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Editorial

Una industria clave para el futuro de Europa

La industria tecnológica está viviendo una transformación vertiginosa en su modelo de negocio, una catarsis que constituye la mejor prueba de la enorme capacidad de innovación que tiene este sector. La radiografía de esa evolución apunta a un mercado en el que muestran cada vez menos peso las infraestructuras en favor de los servicios y en la que estas se han convertido casi en una commodity. Ello configura una industria que vuelca su esfuerzo tecnológico en los servicios, que gira hacia lo intangible y en la que la innovación –la irrupción del internet de las cosas o la nube son ejemplos de ello–, las aplicaciones y la diferenciación tecnológica son más importantes que nunca. Un mercado en el que el peso del hardware es cada vez menor y el alquiler de capacidad y el desarrollo de tecnología a la carta está marcando la pauta. Los proveedores de servicios globales, como Amazon o Google, o locales, como Telefónica, se han convertido en los ganadores de este rápido proceso frente a las compañías –más tradicionales– que protagonizaron el boom de la informática corporativa, componentes y software.

El nuevo modelo empresarial que se está creando en el sector tecnológico es el de grandes empresas que operan en entornos globales, rodeadas de un tejido emprendedor y en las que los servicios se desarrollan en función de la cercanía al cliente, la anticipación de necesidades y la creatividad a la hora de solucionar problemas. Se trata de un mercado en el que se están forjando alianzas muy fuertes y en el que cada vez se darán más operaciones como la anunciada la semana pasada por el fabricante de PC y servidores Dell, que ha comprado EMC a cambio de la escalofriante cifra de 67.000 millones de dólares. O se producirán cambios como los anunciados en la estructura organizativa de gigantes como Google, Twitter, Cisco y Oracle.

Buena parte de esos valores que destacan con fuerza en el corazón de la industria tecnológica están registrando una positiva evolución en los mercados. En lo que va de año, el índice Nasdaq ha avanzado un 2,75% y, dentro de este, el subsector de informática suma un 2%. En Europa, donde el peso de los gigantes tecnológicos es limitado, el sector acumula una subida del 5,5% y se sitúa en la parte media de la tabla. Entre las compañías con mayor potencial para los inversores destaca Google, cuyos títulos se han revalorizado casi un 30% desde el inicio del año y un valor que más del 90% de las casas de análisis recomiendan adquirir. Otra apuesta es Twitter, que ha retrocedido un 17% en lo que va de año, pero al que se le augura un recorrido de hasta un 27%.

Otro tanto ocurre con Apple, que apenas ha avanzado un 1% en los últimos meses, pero a la que los analistas otorgan un potencial de revalorización de hasta el 30%. Facebook, que ha cerrado en positivo los tres ejercicios transcurridos desde su debut en Bolsa, es otra de las recomendaciones; al igual que Oracle, que ofrece un potencial de hasta el 18%. Entre las cotizadas españolas destaca Indra, el valor más tecnológico del Ibex, que acumula desde principios de año un avance del 18%, pero a la que la decisión de prescindir del dividendo resta atractivo respecto a otras opciones.

Dominada por los gigantes estadounidenses, la industria tecnológica en Europa tiene ante sí dos grandes retos. El primero es plantar cara a la dura competencia y el imparable ritmo de innovación que marcan en el mercado las grandes compañías globales de internet, como Amazon, Apple o Google. El segundo, llevar a cabo ese proceso con las dificultades que supone una regulación –la europea– que resulta inexplicablemente más favorable para las multinacionales del otro lado del Atlántico que para las empresas del Viejo Continente. El sector tecnológico, cuyo esfuerzo inversor en el proceso de digitalización de la economía europea es una realidad innegable, lleva tiempo reclamando que Bruselas apueste por una normativa que facilite –y, sobre todo, que no perjudique– a la industria. Una reivindicación razonable y necesaria no solo por razones de equidad regulatoria, sino porque se trata de una industria vital para el presente y el futuro de Europa.

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