El brillante engaño de Osborne
Está la publicidad y luego está la realidad. El ministro de Finanzas británico, George Osborne, tiene reputación de ser un fanático del equilibrio presupuestario. Y en muchos sentidos, lo es.
Su declaración fiscal de otoño de ayer esbozó los planes para un superávit presupuestario de 10.100 millones de libras (unos 14.400 millones de euros) para el año financiero que termina en marzo de 2020. Alcanzar ese objetivo probablemente implicará la austeridad más agresiva de cualquier país desarrollado de aquí a 2020, según cifras recogidas previamente por el Fondo Monetario Internacional.
Pero hay un Osborne pragmático al acecho debajo de la disciplina fiscal. Comparemos Reino Unido con Francia, por ejemplo. Este país tiene fama de ser derrochador, pero Reino Unido ha registrado déficits mucho mayores en relación a su producto interior bruto que su vecino galo en los cinco años y medio de Osborne en el cargo. El déficit británico fue del 5,7% del PIB en 2014, casi una vez y media más que Francia, tendencia que también muestran otras medidas.
Aunque Osborne de hecho ha reducido el déficit de Reino Unido, también ha puesto en marcha sensatos impuestos y giros en el gasto cuando la política lo requería. Su último movimiento involucró abandonar unos planes enormemente controvertidos para reducir los créditos fiscales en funcionamiento. No es de extrañar las previsiones de déficit para este año fiscal y el siguiente se elevaran simultáneamente, a un 3,9% y un 2,5%, respectivamente.
Los inversores han sido tolerantes hasta el momento y es probable que permanezcan relajados. Es cierto que la rentabilidad de los bonos del Gobierno de Reino Unido es más elevada que la de los alemanes o franceses. Pero esto es más porque el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, planea una mayor expansión monetaria, mientras el gobernador del Banco de Inglaterra Mark Carney se pregunta cuándo comenzar a subir los tipos de interés. El despliegue publicitario de Osborne tiene su sentido.