"Con el arte me pasa lo mismo que con el vino"
Propietario del hotel Atrio, comenzó a coleccionar arte en los noventa.
La primera vez que compró un cuadro fue de arte antiguo, un Berruguete, para el anterior restaurante Atrio, que regentaban en pleno centro de Cáceres. La siguiente compra importante de José Polo, de 53 años, propietario, junto al cocinero Toño Pérez, del hotel Atrio (este año ha recibido el premio Nacional de Gastronomía al mejor director de sala), fue en los años noventa: una obra del pintor expresionista Juan Barjola. “Me recibió en zapatillas y batín de andar por casa. Le dije que me gustaba una obra, y me dijo que cómo era posible si a nadie le gustaba. Fue la manera en la que compré un retrato apócrifo, que le dije que me lo dedicara a Toño, el cocinillas”. El siguiente fue un Saura, que adquirió en Arco, también en los noventa.
A partir de ahí, da el salto a Art Basel de Miami y adquiere una fotografía de Santiago Sierra. Poco a poco, comienza, con Toño Pérez, una colección que él califica de modesta. “Nos gustaba el arte y pensábamos que algún día tendríamos un hotel, donde poder compartir las obras con los clientes”. Yasí ha sido. En 2011, Polo y Pérez abrieron el hotel y restaurante Atrio (dos estrellas Michelin), un imponente edificio en pleno casco histórico de Cáceres, obra de los arquitectos Mansilla y Tuñón. “Siempre quisimos hacer algo cultural en esta ciudad que no tenía nada”, explica Polo, que define el coleccionismo como esa sensación de plena insatisfacción, “de que tienes que comprar siempre”.
Un vicio del que es difícil desengancharse. En su haber, tiene un Tàpies, un papel de Andy Warhol, obras que le ha regalado su amiga la galerista Helga de Alvear, promotora del Centro de Artes Visuales en Cáceres. Además de las obras que tiene repartidas por distintas estancias del hotel, también convive con el arte en su casa de la capital extremeña y en la de Madrid, donde está acompañado de artistas como Richard Low o de Prudencio Irazábal, “que le gusta mucho a Toño”.
Cuando eres joven eres más barroco, pero a lo largo de tu vida vas solando lastre”
Explica que convivir con determinadas piezas, unas 50 en total, no es fácil, “hay muchas obras que son fuertes, como las piezas de Montserrat Soto, que son duras pero conceptualmente bonitas.
Entre las asignaturas pendientes, varias obras, aunque excesivamente caras, “de un millón de euros, esto es como los vinos que los que me emocionan son de precio alto”. Entre esas espinas, una obra importante de Marlene Dumas, artista de la que tiene un pequeño papel, que compró en Basilea.
José Polo asegura que en su afición ha habido una evolución. Antes, cuando el restaurante tenía un estilo más clásico compraba arte antiguo. Sin embargo, con la edad, asegura “vas evolucionando, vas cambiando, cuando eres joven eres más barroco, pero a lo largo de tu vida vas soltando lastre, y en ese cambio de actitud me intereso por el arte contemporáneo”. Confiesa que es caprichoso, por eso evita ir a ferias, “porque cuando veo algo que me gusta tengo la necesidad de poseerlo”. Una de esas últimas adquisiciones la hizo en Arco, donde compró una caja de luz del artista chileno Alfredo Jaar. “Me gustaría mucho seguir comprando, pero tengo muchas aficiones, como la música y el vino, y ahora toca terminar de pagar al banco el hotel”. La mayor inversión que ha desembolsado ha sido de 70.000 euros, y alguna vez ha comprado a plazos. Siempre está al tanto de lo que ocurre en el mundo del arte, gracias a su amiga Helga de Alvear y a José María Viñuela, responsable de conservaduría de Banco de España. Aunque lo importante, es “ver y escuchar ”.
Atrio, el hotel pinacoteca
Nunca pretendió atesorar obras de arte para sí mismo. “Lo bonito es poder compartirlo, las cosas buenas hay que revertirlas a la sociedad”. Así que cuando José Polo y Toño Pérez comenzaron a soñar con la idea de tener un hotel, no dudaron en concebirlo como un escaparate para sus obras de arte. En las paredes de Atrio cuelgan obras de Andy Warhol, Antonio Saura, Antoni Tapies, Georg Baselitz, Candida Höfer, Gerardo Rueda, Thomas Ruff y Thomas Demand. “Hemos encontrado el lugar perfecto”.
Nunca se ha desprendido de ningún cuadro, “esto es como el vino, lo vendo, pero si hay una botella especial, me da un no se qué venderla”, dice, mientras posa en su casa de Madrid, frente a las obras de José María Guijarro y de José Manuel Broto.