Los coches clásicos tienen su túnel del tiempo en la Autostadt
El parque temático de Volkswagen, en Wolfsburgo, alberga una colección de iconos del diseño de automóviles.
Si algo tienen de bueno las exposiciones universales es que suelen dejar como legado a las ciudades anfitrionas alguna infraestructura, monumento o lugar de interés turístico o cultural. Son famosos los casos de la Torre Eiffel de París, el Atomium de Bruselas y la Noria Ferris de Chicago.
Wolfsburgo no fue la sede de la Expo 2000, sino Hannover, pero Volkswagen, que tiene su cuartel general aquí, decidió contribuir a la celebración del evento con la creación de una atracción permanente.
Ya desde mediados de los noventa, el grupo planeaba construir a las afueras de su fábrica, en un terreno ennegrecido por un antiguo depósito de carbón, un centro de entrega de vehículos. Pero, con motivo de la Expo, el proyecto evolucionó hacia algo bastante más ambicioso: la Autostadt, un parque temático dedicado al mundo del automóvil, pero también a la ciencia, el arte y la cultura.
El emblema del recinto, inaugurado en junio de 2000 tras una inversión de 430 millones de euros, son dos torres de cristal donde se guardan los coches antes de ser entregados a sus compradores.
Los autos son traslados desde la fábrica hasta estos edificios a través de un túnel subterráneo de 700 metros. Una vez adentro, una plataforma los eleva y deposita en una plaza de garaje.
Allí permanecerán hasta que llegue el momento de entregarlos a sus compradores. Entonces, el sistema los bajará y conducirá de manera automática hasta el centro de entrega a través de otro túnel subterráneo, este de 300 metros.
Un ascensor permite a los visitantes subir hasta la cima de una de las torres. Desde allí se tiene una vista panorámica de todo el conjunto.
El concepto de Autostadt es que los clientes puedan pasar un día entretenido, ya vayan solos o en familia, mientras esperan las llaves de su coche nuevo. Por eso, dentro de sus 28 hectáreas, el parque alberga también pabellones dedicados a 7 de las 12 marcas del grupo –incluyendo Seat, Audi, Porsche y Lamborghini–, un museo de coches clásicos, pistas de prueba, restaurantes y hasta un lujoso hotel, nada menos que de la cadena The Ritz-Carlton.
Autostadt recibe dos millones de visitantes al año y entrega un promedio de 500 coches al día, únicamente de las marcas Volkswagen y Seat (las otras no están disponibles aquí). La gran mayoría de clientes que vienen a recogerlos son alemanes, aunque también viene gente de Austria y Holanda.
Desde que la fábrica recibe el pedido hasta que se entrega pueden pasar unos tres meses.
Autostadt es todo un atractivo turístico en una ciudad que hasta la apertura del parque no tenía ningún interés más allá de lo industrial. Como dato curioso, el edificio que recibe a los visitantes aparece en la película The International (2009) bajo la apariencia del banco que investiga Clive Owen.
Pero si hay un sitio dentro del recinto que no puede perderse, en especial si es aficionado a los coches y el diseño industrial, es la ZeitHaus (casa del tiempo), donde se exponen modelos que supusieron un hito en la historia del automóvil.
Originales, no imitaciones
Los vehículos son todos originales. De hecho, la mayoría están operativos y participan regularmente en carreras de coches clásicos. Como el BMW 328 de 1938, uno de los primeros que, con su parrilla delantera dividida en forma de riñón, mostró que el diseño podía dejar de ser un elemento puramente funcional y servir para comunicar la identidad de marca.
Los deportivos americanos introdujeron aletas que imitaban el aspecto de los aviones
Otro pionero de esta filosofía fue el Escarabajo de Volkswagen, que mantuvo invariable su forma redondeada desde el comienzo de su fabricación a gran escala en 1945 hasta que dejó de producirse en 2003.
Mantener su forma tradicional, incluso cuando la aparición de modelos más grandes y amplios lo hicieron parecer anticuado, ayudó a conservar su cualidad de producto único. El diseño, en este caso, sirvió para perpetuar una relación muy especial entre el coche y su dueño.
Pero los fabricantes no han sido ajenos a modas pasajeras, como la de los fastback. Estos automóviles surgieron en EE UU después de la Segunda Guerra Mundial y se caracterizaban por su techo inclinado hasta la cola y la presencia de aletas, que les daban apariencia de avión o cohete.
General Motors, Ford y Chrysler lanzaban todos los años modelos espectaculares de este estilo para sorprender a los compradores y el diseño se convirtió en un arma de venta.
La moda llegó a Europa y la británica Bentley montó su primer deportivo de lujo con aletas y una línea de techo fluida que realzaba su elegancia. El R-Type Continental de 1952 fue el cuatro plazas más rápido y atractivo de su tiempo.
En los principios aerodinámicos se inspiró el austriaco Erwin Komenda, creador de la carrocería del Escarabajo, para diseñar el primer Porsche a finales de 1940. Fue pensando en compensar la potencia relativamente limitada de su motor de cuatro cilindros, y no en la estética, como Komenda diseñó el 356 con una superficie frontal pequeña, a fin de que opusiera baja resistencia al aumento de la velocidad.
No es de extrañar que los primeros Porsche 356 fuesen capaces de alcanzar hasta 160 km/h con motores de solo 40 o 60 caballos de fuerza.
Pero si de deportivos se trata, ninguno entusiasmó tanto a los aficionados como el Lamborghini Countach. Desvelado en el Salón de Ginebra de 1971, nunca antes un coche había tenido bordes tan afilados. Con su cabina adelantada para dejar espacio a un motor central trasero, registraba una velocidad máxima de 288 km/h.
Ya antes, en 1965, Lamborghini había lanzado un modelo de diseño similar, el Miura, el primer deportivo de motor central, una idea que su diseñador, el francés René Bonnet, tomó de los autos de carreras.
En otras ocasiones, han sido los cambios en el estilo de vida los que han inspirado a los diseñadores. Hasta mediados del siglo XX, la función de los vehículos estaba bastante clara: llevar a la gente lo más cómodamente posible de un punto a otro. Los camiones llevaban mercancías y los autobuses eran utilizados para el transporte público.
La aparición de la Combi en 1950 borró esas fronteras, ya que este vehículo resultaba adecuado para muchos propósitos diferentes: viajar, salir de campamento o de vacaciones con toda la familia. Como la Autostadt y su casa del tiempo.
Visita a la fábrica mientras los niños ‘se sacan el carné’
Wolfsburgo se encuentra a 30 minutos en tren de Hannover y a una hora y media de Berlín. Una vez allí, se puede llegar a la Autostadt caminando desde la estación. El paseo toma unos pocos minutos. Solo hay que cruzar un puente.
Hay entradas desde 15 euros, aunque si se reservan por internet se puede conseguir un descuento del 5%. Niños y adolescentes menores de 17 años pagan seis euros.
El parque abre de 9.00 de la mañana a 6.00 de la tarde todos los días del año menos el 24 y 31 de diciembre. No hace falta que haya pedido un coche para visitarlo.
Además de subir a la torre donde se guardan los vehículos y admirar la colección de la ZeitHaus, puede realizar una visita guiada a la fábrica de Volkswagen (solo los días de producción, de lunes a viernes) y probar modelos como el eGolf, Touareg y Tiguan en el circuito de pruebas.
Si lleva niños no se aburrirán. Pueden jugar a sacarse el carné guiando unos cochecitos eléctricos a través de una pista donde se recrean situaciones de tráfico habituales, o apuntarse a talleres de ciencia y tecnología.
La oferta de ocio se complementa con espectáculos de teatro, danza y música. En diciembre, un mercadillo navideño, una pista de patinaje y un tobogán de 30 metros de altura cubierto de hielo son las principales atracciones.