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El Foco
Tribuna
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Olegario y el ‘ballotage’

Olegario no solo fue un as del presentimiento, sino que además siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía: ´Mañana va a llover´. Y llovía.” Así principia un hermoso y breve cuento de Benedetti titulado Los bomberos, un texto al que he vuelto los ojos tras conocer los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales argentinas: digan lo que digan ahora los analistas, encuestadores y todologos, no hubo absolutamente nadie, ningún Olegario que pronosticase una segunda vuelta, el ballottage que enfrentará el 22 de noviembre de 2015 a los dos candidatos más votados el pasado 25 de octubre: Scioli y Macri o Macri y Scioli, que tanto monta. Uno de los dos sucederá el 11 de diciembre a Cristina Fernández de Kirchner en la presidencia de la República.

Escribo desde Argentina, en el ecuador de una y otra consulta electoral, cuando la maquinaria del oficialismo se ha puesto en marcha para evitar una victoria de Macri que muchos dan por segura o, mejor, desean. Las personas de toda condición con las que hablo en Buenos Aires, Córdoba y La Plata –diplomáticos, empresarios, periodistas, empleados, profesores universitarios, estudiantes, profesionales y directivos– se escudan, visto el fiasco de las encuestas en la primera vuelta, en una frase prudente: “Hay que esperar al conteo de votos el 22 de noviembre”. La incertidumbre se ha instalado entre los argentinos y nadie se atreve, más allá de sus propias preferencias, a predecir un resultado rotundo, aunque en determinados círculos se especule con la eventual retirada de Scioli en la segunda vuelta (así gano Néstor Kirchner su presidencia en 2003, tras la estampida de Carlos Menem) y, al mismo tiempo, se diga que el oficialismo toca arrebato y cierra filas en torno a su candidato. No lo parece, y en esa percepción coinciden los analistas. Aunque Scioli parece abandonado a su suerte por sus correligionarios, la paradoja es que el kirchnerismo se juega mucho en este envite, tanto como Macri, al que se le pide que tienda puentes porque, como escribe Luis Alberto Romero en La Nación: “...luego de los sorprendentes resultados de la primera vuelta, los políticos de Cambiemos deberán controlar los impulsos revanchistas, privilegiar la responsabilidad y tratar de construir, mediante una convocatoria amplia, los necesarios consensos”. Otros medios señalan los graves desafíos que le esperan al nuevo Gobierno y se atreven a señalarlos: la falta de independencia de la justicia, la inseguridad ciudadana, la corrupción, el crecimiento del narcotráfico y, por último, la preocupante situación económica del país.

Durante la gestión de CFK el gasto del personal estatal creció el 695%, sobre todo porque el numero total de empleados públicos casi se duplicó, pasando de 2,3 a 4 millones. A pesar de ese demoledor dato, que hipoteca a cualquier gobierno, y de la inflación, el estancamiento económico, las escasas reservas, la perversa política de subsidios y la deuda externa, todos grandes lastres para el futuro de la economía argentina, las previsiones económicas del kirchnerismo para 2016 son optimistas: estiman un dólar más caro y menos inflación, con crecimiento del PIB del 3% y un importante superávit fiscal, además de un 25% más de ingresos tributarios. Nadie se lo cree, claro. Por eso, precisamente, la economía se esta convirtiendo en el eje de la fase final de la campaña. El todavía gobernador Scioli ha prometido mantener los subsidios a los servicios y el transporte público, y sus equipos económicos piden ahora generar índices fiables para combatir la pobreza y la inflación (10.7% hasta septiembre oficialmente), un dato que las gentes de Macri, y los que no lo son, han calificado de “mentiroso”, porque en los índices creíbles y no oficiales la inflación no baja del 20/25%, y eso es lo que sufren y se percibe realmente entre los ciudadanos. Macri ya ha anunciado que si es presidente habrá un dólar único:”Subirá el oficial, que hoy afecta a pocos, y bajaran todos los otros”, dicen en Cambiemos, y el comportamiento del mercado parece avalar esta afirmación.

El domingo 1 de noviembre El País publicó un articulo de Mario Vargas Llosa, Una esperanza argentina, reproducido al día siguiente en el diario La Nación, que causó un gran impacto en la opinión publica y en la clase política del país. Más allá de las simpatías que el escritor peruano despierte entre los argentinos, su análisis de la situación es compartida por muchos y la necesidad del cambio se ha convertido en la gran esperanza: “...hago votos porque el 22 de noviembre una mayoría inequívoca de electores argentinos muestren la misma lucidez y valentía llevando al poder a quien representa el verdadero cambio en libertad”, concluía el artículo del Nobel de literatura.

Por si ese cambio se produce, el oficialismo se prepara: a toda prisa y, según la oposición, de forma ilegal, torticera y usando malas artes, los kirchneristas designaron en sede parlamentaria a dos leales (y más aún) para la Auditoría General de la Nación, en un claro intento de bloquear en el futuro cualquier tentación de revisar las cuentas del pasado, como si rendirlas no fuese una obligación democrática que los ciudadanos merecen. Si finalmente ganan, los partidarios de Macri ya preparan la destitución de los auditores que tan vergonzosamente han sido elegidos.

El domingo 8 de noviembre, Clarín publicó una encuesta que da ganador a Mauricio Macri (rico de cuna, por cierto) con casi diez puntos de diferencia. De cumplirse tal predicción, le queda al nuevo presidente, y a todos los argentinos, una larga tarea: trabajar por el desarrollo y el crecimiento de un país mejor, mas justo, que profundice en su democracia y le gane la partida a la corrupción y la desigualdad. Pero, sobre todo, lo que los argentinos precisan es que, desde el ejemplo y la coherencia de sus nuevos dirigentes, las promesas electorales no se conviertan en retórica, ni el bien común en ambiciones personales. El futuro se construye hablando menos y trabajando más, porque no he dicho que Olegario, el protagonista del cuento de Benedetti, gozaba entre sus amigos de una admiración sin límites. Tanta que, sin mover un dedo, guardaron un respetuoso y afable silencio cuando Olegario vio pasar a los bomberos y dijo: “Es casi seguro que mi casa se esté quemando”. Y así ocurrió.

Juan José Almagro es doctor en Ciencias del Trabajo y abogado.

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