Escarmiento griego para todos
El sartenazo de la amenaza de expulsión de la zona euro que ha dado Alemania en la cabeza de Alexis Tsipras ha resonado en toda la Unión Europea. Y aunque ninguna capital ha mostrado públicamente compasión por el primer ministro griego, muchas se sienten aludidas y atemorizadas por la demostración de fuerza de Berlín.
Francia (con un presupuesto en números rojos desde 1974) e Italia (con una deuda pública del 132% del PIB) han visto pasar por encima la sartén del Grexit. Londres y Budapest, que esgrimen a menudo la amenaza de sus propias salidas, han podido vislumbrar el escenario que hay tras la puerta marcada con exit. Y el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, observa de reojo a Artur Mas y Pablo Iglesias, para ver si han tomado nota de que nadie tiene garantizada su plaza en la Unión Europea.
La actitud de Berlín también por la unanimidad en la clase política alemana, que ha mostrado que, en caso de crisis grave, puede cerrar filas por encima de sus afinidades ideológicas en el resto del continente. Los socialistas alemanes (SPD) han aceptado la posibilidad del Grexit con la misma naturalidad que los conservadores deMerkel (CDU/CSU). Incluso el presidente del Parlamento Europeo, el socialista alemánMartin Schulz, se olvidó de su papel institucional y defendió abiertamente la tesis alemana de una salida de Grecia con plan de ayuda humanitaria incluido.
“La respuesta contra Grecia ha sido especialmente dura porque ha coincidido con un incremento generalizado del populismo en muchos países europeos”, señala una fuente europea, haciéndose eco de la tesis más frecuente en Bruselas para explicar la dureza de Alemania con Grecia. Sin duda, el empujón alemán para que Grecia se salga del euro si quiere reestructurar su deuda servirá de aviso para los posibles votantes de formaciones como Podemos, que plantean una revisión de las condiciones de la deuda, o del Frente nacional de Marine Le Pen, partidaria de que Francia abandone la UE.
Pero el escarmiento a Tsipras y a su exministro Yanis Varufakis no parece ir solo destinado a esas audiencias. Servirá también de lección a otros Gobiernos que están jugando últimamente en los extremos del terreno de juego europeo, a veces con un pie fuera. El primer ministro británico, David Cameron, por ejemplo, acaba de ganar unas elecciones en las que ha prometido renegociar las condiciones de la participación de Reino Unido en el club europeo, bajo amenaza de defender en un referéndum el no (o sea, la salida) si Bruselas se resiste a sus exigencias. El guion de Cameron parece calcado al aplicado, sin éxito, por Syriza.
“No se pueden prometer cosas que no puedes cumplir, por eso no me da ninguna pena Tsipras”, ha señalado el presidente del Eurogrupo y testaferro de Berlín, el holandés Jeroen Dijsselbloem. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, también coquetea con la idea de hacerse una UE a la carta, en la que un día se puede plantear la reintroducción de la pena de muerte y otro se critica la política común de migración europea.
Los retos de Budapest se basan en el mismo cálculo que los de Tsipras, pero en términos políticos: la UE nunca se atreverá a invocar el artículo 7 del Tratado para suspender el derecho de voto de un país miembro porque podría provocar una ruptura definitiva. Ahora que el Grexit (salida de Grecia) ha dejado de ser un tabú, es probable que Orban se lo piense dos veces antes de jugarse la continuidad deHungría en la UE. Tsipras también apostó fuerte contra la troika y el tercer rescate con la esperanza de que Alemania cediera para evitar una escisión de la moneda única. “Un fracaso en las negociaciones marcaría el principio del fin de la zona euro”, desafiaba el primer ministro griego el 9 de junio, cuando aún no había descarrilado todo el proceso. No se podía imaginar que solo un mes después tendría que aceptar un humillante tercer rescate para evitar el principio del fin de la pertenencia de su país a la zona euro. Nadie sabe a ciencia cierta las consecuencias de esa salida.
Pero Alemania y, sobre todo, su ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, está dispuesta a comprobarlo para demostrar a Grecia y a cualquier otro país que Berlín no se arredrará ante ningún órdago. “El caso griego ha dejado claro que en caso de ruptura la UE sufrirá pero para el país que salga puede ser una hecatombe”, apuntan fuentes europeas. Cabe el riesgo, sin embargo, de que el escarmiento a Grecia se vuelva contra el resto de socios y, en particular, contra Berlín. Incluso en Alemania, algunosmedios acusan aMerkel de haber arruinado siete décadas de diplomacia alemana a favor de la integración europea. La respuesta antieuropea puede propagarse si una parte de la opinión pública interpreta que se ha cometido un abuso de poder con un país indefenso como Grecia.
El desastre griego puede ser interpretado también como anticipo de lo que espera a los países que viven atrapados en una moneda hecha a la medida de Alemania en la que el resto de socios deben conformarse con acumulaciones de deuda insostenibles y devaluaciones internas cuasi permanentes para pagar las deudas. Y hay un tercer riesgo, aunque probablementemenor: que a Grecia le vaya mejor fuera que dentro de la zona euro y señale el camino para otros.