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Columna
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Golpear y atemorizar

La estricta orden de Alemania a Grecia supone una peligrosa desviación de su tradicional política europea. El acuerdo forzado el 13 de julio por Angela Merkel ha dado al traste con la habitual autocontención del país y supone utilizar su poder político y económico para forzar una humillación total de un compañero más débil. Si la firmeza se convierte en el nuevo leitmotiv de Alemania será un comportamiento tóxico para el futuro de Europa. Los políticos alemanes son muy conscientes del peligro, y la crisis griega es un caso muy especial. La fuerza bruta de Angela Merkel ha sido provocada por un liderazgo mal guiado del Gobierno griego, que buscó una estrategia de negociación cuestionable. Al posponer las reformas de la Administración pública, detener las privatizaciones y postergar las reformas del mercado laboral y del sistema de pensiones, Alexis Tsipras ha dilapidado la confianza de un posible cambio en Grecia y socavado las bases del apoyo financiero alemán.

Berlín siempre ha sido firme al sostener que cualquier ayuda a los miembros de la eurozona está condicionada a las reformas. Pero se ha sobrepasado al sugerir un Grexit, disfrazado como unas vacaciones temporales del euro, como una opción política real. El país ha utilizado esta amenaza para presionar a Grecia para que acepte un trato humillante, con términos aún más duros que la propuesta de rescate rechazada en el referéndum. Desde la perspectiva de Berlín, la táctica de golpear y atemorizar ha funcionado. Pero ello no implica que los políticos utilicen este método despreocupadamente a partir de ahora, ya que ello contradiría el compromiso alemán con la integración europea y la convicción de que la supervivencia a largo plazo de la UE depende del consenso y compromiso. El acoso de Berlín seguirá siendo la excepción y no la regla.

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