Fez, viaje de ida y vuelta a la Edad Media
En la ciudad imperial marroquí conviven el orgullo por el pasado con los conatos de modernidad.
Para algunos, la que es una de las ciudades imperiales marroquíes más sorprendentes, está llena de contrastes y sorpresas. Y es que en realidad Fez son varias ciudades.
La más atractiva para los visitantes es la que se encuentra dentro de las murallas alrededor de la enorme medina. Para visitar el zoco, elija si puede el domingo. Ese es el día más animado ya que quienes trabajan entre semana aprovechan para hacer las compras pendientes. Si va el viernes, por el contrario, se encontrará todo cerrado.
No dude en curiosear por sus callejuelas enrevesadas, desordenadas y con distinta personalidad –incluso hay alguna tan estrecha que apenas cabe una persona–, pero todas le sorprenderán por su limpieza.
Al cruzar alguna de sus famosas puertas –la de Bab Boujloud destaca por sus azulejos azules y verdes y su marquetería realizada con madera de cedro–, se traslada de alguna forma a la Edad Media.
Junto a los centenares de puestos dedicados a la venta de comida, cachivaches, productos de higiene o complementos para los móviles –el siglo XXI también tiene su lugar– encontrará barrios dedicados a los más variados oficios: acuchilladores, hilanderos, tejedores o artesanos, y se quedará obnubilado por el ritmo de los golpes de quienes trabajan el cobre, los llamados dinandiers.
Pero eso no es todo, aún le queda una de las paradas más interesantes, el barrio de los curtidores. Imprescindible aceptar las hojas de hierbabuena que le ofrecerán al entrar en alguna de las tiendas que venden babuchas, cazadoras o bolsos de piel, ya que será la única forma de sobrellevar el panorama que encontrará desde las terrazas, un paisaje algo lunar protagonizado por el intenso olor que desprende el tratamiento del cuero. Juegue a elegir qué color de tinte le gusta más. El más típico, la tonalidad que da el azafrán.
No olvide que Fez se autodenomina la capital de la artesanía y la cultura tradicional de Marruecos. Sus magníficas madrazas, escuelas donde se enseña el Corán y todas las asignaturas clásicas del conocimiento, que aparecen en los recovecos del laberinto que es la medina, son el símbolo más destacado de su importancia.
En cuanto a las mezquitas, no son accesibles para quienes no profesan el islam, pero sus cuidadores no tendrán inconveniente en dejarle asomar la cabeza para comprobar su decoración y ambiente de recogimiento. En cuanto a la de Karaouiyine, es una de las más impactantes de Marruecos. Allí se encontraba la universidad considerada como la más antigua del mundo, fundada a mediados del siglo IX.
Pero Fez también es una ciudad perfectamente moderna, con grandes avenidas ajardinadas –la calle principal es la avenida Hassan II–, caótico tráfico –no pretenda que conductores y viandantes respeten las señales– y zonas residenciales donde una pujante clase media-alta construye sus casas unifamiliares inspiradas en las que se alzan en Europa.
En esta zona, el punto más animado es la mencionada avenida Hassan II, repleta de bares, heladerías y pastelerías. En sus terrazas verá a los hombres tomar un té con menta, mientras que las mujeres y los niños abarrotan las zonas arboladas de la avenida.
A pocos metros del cruce con el Boulevard Mohammed V encontrará un gran centro comercial, y apenas a un kilómetro, el Palacio Real y El Mellah, el barrio judío más antiguo, en el que vivían los que huyeron de la Inquisición española.
Color en Volubilis
Patrimonio de la Humanidad, el asentamiento de Volubilis –a una hora de Fez en coche– acoge los restos arqueológicos romanos mejor conservados del mundo. El azul y verde de sus mosaicos siguen conservando toda su intensidad a pesar de los siglos.
Descanso y cuidados tras un día de ajetreo en la medina
Si al final de la jornada busca encontrarse como en casa, elegir un alojamiento que le resulte familiar puede resultar esencial. Este será el caso del hotel Barceló Fès Medina, un auténtico cuatro estrellas en pleno centro de la ciudad moderna.
Con habitaciones con vista al gran Boulevard Mohammed V –más bulliciosas– o a la piscina descubierta, que sirve de eje al establecimiento, los toques étnicos salpican una decoración protagonizada por la comodidad y la funcionalidad de sus elementos.
No se pierda el centro de salud y belleza donde disfrutará de un tradicional hamman con masaje gommage. Se quedará como nuevo. Su restaurante también será del agrado de quien busque compaginar cocina local marroquí –cuscús, pastilla de mariscos o la sopa harira–, con alguna propuesta de gastronomía española.
Si busca algo más típico, decenas de riads –hoteles tradicionales marroquíes– ofrecen lujo y descanso en medio de la bulliciosa medina. Por ejemplo, el Riad Fès, un Relais & Châteaux, y su oferta culinaria de calidad, no le defraudarán.