merkel.

Foto: Obra de Barbora Rozloznikova (B. dM., junio 2009).

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